Por qué la gente se inventa noticias falsas sobre el coronavirus
La crisis del coronavirus llega en plena epidemia de 'fake news' y desinformación.
La desinformación que circula en torno al coronavirus, desde la perpetuación de estereotipos racistas hasta la efectividad de las mascarillas, ha sido evidente en internet (y en las calles) desde que se tuvo noticia del virus.
Han aparecido teorías sobre sopas de murciélago, conspiraciones sobre las farmaceúticas y fosas comunes, pero conforme la amenaza del coronavirus va cercando las poblaciones, los bulos empiezan a tener también un ámbito más local.
Por poner un ejemplo, el medio británico Manchester Evening News informó hace poco de que habían recibido múltiples llamadas de padres preocupados porque creían haber visto artículos sobre un brote en el colegio de sus hijos. Algo que era falso. Y este mismo martes, varios medios españoles tuvieron que desmentir el contagio (falso, una vez más) de la exalcaldesa de Madrid, Manuela Carmena.
A juzgar por la velocidad a la que se agotan los suministros de desinfectante de manos y el desplome del número de pasajeros en los aeropuertos, parece evidente que la sociedad se está asustando, y la desinformación no ayuda.
Pero ¿qué motiva a la gente para difundir bulos?
El profesor Ken Rotenberg, que imparte clases de Psicología en la Universidad de Keele (Inglaterra) y ha estudiado la noción de confianza durante 40 años, explica que aunque existen teorías sobre por qué la gente difunde teorías conspiranoicas, hay menos información sobre la motivación que se esconde tras bulos más mundanos, como una infección en un centro educativo.
“Los timadores publican información falsa porque quieren ganar dinero, pero no sabemos aún por qué hay gente que crea estas historias cuando no obtienen ningún beneficio a cambio”, explica Rotenberg.
“Lo primero que se me ocurre es que tiene que ver con la fama; quieren recibir más ‘me gusta’ y retuits, hacer que la gente se centre en lo que dicen”, añade.
“Se podría decir que quizás entra en el sistema de recompensas sociales: esa persona está transmitiendo una información que sus lectores necesitan, una información que sirve para controlar a la gente”, comenta.
El motivo por el que leemos artículos que confirman nuestros miedos, según Rotenberg, tiene que ver con nuestra evolución social: como especie, estamos programados para estar atentos a cualquier peligro inminente.
Rotenberg menciona un famoso experimento sociológico que demostró que a los humanos se les da mucho mejor encontrar un rostro enfadado entre un montón de rostros felices que a la inversa.
Este efecto se atribuye a la vigilancia instintiva que realizan los humanos en busca de peligros. Por ello, es posible que al ver un artículo que advierte de un peligro, las personas se fijen en él, independientemente de su fiabilidad, por motivos de supervivencia.
“Casi todas las noticias son negativas porque, en cierto modo, en eso consisten las noticias: en decirnos que estamos en peligro”, sostiene Rotenberg. “Esa reacción agrava el problema”.
Una cosa son los bulos locales sobre un colegio que cierra y otra cosa son las teorías sobre conspiraciones gubernamentales, guerras biológicas y vacunas peligrosas que se han expandido en foros y páginas web de gran alcance con motivo del COVID-19.
Este fenómeno no es nada nuevo. El virus del Zika, del Ébola y el VIH fueron y siguen siendo el centro de muchas conspiraciones.
Sin embargo, el modo en que utilizamos internet ahora permite que estos bulos se expandan mucho más rápido.
El doctor en psiquiatría y psicología Daniel Jolley, de la Universidad de Northumbria, está especializado en teorías de la conspiración, los motivos por los que la gente se las cree y sus consecuencias.
“Sabemos que la gente quiere darles sentido a los sucesos caóticos. En resumen, buscan culpar a los conspiradores para comprender lo que sucede”, explica Jolley. “El brote del coronavirus provoca incertidumbre y una sensación de amenaza, de modo que las noticias falsas y las teorías de la conspiración pueden servir como forma de desahogo”.
