¿Puedo tener una opinión moderada sobre Rosalía?
Es triste ver cómo las figuras del compositor y del instrumentista pasan a un segundo plano y ceden su puesto al productor como el artífice decisivo de un disco.
Atención, prepárense para leer la afirmación más escandalosa que cabe defender en nuestros días. No siga leyendo si padece enfermedades cardíacas o si es una persona altamente impresionable. He dudado mucho a la hora de escribir este artículo, pero finalmente he comprendido que un columnista ha de estar a las duras y a las maduras, y no puede echarse atrás ni siquiera cuando sabe que se va a ganar la antipatía de todos los lectores. En fin, no digan que no les avise. Allá voy: considero que Rosalía está, bah, bien, del montón. Ni me gusta ni me disgusta. ¿Rosalía? Bueno, vale, sin más. ¿“Motomami”? Sí, bien, tiene momentos. Puede parecer una opinión moderada, pero hoy en día tener una opinión moderada sobre Rosalía es una postura radical.
Porque se ha vuelto obligatorio defender que o bien es un ser colosal de otro planeta, la mayor artista mundial desde Ma Rainey, la mismísima hija adolescente de Ella Fitzgerald y Lola Flores, o bien es el mayor timo de la historia del rock and roll, la prueba de la decadencia irreversible de la cultura de masas, el último peldaño que quedaba por bajar después de Locomía. Y creo que ambas posturas se equivocan. Si toca, perdón, si actúa en las fiestas de mi pueblo me acercaría a verla. Si hay que coger el coche para ir al pueblo de al lado, pues no sé… depende de otros planes que tenga. A veces pongo en casa “Motomami”, está bien, aunque me sigue gustando más “El mal querer”, que tiene menos actitud, menos Miami y menos primeras ideas, los tres grandes problemas de la música actual.
Es triste ver cómo las figuras del compositor y del instrumentista pasan a un segundo plano y ceden su puesto al productor como el artífice decisivo de un disco. La música se marveliza y los efectos especiales mandan también ahora en las canciones. Y no cabe duda de que pagaremos caro el fin de la guitarra como la base de todos los estilos de música popular durante cien años. Sin un instrumento barato, que se lleva al hombro cómodamente y se basta para interpretar un tema de principio a fin, no hay canción popular que valga. No hay saoko papi saoko que pueda sustituir a la canción popular. Y esas voces sintetizadas… Ya sé, ya sé: siempre que aparece un movimiento nuevo salen los de siempre a quejarse y a decir que es una porquería. Eso sí, nueve de cada diez veces el tiempo les da la razón.
Pero una de cada diez, no. “Motomami” es sincero. Mezcla con valentía estilos muy diferentes y no presume de ello, a pesar de que demuestra manejar palos muy grandes con soltura y suficiencia. En la era de la cobardía, la catalana corre riesgos por el simple placer de correrlos, y en ningún momento se deja llevar por esa pedantería que tantas veces convierte el talento de una artista en una auténtica… eh… cruz. El tesoro está ahí para el que quiera acercarse sin prejuicios a la obra y descubrirlo. Es curioso: al final, no es que mi opinión sobre Rosalía sea moderada, sino que sus enormes defectos y sus enormes virtudes se me equilibran y hacen que mire con recelo a todos los que la alaban y a todos los que la critican. Se mire como se mire, Rosalía es excesiva. Y eso, bah, está bien. Sin más. Del montón.