¿Qué es el caos? ¿Y tú me lo preguntas? El caos eres tú
La situación a la que ha llevado Díaz Ayuso a los madrileños es tan trágica que son ellos mismos los que piden ser confinados.
La mediocridad no es sostenible en el tiempo. Pero cuando se trata de vidas humanas el tiempo lo es todo. La gestión de la crisis del coronavirus en Madrid es tan indignante que sólo queda acogerse a uno de los extremos: o la ira o la resignación del que sabe que todo está perdido.
Que Isabel Díaz Ayuso, la presidenta de la peor ciudad de Europa en incidencia de coronavirus, aún no haya ofrecido un signo nítido de que está controlando la crisis sólo puede deberse a una ignorancia supina, a una incompetencia bochornosa o a una mezcla de ambas. Porque la otra opción, que esté convencida de que está haciendo lo correcto pese a que nadie con un mínimo de criterio (o sensatez) se haya atrevido a respaldarla, provoca tanto terror como ganas de imitar a Juan Carlos I y abandonar el país.
Nada se puede esperar ya de una presidenta que antepone banderas a soluciones, desacuerdos a acuerdos, riñas a consenso, economía a vidas humanas y ambiciones nacionales a responsabilidades locales. No es que sea la persona menos adecuada para gestionar una crisis de primera magnitud en Madrid, es que es ella, motu proprio, la que ha dado un paso atrás confiando en que salga el sol por Antequera.
No es necesario remontarse al último año. Ni siquiera a los últimos meses. Las últimas semanas han sido tan surrealistas que, si no fuera porque mientras pasaban los días seguía muriendo gente, daría para rodar una serie de tétrico humor. El mayor esperpento es que Ayuso, una de las principales abanderadas en la crítica y el menosprecio a los independentistas catalanes, haya imitado en las formas a los Puigdemont y compañía coqueteando con una infame rebelión.
Ayuso se enjuga las lágrimas con una mano como una mártir mientras con el pie patea a los ciudadanos a los que representa. No es que ahora no esté haciendo nada, es que el verano lo dedicó a ver la vida pasar. De los polvos de la inacción llegan los lodos de los fallecidos. Recordar las pizzas en los menús infantiles, la amplitud de Ifema (“En los hospitales que tienen techos altos los pacientes sanan muy bien”), el reparto de bocadillos o el apartamento de lujo favorece la vis cómica de la presidenta de la Comunidad de Madrid. Pero la risa se congela cuando se habla de las residencias convertidas en morgues, de la dimisión de la Directora General de Salud por las prisas en la desescalada, del colapso de la atención primaria y hospitalaria, de la falta de rastreadores, de las UCIs desbordadas, de la indefinición estratégica. De los datos, en definitiva, que un día sí y otro también hacen de Madrid el principal foco de la pandemia en Europa.
En vez de proteger la salud de los ciudadanos a los que representa, Díaz Ayuso opta por la confrontación política a través del empecinado obstruccionismo a todas las medidas que se le han puesto encima de la mesa. Un bloqueo partidista y temerario que no se sabe si le va costar votos pero que, seguro, se llevará vidas por delante.
Díaz Ayuso ha sido engullida por su forma de hacer política. Tender la mano está en las antípodas de su ideología y es incapaz de asumir que las furibundas críticas que lanzaba a diario al Gobierno en las peores semanas de la pandemia ahora se le han vuelto en contra.
Entiende la peor presidenta que ha tenido Madrid en su historia (que ya es decir) que la petición de ayuda es un signo de debilidad y, más aún, que no puede encajar lo que solo ella entiende como una derrota. Por eso fuerza al máximo al Gobierno para que imponga por la vía del BOE un confinamiento suave de las zonas más afectadas de la comunidad. Es una estrategia infame para vender a su electorado que, si la economía empeora, es por culpa del Gobierno. Que si sigue habiendo muertes, es por la injerencia de un Ejecutivo cuyas medidas no han funcionado. Que si se hace lo contrario a lo que ella piensa es porque Pedro Sánchez es un tirano al que sólo se le debe acatamiento. Así de simple, así de estúpido.
Todo genera tanto bochorno como indignación: esta semana Ayuso se negó a confinar Madrid, luego aceptó un trato para confinar Madrid, más tarde rompió el trato, horas después se declaró en rebeldía cuando se le impuso ese trato, rebeldía que luego se transformó en un acatamiento enfurruñado y remató con un recurso victimista. Si esto es responsabilidad y altura política, Bertín Osborne es Winston Churchill.
La situación a la que ha llevado Isabel Díaz Ayuso a los madrileños es tan trágica que son los desamparados ciudadanos quienes llevan semanas pidiendo ser confinados para no morir. Esa es la situación. Taparse los oídos ante una situación así es, además de temerario, de una irresponsabilidad inaceptable.
“Buena suerte”, tuiteó la dimitida directora de Salud de Madrid con una imagen de la orquesta del Titanic. Nunca nadie pudo imaginar que nuestro iceberg tenía nombres y apellidos: Isabel Díaz Ayuso.