Que el tiempo no les borre
Encuadró, enfocó y capturó. A Nilufer Demir, una fotógrafa de Reuters, apenas le llevó unos segundos conseguir aquella fotografía que en 2015 dio la vuelta al mundo. Pocas veces una imagen se había convertido en tan brutal carga de denuncia social capaz de remover las conciencias del planeta: el cuerpo del pequeño Aylan Kurdi postrado sobre una playa turca como símbolo de la tragedia de quienes arriesgan sus vidas para alcanzar suelo europeo en busca de refugio desde Siria.
La historia está en las hemerotecas y, por desgracia, en la memoria reciente de muchos porque, pese a todo, la ola de indignación y las declaraciones grandilocuentes que recorrieron el mundo no tuvieron los efectos deseados. Desde entonces, según dados de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), más de 500 menores han muerto ahogados en el Mediterráneo en un intento de alcanzar las costas europeas. Igual que Aylan, igual que su familia, igual que las 14.000 personas que desde 2014 embarcaron en pequeños botes desde Marruecos, Libia, Egipto o Turquía para atravesar cientos de kilómetros a mar abierto y perder la vida en la ruta migratoria más mortífera del mundo.
El Mediterráneo se ha convertido en cementerio de la indignidad de los gobiernos. De todos ellos, también de los españoles, después de haber sido incapaces durante años de contribuir al desarrollo de una respuesta europea conjunta con la que detener la sangría humanitaria. De ahí que a partir de hoy, y ya con los 630 migrantes del Aquarius a salvo en Valencia, haya que preguntarse cuántos días pasarán antes de que a todos ellos les borre el tiempo.
630 vidas con 630 historias que dejarán de ser titular, saldrán de los informativos y hasta de la agenda prioritaria del Gobierno para convertirse en pasto de la burocracia y de la hipocresía de Europa, de España y, por qué no, también del periodismo. Cuántas cámaras se desplazaron a Motril durante los trabajos con los que Salvamento Marítimo rescató este fin de semana del Mar de Alborán a 107 hombres procedentes de una patera; cuántos presidentes regionales ofrecieron ayuda para atender las necesidades de los servicios de Inmigración de Andalucía después de que 986 inmigrantes llegaran en menos de 48 horas en patera...
Bienvenidos al mundo de los contrastes y a la política del fariseísmo. ¿Alguien ha caído en que Iván Redondo, el flamante jefe de Gabinete del presidente del Gobierno y uno de los impulsores de la exitosa operación Aquarius es el mismo que diseñó para el popular Xabier García Albiol cuando fue alcalde de Badalona la más dura política antiinmigración que se recuerda en España?
El debate es moral, de contrastes y, sobre todo, de las nuevas reglas que rigen en la política. Los gestos se anteponen a los proyectos y las ideas. Y en la carrera por conquistar el titular vale todo, menos pararse a pensar en las consecuencias.
Con la aplaudida decisión de Pedro Sánchez de transformar el puerto de Valencia de nido de la corrupción a símbolo de la solidaridad y la acogida, el presidente español ha conseguido poner el foco sobre la inmigración, pese a ser este un debate del que la izquierda española y europea no siempre han salido bien paradas. La iniciativa le honra, pero no soluciona el problema de fondo.
En unos días volverá a aparecer la Europa que no es Europa, sino la suma de 27 naciones con puertas distintas y todas ellas cerradas al drama humanitario de los refugiados. Y en España asomara también, cómo no, el debate sobre las concertinas, el hacinamiento en los centros de internamiento y las repatriaciones.
Que no hay más efecto llamada tras el anuncio de Sánchez que el que estos días sacude las conciencia colectiva es un hecho. No hay más que ver la pamema con que Macron se ha prestado a acoger a los rescatados del Aquarius, después de haber aprobado hace poco más de un mes una norma que endurece las leyes de inmigración y asilo en Francia y haber convertido la política migratoria gala en una de las más severas de Europa.
Con todo, la verdadera prueba de fuego del Gobierno de Sánchez vendrá ahora con la gestión humanitaria de las 630 personas que han llegado al puerto de Valencia. De momento, la incertidumbre planea sobre los migrantes sin documentación, que aunque tendrán 45 días de residencia legal antes de que la Administración decida su futuro a medio y largo plazo, podrían ser repatriados a sus lugares de origen.
El debate no ha hecho más que empezar, y el presidente Sánchez ha decidido abrirlo en canal: refugiados, sanidad universal para los immigrantes ilegales y eliminación de las concertinas de las vallas de Ceuta y Melilla. Todo en la primera semana del nuevo Gobierno. Ahora falta saber si estamos sólo ante decisiones políticas "gesticulares" o ante un Gabinete verdaderamente decidido a afrontar los retos de la Europa del siglo XXI para que el tiempo y la indiferencia de la política migratoria no borre la historia de los 620 migrantes llegados a Valencia este fin de semana como borró antaño la de Aylan.