Que la deprimida izquierda no se haga ilusiones
La rotunda victoria de Ayuso no evita que siga atada de manos por Vox.
Victoria rotunda, espectacular, sin paliativos. Se agotan los adjetivos grandilocuentes. Isabel Díaz Ayuso ha arrasado: 35 escaños más, hasta los 65. Que nadie en la izquierda se haga mala sangre: si la vencedora no hubiera adelantado las elecciones, la situación política en Madrid no sería muy distinta de la que ha deparado este 4-M. Han cambiado las fichas pero el tablero es muy similar.
En dos años habrá nuevas elecciones y hay elementos que ayudan a deducir que, en 2023, sí habrán variado muchas cosas. La primera: descubriremos cómo gobierna Ayuso porque, si se echa la vista atrás, sólo la hemos visto gestionar la crisis del covid —que se lo ha comido prácticamente todo—, pero no los problemas del día a día de los madrileños. Es a partir de ahora cuando la presidenta de la Comunidad de Madrid deberá desvelar cómo piensa lidiar con un sistema sanitario público hecho trizas, con una educación con el gasto público por alumno más bajo de toda España y con la incidencia de coronavirus muy por encima de la media nacional.
El éxito de Ayuso no se debe en ningún caso a su gestión, que ha sido prácticamente nula, sino a la comunicación política: cualquiera es capaz de recordar un buen puñado de ayusadas —de los primerizos atascos en la ciudad al más reciente vivir a la madrileña— pero, al margen del covid, nadie podrá señalar una sola medida política puesta en marcha en estos menos dos años que lleva al frente de la región. Es ahora cuando debería sobresalir la Ayuso más política y desaparecer la Ayuso más polémica. Veremos.
Ayuso lo tenía muy fácil para mejorar los resultados de 2019, los peores del PP en toda la historia de los comicios autonómicos. La segunda lectura de estas elecciones, la más interesante por ser la más especulativa, reside en el recorrido que tiene la ‘lideresa’ del PP para convertirse en dueña y señora del partido. Pablo Casado gana mucho, pero también pierde. Hoy se acuesta satisfecho —Ayuso ha sido siempre su apuesta personal— pero en el futuro sólo va a tener pesadillas. Desde este momento tiene una sombra acechando su espalda que no va a desaparecer. El PP, esa es la clave, cuenta desde este momento con una alternativa de calado a Casado, cuya oposición sigue sin despertar entusiasmo no sólo entre la derecha, sino entre muchos de los votantes del propio PP. Casado deberá desinflar el ‘efecto Ayuso’ para sobrevivir: no sería el primer fratricidio político de la historia.
En el PSOE todo lo que podía salir mal ha salido peor. Son los peores resultados jamás registrados por el partido en unas autonómicas madrileñas (pierde 13 escaños, hasta los 24) hasta el punto de que, en el último momento, ha dejado de ser el principal partido de la oposición en beneficio de Más Madrid. Un desastre mayúsculo, consecuencia directa de un candidato, Ángel Gabilondo, que estuvo desaparecido en lo más duro de la pandemia, que fue invisible en la crisis de Filomena y que ha cerrado una campaña electoral que, en caso de que se recuerde dentro de un mes, será por nefasta. Sus últimas promesas daban la impresión, confirmada por los resultados, de que la errática campaña —dirigida desde Moncloa y con muchas críticas dentro del partido— se convirtió en los últimos días en una suerte de mercadillo a la desesperada con el que intentar atraer a los votantes que abandonaban el partido hacia otras opciones de izquierda que generasen algo que nunca insufló Gabilondo: ilusión. Que el Gobierno haya bajado al barro electoral sabiendo que sólo había lodo es un error mayúsculo que ahora deberá gestionar, si es que puede, Pedro Sánchez.
Los dos años que quedan hasta las próximas elecciones deberían ser también los de la consolidación de Más Madrid como partido con opciones sólidas de gobernar. Estas semanas ya han logrado lo más difícil: convertirse en el principal partido de la oposición y que su candidata sea no sólo conocida, sino respetada. Es un avance fundamental para tener opciones en el futuro, que pasará fundamentalmente por ejercer una oposición férrea en los dos próximos años. Entre otras cosas, Mónica García ya no tendrá que empezar sus intervenciones recordando su nombre. Sí, ha habido un ‘efecto Mónica García’ —la formación sube de 20 a 24 escaños— sustentado en la mejor campaña electoral que se recuerda en muchos años. Nadie podrá discutir que, guste más o menos, Más Madrid tiene un proyecto de futuro para la comunidad.
Unidas Podemos sale airoso de de las elecciones al lograr tres escaños más (de 7 a 10). Sin duda la entrada de Pablo Iglesias ha sido capital para lograr estos resultados: en una campaña de menos a más, la formación morada partía con dudas sobre si tan siquiera iba a alcanzar el 5% imprescindible para tener representación en la Asamblea de Madrid. El coste fue mayúsculo —perder a un vicepresidente del Gobierno—, pero era la única opción posible si se quería mantener con vida al partido. Imaginen que hubiera desaparecido como fuerza en Madrid: ni siquiera la victoria de Ayuso habría evitado que el batacazo morado fuera portada en todos los periódicos. Que, con todo, Pablo Iglesias haya dejado todos sus cargos es algo que le honra, aunque en realidad su salida se esperaba desde el mismo momento en el que dejó la vicepresidencia. En el debe: deja a su formación descabeza y muy tocada.
El hecho de que Vox suba un escaño, un escañito de nada —menuda revolución la suya...—, dice mucho y bueno de los madrileños. La España de Vox no es la España que quiere la mayoría de los españoles y su Madrid no es el Madrid que quiere la inmensa mayoría los madrileños. Bien está así.
Madrid representa ya la puntilla para Ciudadanos, un partido que nació para ocupar el centro y ha copado la nada. Pasa de 26 diputados a cero. Una debacle épica. Ahora queda lo más complicado: gestionar una agonía que culminará en las elecciones generales de 2023. Que Ciudadanos haya pasado de ser una fuerza fundamental en el Gobierno de Madrid —por tener hasta tenía un vicepresidente, Ignacio Aguado— tiene un lugar clave: Murcia y su alocada idea de pensar que aún tenían fuerza como para quitar y poner Gobiernos. Fue bonito mientras duró.
Madrid es hoy de Ayuso. Que sepa vencer el altísimo precio que va a imponer Vox a cambio de su investidura será el mejor signo de que, realmente, es una defensora férrea de la Libertad. Que la hoy deprimida izquierda no se haga demasiadas ilusiones con ella.