El mundo en 2022: entre la recuperación, la desigualdad, el miedo y los nuevos liderazgos
El año viene cargado en la agenda internacional: habrá elecciones decisivas, graves tensiones que destensar y nuevos modelos de actuar. El optimismo es bastante relativo.
Venimos de un año convulso y vamos a por otro que tampoco augura calma. 2022 debería ser el tiempo de la recuperación económica y sanitaria tras la paralizante pandemia de coronavirus, pero también se augura incertidumbre -la que arrojan un buen puñado de elecciones determinantes, más el autoritarismo y el iliberalismo al alza-, miedos -a la desigualdad, al cambio climático, a las crisis comerciales y de recursos- y falta de liderazgos -nadie se ve realmente fuerte, nadie es ya la potencia indiscutible-.
“El futuro siempre es incierto, pero la incertidumbre ahora no es tanto sobre el qué, sino sobre el cómo, el quién y el hasta cuándo. No es un problema de diagnóstico”, reconocen los expertos del Barcelona Centre for International Affairs (CIDOB), en sus previsiones para este año nuevo. El virus ha puesto el mundo patas arriba, pero no sólo es su culpa: se han puesto en tela de juicio alianzas hasta ahora inquebrantables o valores a los que nadie rechistaba; se han deteriorado unos lazos y robustecido otros, generando nuevas rivalidades; la contestación social ha entrado en juego como un actor tan determinante como explosivo; ha fallado la gobernanza internacional y estamos a merced, además, de las crisis energéticas, las disrupciones en el comercio o los fallos de ciberseguridad. Y todo a la vez, que es una de las novedades de este tiempo: la simultaneidad.
A partir de la proyección del CIDOB y de la elaborada por el Eurasia Group, se aprecia la dependencia de la evolución del coronavirus en la gestión de todo lo demás que pase en el planeta. Siguiendo la tendencia iniciada en 2021, los países desarrollados irán recuperando la normalidad, aunque sea la nueva, dependiente de las nuevas variantes del virus, la protección que otorguen las vacunas y los debates domésticos sobre limitaciones que haya que imponer.
El 2021 terminó con un nuevo pico global de contagios de covid-19, y aunque dado el aumento de casos por la variante ómicron no se ve cerca el fin de la pandemia, se ha observado que los niveles récord de las infecciones están encontrando poblaciones altamente vacunadas, reforzadas por más vacunas disponibles y tratamientos efectivos que minimizan severamente los riesgo de hospitalización y muerte, lo que lleva a concluir que es probable que en poco tiempo el planeta pueda empezar a pasar la página de la enfermedad.
Sin embargo, esto podría verse estancado globalmente ante la brecha de vacunación entre países ricos y pobres y ante las políticas de cada país para contener el avance de la enfermedad. Habrá que estar muy pendientes del reparto de las dosis, vergonzosamente desigual entre los países ricos y los más necesitados (del 90% al 0,8%). Si a estos últimos no llegan los viales, tampoco podrá llegar la recuperación. Para quién, para cuándo, en un mundo en el que el 82% de los 72 nuevos millones de pobres están en países de rentas medias. El modelo desigual que destapan las vacunas es mucho más hondo y arraigado de lo que queremos ver.
Los expertos auguran una mejora en el comercio, tras el bloqueo de inicios de otoño generado por la tormenta perfecta que causó escasez de bienes y aumento de precios, con inflaciones nunca vistas en 30 años. De nuevo, las economías en desarrollo serán las que peor lleven esa remontada, cuando las subidas se centran especialmente en alimentos y combustibles.
China, la fuerza imparable
Con la pandemia (que podría pasar a ser epidemia o endemia) como fondo, 2022 es un año en el que no hay que desviar la mirada de China, dispuesta a reafirmar su pujanza mundial. Hay dos frentes abiertos especialmente preocupantes: la disputa por el mar de la China Meridional y Taiwán (que en el último trimestre de 2021 vivió episodios tensos de movimientos milites y gestos amenazantes), que se extiende a su interés en tener influencia en la zona del Indopacífico (lo que está llevando a EEUU a reforzar su presencia en la zona a marchas forzadas, como evidencian alianzas locales como el reciente acuerdo Aukus).
