Por quién doblan las campanas
Este artículo también está disponible en catalán.
Como hace exactamente un año, cuando nos hemos levantado el rumor de los helicópteros ya sobrevolaba el cielo.
Salgo a la calle y hay la gente habitual de mediados de agosto en Barcelona. Bajo por la rambla de Catalunya y me cruzo sobre todo con turistas, la mayoría no tiene cara de saber que hoy hace un año justo del atentado de les Rambles.
Llego a la plaza de Cataluña. Mucha policía, muchas barreras, un montaje considerable en su centro. Poca gente. Caras serias, contenidas, preocupadas. Un discreto control de bolsas para acceder a ella. En uno de sus lados, destaca la pancarta que no da la bienvenida al rey, con el monarca al revés siguiendo la tradición de Xàtiva, puesto que otro Felipe (el anterior, el V) la hizo incendiar tres veces y ningún borbón se ha disculpado jamás por ello. (¿En qué estarían pensando cuando bautizaron al actual con un nombre de tan amargo recuerdo, tan connotado?)
Por lo que he podido observar (soy bastante baja), el independentismo y el soberanismo se han comportado: algunos lazos amarillos en el pecho, a veces acompañados de uno negro y poco más. No es que no hubiera ningún estelada, es que tampoco había ni una bandera catalana. Bueno, sí, una, en el reverso de una española, exponente del nacionalismo españolista moderado. No era la tónica del españolismo que, contrariamente a soberanismo y a independentismo, ha acudido con enseñas de todo tipo: muchas banderas, banderolas, pañuelos en la cabeza a guisa de cachirulos, sombreros con la bandera, paraguas, abanicos.
Parecía que por la mañana mientras desayunaban chocolate con churros, o quizás más bien porras, los y las hubieran arengado. Más que tristeza, supuraban mal humor, muy mal humor. Mucha excitación. No les gustaba nada de lo que pasaba. Cuando ha empezado a hablar la periodista Gemma Nierga, casi la han silbado. Encontraban que el uso del catalán era insultante. No les ha gustado nada tampoco que el fragmento escogido para honrar las víctimas fuera, cito literalmente, «de un extranjero». Eran las cuatro líneas del filósofo John Donne que acaban así:
Se han leído en todas las lenguas de las víctimas que hubo en el atentado y les ha parecido fatal que primero se dijeran en catalán. También que la última fuera el castellano. Quizás si el catalán hubiera sido la última también les habría parecido mal.
Hago cola para salir. La gente se arma de paciencia. Bajo por les Ramblas. Bastante gente, sobre todo cuando llego al mosaico del Pla de l'Os, el pavimento que Joan Miró (junto con Joan Gardy-Artigas) creó para dar la bienvenida a la ciudad, especialmente a la gente que llega por mar, y que es el punto donde se detuvo la camioneta terrorista.
Sigo bajando. En este día caluroso y húmedo, pasea, tal como debe ser, mucha, mucha gente. Cuanto más abajo, más caras de no saber qué se conmemora hoy. Llego al final. A la derecha diviso los árboles de las góticas y frescas Drassanes (las Atarazanas) y el Centre d'Art Santa Mònica; enfrente tengo la columna de Colón que señala con su índice las Américas; me llega el olor de mar; a la izquierda un discreto palacio. Una vez más pienso que nunca podré tener el placer de ser turista en Barcelona: llegar un buen día y descubrir sus prodigios. Me consuelo pensando que he nacido y tengo la suerte de vivir en ella. Entro en el metro. Va bien, viene con la regularidad habitual. En los paneles luminosos, además de informar de la frecuencia de paso y de la hora, sale el mensaje «Barcelona, ciudad de paz» en las lenguas de las víctimas. Y sí, el catalán tiene un uso preferente. ¿En qué otro lugar, si no, debería predominar?
Ya en casa, siento el ruido de algún helicóptero y sobre él los truenos que anuncian la tormenta. Ojalá un aguacero purificador limpie Barcelona y se lleve los malos augurios para siempre. (Así ha sido.)
NB Alguien debería decir a los servicios informativos de la Sexta que las comitivas de familiares de las víctimas y de la clase política no subían por la rambla de Catalunya. La rambla de Cataluña empieza en la parte superior de la plaza de Cataluña y va hacia arriba, no hacia el mar. La comitiva ha subido hacia la plaza de Cataluña desde el mosaico de Joan Miró —donde se han detenido a realizar la ofrenda floral—, primero por la rambla dels Caputxins (por el antiguo convento), luego por la rambla de les Flors o de Sant Josep (por las floristas y por el convento de Sant Josep), ha seguido por la dels Estudis (por la Universidad que Felipe V suprimió y, vengativo, convirtió en cuartel) y ha acabado en la de Canaletes (por la fuente). O si no se quieren complicar la vida: simplemente, les Rambles o la Rambla.
Es como si alguien confundiera el paseo del Prado con el de las Delicias. Quizá no es muy importante pero da muy mal impresión. Especialmente en un servicio informativo.