Primero me quedé embarazada y luego busqué el amor
“Conozco a la persona perfecta para ti. Es muy graciosa, inteligente y tímida pero muy dulce”, me explicó mi amiga Elle para intentar convencerme de que aceptara una cita con una vieja amiga suya de la universidad. Me quedé mirándola con dudas y mi hija de dos meses se revolvió en su carrito. “¡Y le encantan los niños!”, añadió Elle muy oportuna y con demasiado entusiasmo.
Elle siguió insistiendo en que mi condición de madre lesbiana soltera no significaba que tuviera que vivir sola y en castidad. Pese a mis reticencias, accedí a mantener una cita con su amiga.
Dos semanas después, estaba tomando un café con la amiga de Elle, Diane (no voy a usar su nombre real). Era tan dulce y graciosa como Elle había prometido. Sin embargo, durante la conversación no pude pensar más que en mi bebé, que estaba a cargo de otra persona por primera vez en su corta vida.
Un mes después de nuestra primera cita, Diane y yo fuimos a un concierto de verano en el parque. Oí llorar a un bebé entre la multitud e instantes después, a mi camiseta le salieron dos grandes lamparones en el pecho, lo que atrajo la atención de la gente a mis pechos lactantes y a la ausencia de mi bebé. Me fui del concierto antes de hora, mortificada por lo que había sucedido y horrorizada por haberme atrevido a salir con alguien.
¿Qué demonios hacía pensando que podía tener una vida independiente de mi bebé? Esa misma noche le dije a Diane que solo podía darle mi amistad.
Diane no fue mi primera cita en esa época de mi vida. De hecho, había quedado con más mujeres estando embarazada. Con poco más de 30 años, decidí que ya había puesto bastante en orden mi vida como para ser madre. Tenía un trabajo estable y seguridad financiera y me sentía más preparada que nunca para hacer realidad mi sueño de tener hijos. Solo me faltaba una cosa: pareja.
Como lesbiana, siempre fui consciente de que necesitaría un donante masculino para concebir. Simplemente, no me imaginé que pasaría por todo el proceso yo sola. Gracias a la ayuda de un conocido que me donó su esperma, me quedé embarazada por inseminación artificial con 32 años.
Aunque me sentía cómoda con mi decisión de ser madre por mi cuenta, seguía interesada en salir con mujeres y no me había rendido en el amor. Aunque estaba haciendo las cosas “en el orden inverso” (quedarme embarazada y luego buscar el amor), publiqué mi perfil en una página web de citas.
“En mi tiempo libre, me gusta leer, jugar a Scrabble, hacer piragüismo y ver musicales en el teatro. Máxima sinceridad: estoy embarazada como madre soltera por voluntad propia”.
Le di a publicar con las manos sudorosas y estresada al pensar en lo surrealista que me parecía buscar el amor o algo parecido mientras estaba embarazada. Ni siquiera sabía si alguien contactaría conmigo. ¿Quién querría salir con una mujer embarazada?
Cuando volví a entrar a la página varios días después, me sorprendió ver varios mensajes para mí. Algunos eran de mujeres que tenían curiosidad por mi decisión de ser madre soltera porque se lo habían planteado y querían saber más del proceso. Otras mujeres tenían curiosidad por practicar sexo con una embarazada y así me lo hicieron saber. No me interesaba satisfacer la fantasía sexual de nadie, así que pasé de esos mensajes.
Unos pocos mensajes mostraban un interés sincero en mí. Hubo uno en concreto que captó mi atención, una pediatra residente de segundo año que parecía absolutamente tranquila con mi embarazo. Nuestra primera cita fue un postre por la noche y, al final de la velada, estaba enamorada de ella. La conversación fluía y una cita llevó a otra. Tras la tercera cita, no supe nada de ella. Completo silencio. Acudí a mi mejor amiga a llorar por la primera vez que habían desaparecido de mi vida sin decir nada.