A ello se suman los Juegos Olímpicos de Invierno de Pekín, que se celebran en febrero y ya están siendo boicoteados diplomáticamente por EEUU o Reino Unido, y la guerra comercial de fondo con Washington y Bruselas. Se inició con Donald Trump y se ha transformado en pandemia, forzando a un debate sobre nacionalismo y deslocalización que seguirá marcando los meses por venir. El norteamericano Joe Biden está lanzando una estrategia mixta de cooperación en materias de común preocupación y enfrentamiento allá donde se pisan los intereses de las superpotencias.
El gigante asiático sí afrontaría un problema interno que amenazaría con desestabilizar su política y que tiene que ver con el enfoque del país ante la pandemia. Y es que China se aisló del mundo bajo su política de covid cero, lo que llevó a que el país se cerrara afectando la logística mundial e incluso llevando a que su población no tenga los anticuerpos suficientes ante nuevas variables. Toca aumentar el consumo interno y reducir la dependencia de Occidente, con el fin de lograr autosuficiencia, pero todo está en el aire ante las cepas por venir.
Los peligros de conflicto abierto
Las tensiones geopolíticas más esperadas vendrán también por el flanco ruso. “Las relaciones entre Estados Unidos y Rusia están al filo de la navaja”, dicen literalmente en el Eurasia Group, que señala que Moscú está a punto de precipitar una crisis internacional, ya que el presidente Vladimir Putin ha amenazado con ruptura total de las relaciones con Occidente y con EEUU si se imponen nuevas sanciones contra Rusia por la situación en Ucrania. Ambos países, además de la Unión Europea, han intercambiado advertencias lo que podría derivar en un conflicto diplomático con consecuencias mundiales. De momento, las tropas rusas siguen concentradas al otro lado de la frontera con Ucrania y el tira y afloja no ha cruzado líneas rojas irreversibles.
El papel de Putin será esencial también para la evolución de conflictos como el de Siria, que afronta ya 11 años de guerra, o Bielorrusia, con Alexandr Lukashenko, último dictador de Europa, provocando a Bruselas con la disidencia y la inmigración.
Muy pendientes en este año hay que estar de los vecinos del sur de España, Marruecos y Argelia, enfrentados como nunca en décadas a causa del conflicto saharaui, las relaciones de Rabat con Israel y el gas, un choque diplomático que no ha ido a más pero tan imprevisible que cada incidente armado en la frontera -y van unos cuantos- hace saltar las alarmas.
Otra de las preocupaciones del 2022 tiene que con que el presidente turco Recep Tayyip Erdogan, que arrastrará la economía y la posición internacional de Turquía a nuevos mínimos en 2022 mientras intenta revertir sus números de las encuestas, en caída, antes de las elecciones en 2023. ¿Nuevas incursiones en Siria, plantón en su cooperación con la UE en materia migratoria? ¿Algo más serio? Está por ver. Lo mismo que el avance de las negociaciones para la vuelta al acuerdo nuclear con Irán. Las relaciones diplomáticas con EEUU se encuentran congeladas, mientras que desde Washington buscan una estrategia alternativa para frenar posibles avances en las investigaciones. De mantenerse ese panorama, estas presiones chocarán este año, aumentando los precios del petróleo y los riesgos de un conflicto. Teherán, no obstante, asegura que está por el acuerdo.
La guerra híbrida, tan cacareada el pasado año con Bielorrusia, será “muy recurrente”, dice el CIDOB, y podría ser peligroso que empezase a coexistir con mayores demostraciones de guerra convencional.
Los conflictos irresueltos que dejó el 2021 siguen de fondo: desde la llegada de los talibanes al poder en Afganistán, donde se espera una vuelta de tuerca en su política represiva basada en la sharia y un recrudecimiento de la crisis humanitaria del país, suma de integrismo, bloqueo de fondos, incapacidad de gestión y sequía, al riesgo de genocidio en Tigray, Etiopía, donde se intensifica la violencia, las violaciones de derechos humanos en Myanmar tras el golpe de estado o, más cerca, los choques en la frontera entre Armenia y Azerbaiyán, pese al débil armisticio actual.
Madrid será, de paso, la sede de la cumbre anual de la OTAN, clave tras la salida desastrosa de Afganistán, en un momento de tiranteces entre los socios de Washington, Londres y Bruselas y cuando se hace fuerte el concepto de autonomía estratégica entre los europeos, o sea, más independencia para decidir qué flanco atender, qué socio apoyar, qué lazos reforzar y a qué conflicto o postconflicto enviar a su gente.