En otras palabras: teorías de la conspiración como que el coronavirus lo han fabricado las farmacéuticas son formas de comprender una situación aplicando un razonamiento a algo que parece caótico e impredecible para encontrar a alguien a quien culpar.
Quienes comparten esas teorías a menudo creen en ellas, asegura Jolley. Lo hacen porque confirman algo sobre la visión que tienen del mundo, ya sea su desconfianza en el gobierno, en los profesionales de la medicina o en ambos.
“[Compartir bulos] también puede ser una forma de servir a sus intereses”, especula Jolley. “Quizás esa persona no confía en los gobiernos ni en quienes están en el poder, pero recurren al bulo por su utilidad”.
“Cuando elaboran estas informaciones, no lo hacen para provocar el mal, sino para intentar reafirmar su forma de ver el mundo. A menudo odian a los conspiradores y quieren vengarse de ellos”, prosigue Jolley.
“Por otro lado, hay quien sugiere que existen más motivos. Quizás lo hacen como un simple juego o por un interés personal, lo que es difícil de trasladar a una teoría porque aún no se ha estudiado como tal”, explica Jolley.
Para quienes se los creen o los comparten, los bulos imponen una especie de orden en una situación que parece incontrolable, pero también añaden otra capa más al flujo de información que se genera cuando tiene lugar un suceso como el coronavirus.
La desinformación se expande con rapidez y tiene consecuencias destructivas, tanto para la confianza que tiene la sociedad en los profesionales de la salud como en la salud física de la población. Por ejemplo, los mitos que perpetúan las comunidades médicas “alternativas” ofrecen curas “milagrosas” contra el coronavirus y se han dado casos de brebajes a base de lejía que pueden provocar daños irreparables en el hígado.
“Sabemos por nuestras investigaciones que quienes venden remedios alternativos y naturales también tienden a involucrarse en conspiraciones y a desconfiar de la ciencia moderna para favorecer sus intereses”, expone Santosh Vijaykumar, experto en comunicación sanitaria de la Universidad de Northumbria.
“Al analizar otros tipos de desinformación aparentemente más inocuos, haría falta hablar con los creadores para conocer sus motivaciones, y eso es difícil de lograr, ya que las plataformas encriptadas en las que se difunden los bulos todavía no nos permiten ese lujo”, se lamenta.
“Es un poco complicado asignarles a los creadores de bulos una única motivación simplemente porque puede variar en función del mensaje que hayan transmitido. Lo que debe quedar claro es que quienes difunden intencionadamente esta desinformación siendo conscientes de la amenaza que suponen para la gente de a pie son una amenaza grave para la sociedad, sobre todo en momentos como este”.
Aunque es complicado descubrir quién está difundiendo estos bulos, es evidente que falsear datos y crear informaciones falsas obstaculiza gravemente los esfuerzos para hacer frente al COVID-19.
El problema se ha vuelto tan grave que la Organización Mundial de la Salud (OMS) se ha visto obligada a recopilar los mitos que van desmontando en su página web.
“La desinformación puede afectar a una comunidad de formas muy diversas, pero se me vienen a la mente tres”, comenta Vijaykumar. “Una: generan confusión sobre qué medidas de protección conviene tomar y cuáles conviene evitar simplemente porque oyen consejos distintos en lugares distintos. Dos: afectan negativamente a la confianza que tiene la gente en las instituciones sanitarias implicadas. Tres: la disminución de la confianza puede ser especialmente problemática, ya que reduce las probabilidades de que la población acate los consejos de las agencias de sanidad o del Gobierno”.
Aunque el coronavirus ha copado todos los titulares y noticias, la información de la que disponemos sigue siendo limitada (más allá de las actualizaciones periódicas que ofrecen Sanidad y la OMS) y existe una urgencia palpable por saber más: exactamente quién, cuándo y dónde.
Es importante distinguir entre los difusores de bulos, que lo hacen probablemente para intentar esclarecer un problema que no entienden, y los creadores de bulos, que impulsan mitos peligrosos y falsedades por motivos que los expertos aún no comprenden del todo.
Este artículo fue publicado originalmente en el ‘HuffPost’ Reino Unido y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.