¿Quién dijo que se acababa la temporada teatral?
Hay una obra esperándole en un teatro madrileño...
Viendo la avalancha de estrenos (y reposiciones) teatrales que hay en Madrid cualquiera diría que se está acabando la temporada. Desde la sala más off hasta el teatro público pasando por el mainstream hay de todo y para todos los gustos. Si ahora mismo hay un sector diverso de verdad, al menos en la capital, ese es sin duda la cartelera teatral madrileña. Para las personas que no se lo crean solo tienen que seguir leyendo, seguro que encuentran la obra que estaban buscando, o no, quién sabe.
Una diversidad a la que lo más excéntrico, nuevo y experimental lo pone el festival Surge. Un pequeño festival que va por su tercera edición que apuesta de forma habitual por lo más rabiosamente joven y/o alternativo. Lo que no impide que sus espectáculos lleguen a lo más alto. Sin ir más lejos en la edición del año pasado se estrenó en este festival Viaje al fin de la noche en el Teatro del Barrio, de donde saltó al Teatro de la Abadía para luego ser finalista en los Premios Max 2019.
En este festival se han consagrado este año los Grumelot con su hatajo de jóvenes actores y su inmersiva y poéticamente dramática Sin Título, basada en Comedia sin título y otros textos de Lorca, en Nave 73. De donde se podía pasar al Umbral de Primavera para ver a otro puñado de jóvenes tratando de evitar el lenguaje o el argumento, sin conseguirlo, en Hay un agujero de gusano dentro de ti de Tomás Cabané. O a la Sala Cuarta Pared donde la compañía Gonzalo Simón jugando con modestia, honestidad y ambición ha creado un espectáculo de ¿danza? también de título largo como es No sé qué nombre tiene esto pero LO DESEO y que ha gustado, mucho, a quién lo vio. O al Teatro del Barrio que con Fuego amigo de la compañía Vuelta de Tuerca, contando la triste historia del reportero de guerra José Couso, mostró que el teatro político no está reñido con la vanguardia escénica ni con la música electrónica. Pero no solo de juventud, en términos de edad, vive el festival. También permite a los mayores, a los clásicos del lugar, experimentar. Este es el caso del Shakespeare, ¿tal vez si…? Espectáculo que Juan Pastor ha creado para reivindicar escénica y lúdicamente el trabajo del actor y sobre todo el de la actriz María Pastor. Nada mejor que hacerlo con textos del bardo, que tan bien se prestan al trabajo actoral. Obra que muestra los fines de semana en ese club teatral que es Espacio Guindalera.
En el extremo opuesto se encuentra Conversaciones con mamá en el Teatro Amaya. Teatro del de siempre que no pretende ser otra cosa que la historia de una madre, mayor, aleccionando a un hijo ya talludito al que la crisis ha atropellado y se está llevando por delante. Comedia amable y, sí, conservadora en espíritu, honesta en su puesta en escena, sin nada de vanguardia. Entretenimiento sencillo y melancólico que recupera a María Luisa Merlo y a Jesús Cisneros para el gran público, ese que va al teatro a pasarlo bien cualquier tarde, al que pretende seducir con una sonrisa y, quien sabe, si con una pequeña lágrima emotiva, que invita a las madres a llevar a sus hijos al teatro.
Entre medias, dos platos fuertes que no han convencido del todo y que todavía se pueden ver. En el Teatro Español El desguace de las musas de la Zaranda, compañía de culto y prestigio capaz de atraer a alguien como el popular Gabino Diego y tratar de sacarlo de su registro sin conseguirlo aunque lo zarandean un poco. La Zaranda son una especie de Morancos de humor negro, negrísimo y escatológico. Un humor que habla siempre de los humanos como seres putrefactos, heridos de muerte, obsesivos, reiterativos, llenos de miedos y obligados a vivir. Esta vez, un puñado de artistas de varietés en un teatro de mala muerte que no pueden dejar de fracasar y seguir fracasando en lo que hacen. Una obra, que sin ser la mejor de las suyas, permitirá apreciar como en esas situaciones, como en la vida, es posible sacar poesía, sonrisas, risas y belleza. Además de tener la peculiaridad de que al contrario de lo que suelen hacer, saludan al final del espectáculo, aunque lo hagan de forma muy peculiar, tanto que divertirá a sus incondicionales que son legión.
El otro plato fuerte es Shock (El Cóndor y el Puma) en el Teatro Valle-Inclán. Obra escrita a varias manos, incluidas las del recientemente académico Juan Mayorga, que dirige Andrés Lima con su estilo bronco y de malote. Una obra que cuenta, basándose en los informes desclasificados de la CIA, como desde los Estados Unidos la internacional liberal organizó de forma sibilina la represión de la izquierda democrática en la América Latina de los años 60 y 70 del siglo pasado. Interesante propuesta en contenido, pues dibuja muy bien la línea que va del atractivo discurso económico de la globalización y la diversidad que al volverse local se vuelve un discruso del odio al diferente. Montaje que se pierde en su parafernalia de pantallas de video, escenario giratorio y, tal vez, en la canción Freedom de George Michael y escondiendo esa pérdida en la calidad de sus intérpretes, destacando María Morales y Natalia Hernández. Y que, en cierto modo, provoca lo que seguramente no pretende que es la banalización de lo que pasó.
Por si todo lo anterior fuera poco acaba de llegar otro Lorca a la cartelera madrileña. Lorca, la correspondencia personal lo trae los granadinos Histrión Teatro después de hacer una gira de 115 representaciones con éxito por muchos pueblos y ciudades pequeñas de España. Por lo que ellos, no sin cierta guasa, llaman agro-teatro a lo que hacen. Instalados los martes en el Teatro Lara devuelven al mejor Juan Carlos Rubio, autor y director de la obra, que hace un medley de Lorca en la que se mezclan poemas, cartas, ensayos, con los que el poeta, sin dejar de serlo, adquiere una humanidad lejos de ese gitanismo al que se le asocia y sin usar el recurso ya fácil del flamenco. Un Lorca que en su brillantez deja ver también su contradicción, humana, muy humana. A la que dan voz Alejandro Vera, con eficacia y buen canto, y Gema Matarranz, con la fuerza y energía que necesita este espectáculo, en una sencilla pero muy bonita escenografía de Curt Allen. Montaje que, a pesar de todos los lorcas que se han visto en Madrid esta temporada y las pasadas, se disfruta como fresco, nuevo, tal vez, por su pequeñez, su falta de pretenciosidad, su honestidad y por la palabra de Lorca.
Y a quién nada de lo anterior le parezca interesante solo queda recomendarle que mire la cartelera. Hay una obra esperándole en un teatro madrileño. Alguien lo ha escrito, lo ha dirigido y lo interpreta para usted. Le está esperando. Pues el teatro en Madrid es tan diverso y dinámico en sus estrenos que igual que en la vida todo roto encuentra su descosido, todo espectador encuentra en esta ciudad su espectáculo de teatro.