Puertas abiertas a la estupidez
La situación hoy de la salud pública en España ha retrocedido décadas desde que la implementó el ministro socialista Ernest Lluch.
Esta emergencia sanitaria está dejando a la humanidad varias lecciones, pero sobre todo al mundo capitalista (porque el llamado ‘tercer mundo’ tiene sus propias maldiciones y penas que pasan desapercibidas en los norte, paludismo, malaria, fiebre amarilla, ébola…). Quizás la más importante sea que el mejor estado no es el menor estado, sino justo lo contrario. Porque no es lo mismo estar a las duras que las maduras.
Hay estados que se han negado a aceptar la vulgaridad del minimalismo simplón y del pensamiento que considera que cada regulación es una restricción de la libertad o esa estupidez de que “el socialismo fracasa cuando se les acaba el dinero de los demás” que aconsejaba Margaret Thatcher; pero otros que han aceptado como verdad dogmática esa retórica de economía no intervencionista ahora lo están pagando caro.
Y quienes en condiciones normales de presión y temperatura abominaban de la injerencia de los gobiernos en la economía, ahora no solo la aceptan sino que exigen imperiosos que ‘papá Estado’ les ayude. Porque como ya habían descubierto los clásicos, in medio virtus. En la Europa moderna este principio lo aplicó la derecha demócrata cristiana y la izquierda socialdemócrata. Su desconocimiento llevó a Albert Rivera a estrellarse contra la rompiente porque se dejó llevar por los arrullos de demonios y hasta de diablillos de andar por casa disfrazados de glamurosas sirenas.
La teoría de la ‘mano invisible’ del mercado que autorregula la oferta y la demanda con asepsia quirúrgica se ha venido defendiendo con ignorancia de una de las prevenciones del propio Adam Smith, la de que cuando dos o más empresarios se reúnen en en una habitación cerrada, lo primero que hacen, precisamente… es conspirar contra el mercado. Pero la catástrofe sanitaria es de tal magnitud que hasta Donald Trump se ha visto obligado a aplicar las recetas de su odiado Keynes, aunque probablemente no sepa cabalmente quién fue, inyectando cientos de miles de millones de dólares en la economía, y en la sociedad, incluso con cheques personales, de Estados Unidos. La campaña electoral modula los principios, por muy sacrosantos que sean.
Las lecciones españolas que deben aprenderse y hasta figurar de alguna manera en los libros de texto de los próximos cursos académicos, deben incorporar algunas vivencias y peculiaridades nacionales, también compartidas por otros países. Una de ellas es que no se puede olvidar la tercera ley de Newton, cuya redacción más común y asequible es la de que: “A cada acción siempre se opone una reacción igual pero de signo contrario”, porque como ya no hay clases de latín en el bachillerato, y muy pocas en las universidades, la de actioni contrariam semper aequalem esse reactionem es más inasequible para la gente corriente.
Acciones temerarias y soberbias que ahora están pasando factura, aunque se ignoren a propósito, son entre otras muchas el arrinconamiento y ninguneo de la salud pública o la irresponsable y cruel venta a fondos buitre de viviendas sociales en Madrid, dos puntas de iceberg.
La salud pública es un concepto, como un escudo para evitar el lanzazo, que engloba la prevención de la enfermedad, la protección y la promoción de la salud, que cuenta con instrumentos como los servicios de epidemiología, de seguridad alimentaria, de sanidad ambiental, etcétera. Y todo eso está desarbolado en toda España, porque, en efecto, no hay fronteras territoriales, ni municipales ni autonómicas, para el papanatismo, la irresponsabilidad y la incompetencia. Luego están la atención primaria y la hospitalaria. Pero sucesivos gobiernos regionales se han obsesionado solamente en reducir las listas de espera, trabajando al revés de lo que dicta la ciencia y la experiencia: de arriba a abajo, en vez de abajo hacia arriba.
La situación hoy de la salud pública en España ha retrocedido décadas desde que la implementó el ministro socialista Ernest Lluch, autor (con su equipo de expertos) de la innovadora ley que creó el Sistema Nacional de Salud. ¿No serían menores las listas de espera si hubiera funcionado el cortafuegos de la prevención en la detección temprana de la diabetes, la contaminación medio ambiental, la hipertensión, la obesidad, el sedentarismo, el tabaquismo, las drogodependencias, las patologías mentales…?
