El portazo de Puigdemont al PDeCAT allana su candidatura a la Presidencia de Cataluña
El 'expresident' aviva la guerra en el espacio posconvergente que quiere reunir en un nuevo partido político.
El expresidente de Cataluña Carles Puigdemont cocina su candidatura para las próximas elecciones catalanas. Puigdemont ha dado un portazo al PDeCAT y presentará a finales de julio un nuevo partido con el que quiere aglutinar de nuevo al espacio posconvergente bajo un mismo paraguas, al que invitará a sumarse a título individual todo el que quiera proceda de donde proceda.
Puigdemont presentará su nueva formación el próximo 25 de julio. Ese día ha llamado a todos a caminar juntos para “hacer de Junts una herramienta transversal, plural y eficaz al servicio de la república catalana”. Le respaldan, entre otros, Jordi Sánchez, Jordi Turull, Josep Rull, Joquim Forn, Antoni Comín, Elsa Artadi, Meritxell Budó y Damià Calvet. Previsiblemente se unirán también el propio presidente Quim Torra, la portavoz en el Congreso, Laura Borràs, y el resto de miembros de la Crida.
De esta manera, el expresidente ya no depende de la actual dirección del PDeCAT y allana su candidatura ante la inhabilitación del presidente Torra que, previsiblemente, ratificará el Supremo el próximo 17 de septiembre y precipitará el adelanto electoral. Puigdemont se ha decantado por crear un nuevo partido que aún no tiene nombre, aunque fuentes convergentes citadas por El Mundo apuntan que tendrá la palabra Junts.
Los planes del ‘hombre de Waterloo’, no obstante, pasan por que se active la maquinaria electoral este mismo verano. A Puigdemont le gustaría que Torra sacara las urnas el 27 de septiembre o el 4 de octubre, según ha adelantado La Razón y maniobra para conseguirlo. El expresidente catalán, sobre quien pesa una orden de detención que le impide entrar en España sin riesgo de ser arrestado, continúa autoproclamándose legítimo presidente del Govern. Y quiere revancha.
Las fechas que anhela Puigdemont para llamar a los catalanes a las urnas están cargadas de simbolismo en el imaginario independentista. Si las urnas salen el último domingo de septiembre, la campaña arrancaría justo tras la Diada del día 11, la fiesta nacional catalana. Y, si las elecciones son una semana más tarde, el domingo electoral llegará tres días después del aniversario del 1-O. El fin de campaña sería una fiesta procesista.
Puigdemont pretende aprovechar el tirón independentista en un momento en el que puede señalar a ERC, su gran rival por la hegemonía en Cataluña y favorita en las encuestas, por colaborar con el Gobierno de Sánchez. Sobretodo después de que los republicanos facilitaran la investidura del presidente del Gobierno y contribuyeran a armar la coalición de socialistas y morados.
El expresident sabe que tiene el respaldo de los acólitos del procés. En la retina de los secesionistas quedó grabada a fuego la imagen de Puigdemont proclamando la independencia de Cataluña en octubre de 2017. Fue efímera, sí. Pero fue él quien la ejecutó tras la presión brutal de ERC para que no se echara atrás convocando elecciones.
Por eso, la figura del expresident aún tiene peso, a pesar de que el protagonismo de los republicanos tras el 10-N y la sentencia del procés ha rebajado su impronta. Puigdemont lo demostró en Perpiñán el pasado 29 de febrero, donde se dio todo un baño de masas juntando a más de 100.000 personas, según la policía francesa, a quienes recordó que él sí es fiel a la causa.
“Tiene confianza en sí mismo como líder captador de votos. Y cuando una persona emprende una aventura, aunque no haya tenido un resultado práctico, pero mucha gente le sigue… explica parte. Puigdemont considera que es quien tiene la legitimidad para mandar en su espacio político, porque obtuvo un buen resultado como cabeza de lista en las europeas, en las que se impuso a Oriol Junqueras”, razona el analista político Xavier Vidal-Folch.
El expresident, según el diario de Atresmedia, se presentará como candidato a la presidencia y actuará desde la distancia como presidente ‘legítimo’ tal y como ha venido haciendo hasta ahora. Su interés es controlar el poder en Cataluña y mantener la tensión con el resto de España para avanzar hacia la independencia; uno de sus únicos objetivos.
