Por una monarquía poliamorosa
¿No queríamos Unión Europea? La monarquía poliamorosa puede convertirse en el aglutinante del continente.
Oye, que a lo mejor lo estamos interpretando todo mal, y resulta que algunos comportamientos de miembros —bueno, vale, exmiembros— de la familia real española no son fruto de una vida de lujo y privilegio, sino una muestra de que estamos ante la familia más vanguardista y woke de todo el Estado de las Autonomías. La idea me vino a la cabeza tras ver varias veces durante esta semana a Iñaki Urdangarín protagonizando una noticia política que se comentó hasta la saciedad en los programas del corazón, digo, perdón, una noticia del corazón que se comentó hasta la saciedad en los programas políticos. Pero eso no fue más que el estímulo condicionado que me trajo en cascada a la memoria toda la interminable retahíla de descalificaciones que ha recibido el exrey exemérito en los últimos años debido a su conducta y vida afectiva.
Una terrible duda comenzó a carcomerme: ¿y si no fue así? ¿Y si en realidad Juan Carlos the First ha sido un visionario adelantado a su tiempo, y será recordado en el futuro como el mayor renovador de las monarquías de la galaxia? Al fin y al cabo, los regímenes monárquicos se han caracterizado siempre por encabezar los principales cambios sociales progresistas, como, por ejemplo, cuando… eh… cuando… bueno, cuando eso. Año 2122, libro de Sociales de 1º de Bachillerato: “La implantación mayoritaria del poliamor en las relaciones amorosas y familiares recibió un importante espaldarazo gracias a la influencia social del rey Juan Carlos, que, tras vencer al dictador Franco mediante la hábil estrategia de esperar a que se muriera de viejo, asumió la tarea de traer al país no sólo la democracia sino también la monarquía poliamorosa, a pesar de la incomprensión de muchos”.
Al fin y al cabo, la monarquía como régimen político ha experimentado numerosos cambios desde sus orígenes mesopotámicos hace cuatro mil quinientos años. Sólo hay un aspecto en el que el actual régimen de Felipe VI sigue siendo igual que el régimen de Sargón el Sumerio: la jefatura del Estado se transmite por vía sexual talámica en el marco de una familia monógama —¡pffffff!—. Por eso, la conducta sexual de los monarcas es una cuestión de Estado que en las democracias debería ser votada por el pueblo. La metamorfosis poliamorosa woke de la monarquía supondría una revolución tal en la historia de la Humanidad, que minucias como el fin de la monarquía absolutista, una ley sálica de más o de menos, o la entrada de cónyuges plebeyos a las familias reales, pasarían a ser notas a pie de página en los Trabajos de Fin de Grado de los estudiantes de Historia.
Imaginemos un futuro en donde la reina de Bélgica convive simultáneamente con un príncipe sueco y con el príncipe de Mónaco, que a su vez alterna cada mes a la reina de Inglaterra y a un joven que conoció haciendo equitación como cónyuges oficiales del Principado. Piensen en las posibilidades del poliamor para el establecimiento de sólidas relaciones diplomáticas entre España, Noruega, Dinamarca, ¡Liechtenstein!… ¿No queríamos Unión Europea? Pues la monarquía poliamorosa puede convertirse en el aglutinante de todo el continente, muy por encima de lo que son capaces de hacer las aburridas repúblicas incels. Y todo gracias a los Borbones. Dejemos que exinfantas y exmaridos de exinfantas vivan su relación según las normas que a ellos les apetezcan, y no despreciemos la posibilidad de que detrás de un paseo de la mano se encuentre el mayor cambio de la historia de Occidente.