'Prostitución', mucho gusto, mucha gracia, mucho amor
La posición de la obra está al lado de todas esas mujeres, muchas, y hombres, pocos, que venden su cuerpo. Tratando de que se entienda su necesidad.
Confirmado. Prostitución de Andrés Lima y sus habituales compañeros de viaje en el Teatro Español es un éxito. Ni la crítica ni el público se la quiere perder. Las razones son varias. La primera sus tres actrices. Capaces de habitar todas las prostitutas (y hasta chaperos) que están en la función. La segunda, un texto que sabe contextualizar de qué se está hablando. La tercera, que se ha puesto en escena de una forma totalmente teatral. La cuarta, la destilación a la que ha sido sometido el espectáculo. De tal manera que con un contenedor en un espacio vacío, una música bien seleccionada e interpretada y maneras del cabaret, la revista y el café cantante argentino son capaces de entusiasmar a un espectador que interrumpe varias veces la, algo larga y algo panfletaria, función con aplausos.
La propuesta pertenece a una de las tendencias teatrales tan en boga hoy en día. El teatro documental. Ese que se hace recogiendo datos e historias de la realidad y los trabaja para construir una ficción que cuente dicha realidad. Pero también pertenece a otro tipo de teatro. El teatro político. Ese que con tan solo nombrarlo hace saltar las alarmas en muchos espectadores porque se confunde político con ideológico, e ideológico con “sospechosamente” de izquierdas. Olvidando que las derechas también son ideología. Olvidando que político es todo lo que se hace en el espacio público, toda posición que se toma o no se toma en la plaza del pueblo, hasta la pequeña decisión o no de comprar el pan en el chino de la esquina.
En este sentido, Prostitución se posiciona. Su posición es al lado de todas esas mujeres, muchas, y hombres, pocos, que venden su cuerpo. Tratando de que se entienda su necesidad. Una necesidad que está marcada o condicionada por sus ganas de (sobre)vivir, “tu ya sabes” que diría Isabella, una de las tantas personas que Carmen Machi habita en la función con mucho gusto, mucha gracia y mucho amor. Algo que construye humanidad al instante y que desarma cualquier barrera o elimina cualquier distancia que pudiese haber entre el público y esa persona o personaje.
Gusto, gracia y amor que también despliegan las otras dos actrices: Nathalie Poza y Carolina Yuste. La primera confirmando, una vez más, lo buena actriz que es. A la que le toca abrir la función diciendo datos. Los fríos datos de la prostitución en España. El número de personas que se dedican a esto. La cantidad de dinero que mueve. El gasto medio por familia al año que supera el gasto medio familiar de fruta al año. Mientras Carolina, que con esta función pasa a jugar en la premier league teatral donde se debería quedar, hace un baile sensual, suciamente provocador, desde su tersa y bien puesta juventud. Convirtiendo la escena en una especie de concierto previo en el que los teloneros calientan el ambiente.
Datos crudos que serán convertidos en carne por esas tres buenas actrices. Una carne de cañón que será cocinada a fuego lento y entregada por Lima, el director, y Boronat, el dramaturgo, para ser saboreada, paladeada y tragada por un espectador que probablemente saldría huyendo de las personas que convocan en escena y de los márgenes que estas personas habitan. O que si los visita y habita suele ser en la clandestinidad y en silencio, a no ser que vayan en manada. Una visita rápida para consumir un servicio más de los que ofrece una sociedad explotadora y explotada. Lejos del glamour que ofrece una película como Pretty Woman (con la que es habitual que las televisiones contraprogramen el fútbol.) Un servicio que tiene sus clientes y su precio. Que condena a la soledad a las que se dedican a ello. Una soledad que llena, satisface, las soledades del cliente por muy breves momentos, tras los que se agranda.
Esta obra documenta cómo esas necesidades van construyendo nuestra sociedad. Cómo las palabras van construyendo un discurso que hasta tiene y se celebra con música, impagable la escena en la que se canta Pichi, la conocida canción de Las Leandras. Cómo ese discurso se va concretando en leyes que antes que proteger, oprimen, marginan y criminalizan una realidad. Mantienen a las putas y a sus puteros. La de estas pobres diablas que quedan a merced de cualquier mafia, de cualquier chulo, de cualquier empresario, de cualquier cliente, de cualquier enfermedad, de cualquiera que se crea con derecho a aprovecharse o desprenderse de ellas. Así, sin más.
Mientras tanto ellas (y los pocos ellos que practican el oficio) esperan sentadas. Hablan de sus cosas. De la vida. Charlas interrumpidas para atender una llamada del negocio. Pasar a la parte de atrás y dar un servicio. Como en cualquier centro de trabajo, cuando paran, hablan de sus condiciones laborales, de las ventajas de ser autónomas o de trabajar en una empresa. Y, también, hablan de aspectos más prácticos o más teóricos, más ideológicos. Igual que ríen y comentan la realidad. Incluso tararean, cantan y bailan. Como cualquiera. Todo esto sirve para escribir y construir un espectáculo que aleja la obra del tratado sesudo o del ensayo anagrámico. Le otorga vida, pulsión, tensión a una historia humana que no parece que vaya a tener fin, por mucha indignación que se le ponga.