El número dos de la lista del nuevo partido del expresident será el ‘presidente efectivo’, es decir, el sustituto de Torra en caso de que los posconvergentes ganen las elecciones con mayoría suficiente para formar Gobierno. Ese segundo debe ser alguien capacitado para gestionar el día a día de la Administración y sin causas judiciales pendientes. “Valdrá cualquier empleado: alguien con suficiente categoría de mayordomo y en sintonía con el lenguaje de populista”, aventura Vidal-Folch.
En las esferas independentistas llevan tiempo viendo al expresidente catalán manejando la opción de presentar una candidatura simbólica con un ‘número dos’ efectivo. Y parte del partido, como Meritxell Budó, ha animado a Puigdemont a dar el paso.
Los problemas de Puigdemont
Carles Puigdemont enfrenta, sin embargo, dos grandes problemas una vez se ha decidido a dar este paso. El primero es que para armar un partido nuevo necesita liderazgo, que tiene; e ideario, que no tiene más allá de la confrontación y la causa independentista.
“Para hacer un movimiento se necesita poca cosa: capacidad de agitación, ser bueno manejando a los medios, capacidad de sorprender y lenguaje populista, pero para un partido de gobierno se necesitan más cosas”, explica Vidal-Folch, quien añade que no se sabe qué plantea Puigdemont sobre impuestos o educación “porque nunca le ha interesado hablar de ello”.
El otro gran problema que enfrenta es el grosor de su red de apoyo. “Necesita una que le apoye y que ha perdido, porque los alcaldes del PDeCAT no están dispuestos a seguirle el juego. A la red contribuye una parte de los electores, sin duda, y el grueso del partido y los otros cargos electos, pero es que un centenar de alcaldes le han dicho que no”, dice el analista.
El cisma posconvergente
El espacio posconvergente es un puzzle complicado tras la disolución de la antigua Convergència, el partido fuerte de Cataluña durante la época de Jordi Pujol al frente de la Generalitat. Ahora, ese espacio lo ocupan el PDeCAT, la Crida, que se deshará en el nuevo partido de Puigdemont y Junts per Catalunya, la plataforma que impulsó el propio expresidente para las elecciones de diciembre de 2017 tras el 1-O.
El PDeCAT asegura que la Crida, liderada por Jordi Sànchez, ha sido siempre un instrumento para apropiarse de toda la vieja estructura convergente. Y la Crida pide la disolución del PDeCAT y empezar de cero un nuevo proyecto, pero el partido heredero de Convergència, dueño de la marca de Junts, lo rechaza.
El problema es que aunque el PDeCAT se define como independentista, se ha escudado en que no es el momento de exponer el proyecto político de la formación para no mostrar sus cartas. Ni tan siquiera ha apostado de manera clara por el referéndum por la independencia a corto plazo.
La ruptura de Pugidemont con el PDeCAT llega después de que la dirección del partido haya rechazado la propuesta de los presos Josep Rull, Jordi Turull y Joaquim Forn, de integrar la formación en Junts.
La crisis convergente ha coincidido con el nacimiento del Partido Nacionalista Catalán, el proyecto liderado por Marta Pascal, que busca reeditar en Cataluña el éxito del PNV. Y en un momento en el que las relaciones entre Junts y sus socios de ERC están en uno de sus peores momentos.
ERC se ha sumado durante la crisis del coronavirus al carro de conseguir concesiones del Gobierno. Pedro Sánchez accedió durante la desescalada por fases a dos peticiones de los republicanos: que las comunidades que se encontraran en fase 3 gestionaran la culminación de la desescalada y el desembarco en la nueva normalidad, y que las autonomías podrán participar en la gestión de fondos europeos.
Con esas credenciales, ERC puede presentarse en Cataluña como responsable no solo de que serán las comunidades las que gestionen parte del dinero de Bruselas y la nueva normalidad, sino como responsable de mantener al PSOE y a Unidas Podemos sentados en la mesa de diálogo entre Moncloa y Govern. Rufián puso en un aprieto a su socio que ahora mueve ficha.