Quemar a Woody Allen
Lo consideran un demonio depravado, un duendecillo tocón, etcétera; aunque las investigaciones judiciales realizadas le eximen.
Cuando el filósofo escocés David Hume publicó, allá por 1740 y en tres volúmenes, su Tratado sobre la naturaleza humana, pensaba que, más pronto que tarde, iba a tener que enfrentarse intelectualmente a muchas personas, demostrando así su lucidez y valía, debido esencialmente a lo arriesgado de su propuesta filosófica. Su libro, en realidad, pasó tan desapercibido que el propio filósofo acabó afirmando, aunque sin desanimarse, que había salido “muerto de las prensas”.
Las memorias de Woody Allen, tituladas eventualmente Apropos of nothing, están en una fase similar a la de nacer muerto, pero debido a otras circunstancias quizá más penosas que la simple desatención de la crítica o el público: hoy, no son más que un cadáver que no puede salir del útero porque le gritan desde fuera. ¿No se sienten ustedes mal, asqueados, cuando ven en las películas de forma recreada, o en documentos gráficos de la época, cómo los nazis quemaban libros, seria y gozosamente, en una hoguera vigorosa de llamas y reflejos, rodeada de gente entusiasta esperando su turno para participar en esa fiesta de la moral? ¿Acaso no sienten desprecio aún hoy cuando les cuentan o leen que la Iglesia católica tenía un índice de libros prohibidos (el Index librorum prohibitorum, que se extendió desde 1564 hasta 1966) por atentar contra la fe y moral?
Desde luego, qué tiempos aquellos de barbarie, ¿no creen? ¿Se imaginan, por poner un ejemplo a bote pronto, que hoy no se pudiese publicar un libro porque, aunque se han realizado y completado ya varias investigaciones judiciales probando la inocencia del autor, mucha gente estima oportuno en sus cabezas que esa persona sea censurada y boicoteada a pesar de las evidencias y que su obra no sea así publicada, por cuestiones únicamente morales? Es lo que le sucede a Woody Allen.
Así, el pasado viernes 6 de marzo, a eso de las diez de la noche, la editorial Hachett Book Group publicaba un comunicado en el que anunciaba que las memorias de Woody Allen no serían publicadas debido a las protestas de los trabajadores de la empresa: lo consideran un demonio depravado, un duendecillo tocón, etcétera; aunque, y esto es manifiesto una vez más, las investigaciones judiciales realizadas le eximen de cualquier acusación vertida contra él. La editorial, temblonamente, se ha rendido a las presiones de la opinión y no de los hechos y su dirección ha querido quedar de valiente, de ciclópea, afirmando que se atreven y atreverán con los libros más retadores (“we have published and will continue to publish many challenging books”). Está claro que los cobardes siempre tienen que empatar, o al menos intentar que los demás creamos tal cosa.
Seguramente, más pronto que tarde, seamos capaces de leer, libre y voluntariamente, sus memorias, pues me niego a creer que este estúpido y arbitrario rechazo por cuestiones morales a una obra artística pueda perpetuarse. Aunque, también es verdad, quizá esté siendo demasiado cándido al respecto, obviando la deriva intelectual académico-mediática que festeja la ignorancia y encomia la sumisión como derechos sociales.