A medida que mi vientre (y el resto de mi cuerpo) engordaba, empecé a sentirme como Jabba el Hut; la idea de intimar con nuevas personas me resultaba muy incómoda. Conforme se acercaba la fecha de mi parto, la idea de buscar una relación perdió fuelle, y cuando nació, mi hija pasó a ser mi vida entera. Salir con otras mujeres estaba en el último plano de mi mente.
Aun así, había momentos en los que deseaba no estar soltera. Notaba la ausencia de pareja cuando mi hija hacía algo nuevo o adorable; anhelaba compartir esos momentos preciosos con alguien que también la amara y la adorara como yo. No obstante, hasta que mi hija no tuvo casi 18 meses, no me sentí capaz de volver a la carga.
De nuevo, recurrí a páginas web de citas. Pensaba que mi condición de madre soltera disuadiría a muchas mujeres de interesarse por mí. Ya había oído todo eso de “no salgas con una madre soltera”. Sin embargo, en el mundo de las lesbianas, parecía funcionar al contrario: a muchas mujeres les gustaba yo porque era madre, no pese a que lo fuera.
Aunque mi intención de salir con otras mujeres no era para buscar a otra persona con la que criar a mi hija, tenía que meterla en la ecuación. Algunas señales de alerta que antes de ser madre podría haber ignorado ahora no se me podían pasar por alto.
Tuve muchas citas en cafeterías y ninguna de ellas fue digna de ser recordada, salvo la de la mujer que tenía una larga lista de exnovias y me enumeró los motivos por los que todas ellas estaban “locas”. ¡Siguiente! O la de la mujer que me preguntó poco después de sentarnos si todavía me salía leche, porque “le ponía”. ¡Siguiente! Sí que repetí cita con algunas mujeres, pero siempre andaba con precaución por si empezaba a vernos como una familia antes siquiera de haber conocido a mi hija.
Ya estaba bastante cansada por haberme pasado el día trabajando y persiguiendo a una niña pequeña por casa y las citas me terminaban de agotar. No pasó mucho tiempo cuando me resigné a quedarme soltera, pero de repente llegó a mi vida la persona correcta. Llevaba tiempo esperando que el universo condujera a esta persona a mi vida, porque yo ya me había dado por vencida en mi búsqueda.
Resulta que no apareció de la nada, pero sí de la forma más inesperada.
Durante mi embarazo y la infancia de mi hija, había detallado en un blog mi vida como madre soltera por decisión propia. Mi intención inicial fue crear una comunidad de madres y lo conseguí. Sin embargo, después de tres años, empecé a sentirme cada vez más incómoda por el exceso de detalles que compartía de mi hija en esa plataforma. Escribí un último post en el que dije: “Al cerrar este blog, abro espacio para otras cosas en mi vida”.
Menos de 24 horas después, una de esas “otras cosas” se presentó en mi bandeja de entrada. Era un mensaje de una madre de la comunidad que tenía una hija pequeña y que iba a echar de menos leer mis aventuras con mi hija. Empezamos a intercambiar correos y a escribirnos a diario y, tras meses de comunicación digital, nos conocimos en persona. Cuando nos abrazamos en el aeropuerto por primera vez, lo supe: era ella y movería montañas (o a nuestra pequeña familia) para estar con ella.
Bri y yo llevamos casi tres años en una relación a distancia. Ha sido complicado; tenemos una frontera y más de mil kilómetros entre nosotras casi todos los días. Nos reunimos tan a menudo como podemos y este verano por fin vamos a unir a nuestras familias a tiempo completo.
Aunque antes de conocerla ya había renunciado a tener citas como madre soltera, aún tenía un rayo de esperanza de encontrar el amor. Simplemente no quería pasar por la faena de buscar ese amor en páginas de citas y en incontables primeras citas, de modo que me había resignado de forma indefinida a seguir soltera.
¿Qué es lo que se suele decir? El amor llega cuando menos te lo esperas.
Este post fue publicado originalmente en el ‘HuffPost’ Estados Unidos y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.