Un aún reciente episodio madrileño, la obsesión enfermiza del PP contra cualquier iniciativa de la alcaldesa Manuela Carmena, llevó a la derecha a proclamar orgullosamente que la contaminación, los humos y lo ruidos del tráfico, eran una seña de identidad de la capital, y que no estaba demostrado que la contaminación matara. ¿No se acuerdan?
Los trucos para disimular la elevada polución del aire sin duda alguna tiene repercusiones en la salud de los madrileños: los enemigos ‘invisibles’ sólo suelen verse cuando ya es tarde y hay que engrosar las ‘listas de espera’.
Una de las primeras voces (si no la primera) que ha clamado públicamente y con claridad en este desierto y a propósito de la pandemia del Covid-19 ha sido la del doctor Antonio Zapatero, jefe médico del hospital de Ifema, en una entrevista con El HuffPost: “No hemos dado a la salud pública la importancia que tiene”. Pero no solamente no se le ha dado la importancia que tiene, sino que se ha ido llevando a cabo su minucioso desmantelamiento… en prácticamente todas las comunidades autónomas. “Los sanos y los curados no son negocio”, me dijo una vez un médico de la privada harto de ron.
Si la epidemiología hubiera estado mejor dotada de personal, sobre todo, y medios, la respuesta contra el coronavirus hubiera sido mucho más temprana y eficiente. No sé si incluso ahora las ‘autoridades sanitarias’ regionales y sus coros y danzas folklóricos han caído en la cuenta de que epidemiología viene de epidemia, y el Covid empezó siendo una epidemia hasta evolucionar a pandemia.
Un ejemplo más, con efecto retroactivo, fue cómo el Partido Popular corrigió de plano las limitaciones de la Ley de Costas de 1988 (de Cosculluela) que protegía el litoral español. La llegada del calentamiento global ha castigado duramente, sobre todo, a las zonas que con el ministro Arias Cañete se desprotegieron en el Levante y Sur de España. Lo cual tiene, y tendrá efectos, invisibles primero, y visibles después, sobre la calidad de vida y… sobre la salud como segunda derivada.
Otra de las lecciones –aparte de que todos los gobiernos deberían contar con urgencia al menos con una secretaría de Estado o una viceconsejería de ‘Lecciones Aprendidas’– sería la importancia de la política de viviendas sociales.
Con motivo de las medidas de emergencia para los sectores más desfavorecidos, el Gobierno contempla una serie de ayudas para el alquiler, que con carácter inmediato la extrema derecha y muchos de los tarados que se esconden en las redes sociales han convertido en casus belli al proclamarlas como doctrinas comunistas del ‘eje del mal’.
Y son una consecuencia directa de la tercera ley de Newton: cuando la derecha quiso hacer caja en la crisis disparada por la avaricia financiera de 2008 lo hizo profundizando en sus verdaderas causas: la venta a bajo precio de miles de viviendas sociales en Madrid fue un claro ejemplo de ‘intervencionismo negativo’ de un Estado entregado a los charlatanes y trapisondistas que provocaron con su avaricia la Gran Recesión.
Esta venta masiva desequilibró el mercado y alteró el funcionamiento de la famosa ‘mano invisible’, que muy poco después de su invención por Mr. Smith (que dijo también, aunque se olvida, que “ninguna sociedad puede prosperar y ser feliz si en ella la mayor parte de sus miembros es pobre y desdichada”, y en España ha aumentado peligrosamente la brecha social indicadora de ese fenómeno) ya era sobradamente conocida por el axioma de que ‘moro viejo no aprende idiomas’.
La invasión de los especuladores, a los que la derecha dio manga ancha, disparó los precios de los alquileres, que aumentaron aún más con la introducción salvaje y descontrolada de las ‘viviendas vacacionales’, que alteraron las reglas del juego, sobre todo en las grandes ciudades y ciudades turísticas.
Frente a las evidencias, sin embargo, siempre quedan los bulos, las trolas de las ‘verdades alternativas’ y las mentiras morrocotudas que mejoran las invenciones lunáticas del célebre barón de Munchausen de la ficción. Pero hay una premisa para que sean creíbles y tengan efecto tremending tropic: hay que decirlas con la convicción, la irritación, la gallardía y el donaire señoritil de un político como Rafael Hernando.
Y así nos ha ido, nos va, y nos irá yendo.