El Reloj del Apocalipsis, la alerta científica que sitúa nuestra autodestrucción a 90 segundos
El Boletín de Científicos Atómicos de la Universidad de Chicago usa esta herramienta simbólica para recordar al mundo las amenazas atómicas, ambientales y tecnológicas.
Su nombre pone los pelos de punta, pero más debería hacerlo su sentido: el Reloj del Apocalipsis o del Fin del Mundo lleva 75 años avisando al planeta de los riesgos que acumula y que pueden llevarlo a la autodestrucción. El hombre mismo puede acabar matando su mundo y los especialistas del Boletín de Científicos Atómicos de la Universidad de Chicago (EEUU) tratan de ponerle un número que conciencie sobre la cercanía de un riesgo que, insisten, no es fortuito ni divino, sino humano. Ahora mismo estamos a 90 segundos de la medianoche, o lo que es lo mismo, de la destrucción “total y catastrófica”. Nunca ha estado tan cerca el fin.
Este reloj simbólico -Doomsday Clock o del Juicio Final- nació en 1947 en un intento de avisar de los peligros de las armas nucleares, en plena proliferación en mitad de una política de bloques enconada. Sin embargo, a la amenaza atómica se han sumado con los años otros males igualmente graves, como el cambio climático, los nuevos virus o la ciencia y la tecnología mal empleadas, que están causando “daños irreparables a la Humanidad” y han obligado a adelantar las manecillas.
Lleva así desde enero 2021, cuando se adelantó 20 segundos respecto a la última medición. En 2017 el margen era de tres minutos. En 2018 pasó a 2,5 y luego a dos. Vamos para atrás porque poco se está haciendo por revertir esta huída hacia adelante y esa es la clave de la lucha de estos especialistas: informar, concienciar y movilizar, porque es prevenible o reducible.
Un poco de historia
El Reloj del Apocalipsis parte de la conciencia del poder destructivo de las armas nucleares. Todo parte del Proyecto Manhattan, creado por el Gobierno de Estados para el desarrollo de este tipo de armamento, que logró la bomba en seis años. Los científicos que trabajaron en él vieron el poder devastador de su invento y alertaron de ello a las autoridades que, sin embargo, no les hicieron caso. Sus bombas fueron empleadas por Washington en Hiroshima y Nagasaki en 1945 y a los especialistas se les generó un auténtico dilema moral. Por eso, muchos de ellos se comprometieron a no ser “destructores de mundos”, como decía uno de los jefes de grupo, Robert Oppenheimer, sino a intentar prevenir nuevos ataques.
Tras un intenso debate, los resistentes, los inconformistas, apostaron por la concienciación y la educación como la mejor manera de alertar. Así que por responsabilidad “científica, educativa y ciudadana”, un grupo de profesores e investigadores de la Universidad de Chicago entre los que se encontraba Albert Einstein lanzaron el Boletín de Científicos Atómicos ese mismo año. Dos años más tarde, quisieron lucir un reloj para mostrar gráficamente esa amenaza cercana y se lo pidieron a la diseñadora Martyl Langsdorf, que además era esposa de un físico del grupo, Alexander Langsdorf.
Allí salió, en una esquinita, para convertirse en su emblema y en uno mayor, el de toda la causa antiatómica, cuando dos años más tarde, en el 49, la URSS hizo su primera prueba nuclear enseñando los dientes al mundo. El reloj, que esta a siete minutos para la medianoche, pasó a estar a tres y empezó a ser usado como una metáfora del tiempo de incertidumbre.
Dónde está ahora
John Mecklin, el editor jefe del Boletín, explica que en 2022 se decidió no alterar los 100 segundos de margen fijados en 2021 porque no se habían producido alteraciones que lo hicieran necesario. Es más, hubo algunos avances. Cita especialmente el “cambio de liderazgo” en EEUU, con la salida de Donald Trump de la Casa Blanca y la llegada de Joe Biden, que llevó a que se rebajaran tensiones en el plano internacional, se impulsaran acuerdos rotos como el de las investigaciones atómicas de Irán, se volviera al abrigo del Acuerdo de París sobre cambio climático o se mejora la ciencia, aunque fuera en parte por las necesidades del coronavirus. “Un enfoque más moderado y predecible del liderazgo y el control de uno de los dos arsenales nucleares más grandes del mundo marcó un cambio bienvenido con respecto a los cuatro años anteriores”, constata.