Se añade el fenómeno de que las tensiones internas en el fuero de las grandes potencias ha llevado a que disminuyan los intereses de aventuras de política exterior, además. Afganistán es buen ejemplo de ello. El desinterés es insólito si comparamos con años anteriores. Prima lo local, lo doméstico. Eso aumenta el riesgo a levantamientos, desmanes, integrismos... no con una visión paternalista o colonialista, sostienen los expertos, sino porque se dejan a medias procesos y consolidaciones estatales.
De ahí que uno de los principales riesgos que se prevé para este 2022 es un aumento de la conflictividad social. Tras la resiliencia que ha tenido que crear la sociedad para sobrevivir a dos años críticos, ha llegado la reflexión. En un mundo conectado por las redes sociales y con fácil acceso a la información, ciertos procesos locales y regionales se podrían tornar más explosivos, porque existe el sentimiento de que las crisis económicas no tienen el mismo efecto en todos los lugares. Esto ha sido así ya en manifestaciones, protestas y conflictos sociales que han surgido en países con altos índices de desigualdad tanto en África, Asia, Europa y América Latina.
Nuevos líderes, nuevos liderazgos
Las elecciones que se han de celebrar en este 2022 son apasionantes. Tendrán lugar en grandes potencias, como las legislativas de mitad de mandado en EEUU en las que Biden se juega la mayoría para sacar adelante sus apuestas de gestión y, también, la popularidad. De esos resultados dependerá que opte a la reelección en 2024, un un punto de inflexión histórico, en el que podría revivir la figura de Donald Trump. Las votaciones, previstas para noviembre, se dan en medio de un ambiente de tensión por acusaciones de fraude tanto de demócratas como de republicanos.
Otro grande que va a las urnas es Francia, que vive presidenciales, en las que Emmanuel Macron parte como favorito; se espera que llegue a la segunda vuelta con la ultraderechista Marine Le Pen, pero habrá que ver el porcentaje de apoyos en un momento en que trata también de hacerse con el papel de líder europeo y asume este semestre la presidencia rotatoria de la UE. Interesante saber si los socialistas de Anne Hidalgo empiezan a remontar o si el ultra-ultraderechista Eric Zemmour pasa de ser fenómeno social a aspirante serio.
En Europa también nos toca de cerca, este mismo enero, lo que vote Portugal, en unas elecciones adelantadas por la imposibilidad del Gobierno socialista de Antonio Costa de sacar adelante los presupuestos con ayuda del resto de la izquierda.
Los ciudadanos votarán también en países donde el populismo y el ultranacionalismo han crecido notablemente en los últimos años, como en Hungría, Serbia o Brasil. En este país, Jair Bolsonaro se enfrenta al retorno ascendente de Lula da Silva, ejemplo del nuevo giro a la izquierda de América Latina que, tras victorias en Perú y Chile, buscará un refuerzo, también, en las elecciones colombianas.
Hay comicios en Corea del Sur, Australia, Filipinas, Libia, Líbano y Kenia, todas de enorme trascendencia regional y en el plano mundial, por ver alianzas y servidumbres, y habrá refrendos constitucionales en Chile y Túnez, de enorme importancia para los derechos de sus vecinos.
El alma de Europa
Los nuevos liderazgos afrontan un test especialmente significativo en Europa, que se tiene que mirar en el espejo y decirse claramente lo que quiere y no quiere ser. El mundo da vueltas, hay mil retos que afrontar, y hacen falta respuestas políticas, pero ¿de qué tipo? Es la gran pregunta.
Toca reconfigurar el mapa de alianzas, porque algunas de las sabidas no funcionan como deben (EEUU), porque otras se han perdido por el camino (Brexit). Toca abordar un nuevo equilibrio interno, tras la marcha de la alemana Angela Merkel, ver quien tira del carro ahora que Olaf Scholz tiene aún que aterrizar y atender lo de casa, qué nuevos ejes se construyen (el Roma-París va tomando fuerza) y tomar decisiones sobre los socios del club comunitario que sacan los pies del tiesto en materias como inmigración o estado de derecho (como ocurre con Polonia o Hungría, pese a que el llamado Grupo de Visegrado está empezando a cambiar).