Seguían estando, de fondo, otras muchas amenazas, con “tendencias negativas”, desde el covid al reemplazo, mejora y expansión de las cabezas nucleares actuales, pasando por las tensiones EEUU-China-Rusia, las amenazas de Corea del Norte o Irán, el aumento de armamento en el mundo o la “enorme brecha” entre las promesas hechas sobre emisiones contaminantes y los cumplimientos reales de los Gobiernos. Se venía, además, del colapso del Tratado de Fuerzas Bucleares de Alcance Intermedio, que habían firmado en el 87 EEUU y la URSS. En el resumen de Mecklin, en enero, ya se avisaba de que Ucrania era un “punto crítico” para la seguridad global. Tanto, que dos meses más tarde los científicos de Chicago se vieron forzados a comparecer de nuevo y dar cuenta del peligro que supone que Moscú inicie una invasión y amenace con usar su arsenal nuclear.
“Durante muchos años, nosotros y otras entidades hemos advertido que la forma más probable de utilizar las armas nucleares es a través de una escalada no deseada o no intencionada de un conflicto convencional. La invasión rusa de Ucrania ha hecho realidad este escenario de pesadilla, con el presidente ruso, Vladimir Putin, amenazando con elevar los niveles de alerta nuclear e incluso con el primer uso de armas nucleares si la OTAN interviene para ayudar a Ucrania. Así es como se ven 100 segundos para la medianoche”, indicaban en una comunicación en la que condenaban el paso dado por el Kremlin.
Cómo se lee este reloj
Hay quien teme que esta cuenta atrás se pueda reducir en su estimación de 2024, visto cómo se ha alargado el conflicto en suelo europeo, y lo que queda. Para quienes dijeron, hace décadas, que el reloj y hasta el Boletín habían perdido su sentido, los nuevos tiempos lo han resignificado, tristemente. Por Ucrania, pero no sólo. Desde 2018, cuando se han acelerado los tiempos, las armas nucleares, las amenazas biológicas, la carrera armamentística o la crisis del clima son peligros existenciales simultáneos que tienen la culpa de ese 23:58:20 que hoy marca el reloj.
Es una compleja red de peligros, en palabras de Mecklin, por lo que las alteraciones en un sólo factor no tiene por qué cambiar todo el pronóstico. Porque, además, en las valoraciones pesa lo que ocurre pero también, en gran medida, “cómo se responde” a lo que ocurre, explica Lola Bocanegra, física especializada en la producción de contenidos educativos. Pone como ejemplo la Crisis de los Misiles de 1962, cuando soviéticos y cubanos empezaron a construir componentes balísticos de misiles nucleares a 90 millas de las costas de EEUU y se hizo inminente el riesgo de una guerra atómica, “como nunca antes y, aún así, el reloj no se movió”.
“No se puede leer como una herramienta inmediata de medición de riesgo, porque procede de una evaluación a largo plazo y no de una fotografía fija, de un corte en el tiempo. Podemos decir que es un grito largo, con mucho eco, que dura para mucho tiempo pero que hay que escuchar ya si se quiere cambiar algo. Con a amenaza climática se ve claramente, es menos rápida pero existencial”, resume. Aún así, hay hechos que por sí solos ayudan a cambiar los números, como cuando en el 63 se firmó un acuerdo parcial de no proliferación de armas nucleares que trajo “un gran descanso” a un mundo en tensión. Se ganaron cinco minutos de margen, hasta los 12.
La mejor época recogida por este reloj se registró entre 1987 y 1991, llegando a los 14 minutos de respiro. Coinciden con la descomposición y final de la URSS. Los bloques se desdibujaron y las enemistades se rebajaron, pero luego, los hombres han vuelto a la carga. Remarca la científica que, con el paso de los años, las fluctuaciones han dejado de depender de los Gobiernos y de las armas. “Siguen siendo los culpables, mayoritariamente, de la situación, pero han entrado otros actores, desde grupos que generan inestabilidad por vías como el terrorismo hasta los propios ciudadanos y su comportamiento a la hora de no frenar el calentamiento de la Tierra”. Aún así, reconoce el peso de crisis como la de Ucrania, de que haya líderes “que puedan apretar un botón”, con 14.000 nucleares que hay ahora mismo en el mundo pero, repite, “ante las crisis hay que actuar y en las maneras de actuar también hay riesgos y oportunidades”.
O nos aferramos a las segundas o el reloj se adelanta. Y será el fin
Bonus track
El famoso Reloj del Fin del Mundo ha inspirado cientos de artículos, investigaciones, obras de teatro, series de televisión y hasta canciones. Aquí van un par de ellas: 2 minutes to Midnight, de Iron Maiden y Seven minutes to Midnight, de Wah! Heat.