Bruselas tiene que aplicar los planes de recuperación contra la covid-19 y fiscalizar el gasto que se hace de ese dinero, decidir estrategias comunes de salud por lo que pueda venir, impulsar políticas de seguridad y defensa más autónomas y, a la vez, pelear con China en su guerra comercial, mirar a Rusia y sus posiciones en Ucrania y Bielorrusia, estudiar la ampliación de sus socios al este, impulsar de una vez políticas comunes en el plano migratorio y, aún, cerrar el Brexit, hoy atrancado en Irlanda del Norte y Gibraltar, sobre el que se esperan tensas negociaciones.
Reino Unido aguarda, en mitad de una enorme crisis de popularidad de Boris Johnson, a que se resuelva este contencioso, sobre el que anuncian exigencias nuevas cada poco y que sirve de cortina de humo ante la crisis del coronavirus y el comportamiento poco ejemplar de sus dirigentes al respecto. Al menos en Londres este año celebrarán los 70 de reinado de Isabel II. Ella sí que es una líder incontestable.
El compromiso de los 1,5 grados
En la pasada Cumbre del Clima, la COP26 de Glasgow, se mantuvo vivo el objetivo de limitar el calentamiento global en 1,5 grados para 2100 con respecto a los niveles preindustriales. En este año, hay que pelear para que ese objetivo sea real o papel mojado. Es el momento de buscar soluciones permanentes y de ahí debates como el de las fuentes de energía verdes, lanzado por Europa con el gas y la nuclear.
En 2022, los objetivos y avances en materia de descarbonización a largo plazo chocarán con las necesidades energéticas a corto plazo. “Es un momento especialmente disruptivo en la transición global de los combustibles fósiles a las energías renovables. El resultado será mayores precios de la energía para los consumidores como una colisión de políticas a corto plazo con metas climáticas”, señala el informe del Eurasia Group.
En 2021, los gobiernos anunciaron compromisos ambientales, pero luego se desviaron hacia los subsidios y otras intervenciones de política, ya que las distorsiones económicas creadas por la covid-19 y las interrupciones de la cadena de suministro crearon escasez de energía, una situación que termina por retrasa los objetivos climáticos o resistir en un entorno de mercado energético hostil e impredecible.
“La tensión entre los objetivos ecológicos y la necesidad de mantener bajos los costos de la energía resultará políticamente tóxica este año, con un aumento de costos de la energía, una mayor volatilidad de los precios y una creciente presión sobre los consumidores para que cambien su comportamiento”, añaden.
Se puede decir que en aquella COP se lograron los objetivos políticos, pero no los de la calle, por lo que se espera un año de intensas movilizaciones en las calles por el clima. Más aún cuando la COP de 2022 se celebra en Sharm El Sheikh, Egipto, un país en el que los derechos humanos brillan por su ausencia. Tocará implementar lo pactado y ver qué se cumple realmente de los Acuerdos de París, mantener el objetivo del calentamiento y lanzar nuevos planes nacionales y regionales, indica el CIDOB.
La tecnología y sus desafíos
El segundo gran riesgo mundial tras la pandemia es, según Eurasia Group, el manejo de datos en un mundo cada vez más tecnológico, que plantea nuevos desafíos para el orden global. Según su informe, los estados se enfrentan hoy a una nueva competencia de empresas tecnológicas que amenazan dicho orden. “De hecho estos últimos (las compañías) ejercen una forma de soberanía sobre una dimensión completamente nueva de la geopolítica: el espacio digital”, advierte el documento.
El riesgo entonces es que el futuro está siendo moldeado por empresas de tecnología y proyectos descentralizados de blockchain y los estados no podrán detener esta tendencia.
Las mayores empresas de tecnología están diseñando, construyendo y gestionando una dimensión completamente nueva de la geopolítica con una profunda influencia pues incluso deciden lo que las personas ven y oye bajo modelos de algoritmos que permiten trascender en sus vidas y hábitos. En el futuro cercano, afirman, las personas pasarán más tiempo en el espacio digital y agrega que el desarrollo del metaverso, magnificarán todos los problemas de la gobernanza digital.
En lo puramente empresarial, y aunque las marcas más importantes del mundo están obteniendo beneficios récord, se enfrentan a pérdida de cultura, debido, entre otras cosas, a la exposición en las redes sociales, en el que los consumidores tienen el poder y que hace que las empresas deben volverse más atractivas para las nuevas contrataciones.
Muchos frentes abiertos sabidos, a los que se sumarán los que nunca se esperan y acaban copando titulares. Como dicen los tuiteros, what a time to be alive.