Por qué parece que el tiempo no pasa por los tenistas de élite
Por David Sanz Rivas, profesor de Ciencias de la Actividad Física y el Deporte, Universidad Camilo José Cela
Tras los últimos resultados en los Grand Slams y, sobre todo, tras el reciente torneo de Wimbledon, donde dos de los finalistas en la categoría masculina y femenina (Roger Federer y Serena Williams) superaban los 35 años, nos podemos preguntar por qué parece no afectar el paso del tiempo en los tenistas en comparación con otros deportes en los que, habitualmente, a esas edades, se abandona el alto rendimiento deportivo.
El tenis ha experimentado una serie de cambios a lo largo de la historia que han permitido que el juego sea más rápido, potente y exigente desde el punto de vista físico. Todo esto se ha visto favorecido por la evolución de los materiales (raquetas, pelotas, superficies…), pero también por las características morfológicas y fisiológicas de los jugadores y jugadoras del circuito profesional. De hecho, hay estudios que muestran, por ejemplo, un aumento significativo de la talla de los tenistas en los últimos 20 años
Sin embargo, el dato que se revela como sorprendente y que, de alguna forma, parece ir contra las leyes naturales de la evolución y “renovación” generacional que suele acontecer en el alto rendimiento deportivo es que tanto en la categoría femenina como especialmente en la masculina los jugadores que están presentes en las rondas finales de los torneos más importantes del mundo, como por ejemplo los Grand Slams, superan los 30 años.
Algunos de los datos con los que contamos, en forma de evidencia, respecto a este “envejecimiento” de los jugadores de tenis que copan las primeras posiciones del ranking mundial, son que entre los años 2000 y 2013 el promedio de edad de los jugadores del Top-10 mundial fue de 25,1 años, pero entre 2014 y 2019 el promedio se elevó a 28,5 años. Este dato, además, no sólo caracteriza a las primeras posiciones del ranking, sino que, además, 39 de los 100 primeros del ranking en el año 2016 tenían más de 30 años, por los 10 que había en 2003.
Hace unos años, los jugadores que alcanzaban los primeros puestos del ranking lo hacían a edades más tempranas, y también se retiraban de forma anterior a lo que ocurre hoy en día. Así por ejemplo Peter McCraw en su estudio sobre la evolución de la edad media de los jugadores en el Top 100 masculino y femenino, mostraba que desde 1973 a 1996 la media de edad del circuito masculino era de 24,8 años y, sin embargo, en el 2009, la edad media había incrementado hasta los 26,7 años. Por su parte, en jugadoras, la edad en 1990 era de 22,5 y en 2009 fue de 24,3 años. Es decir, en ambos casos en los últimos 20 años, la media de edad de los jugadores dentro del Top 100 (masculino y femenino) se ha visto incrementada dos años.
En el tenis femenino no es tan evidente este incremento de la edad en las primeras jugadoras del ranking como en categoría masculina, pero, aun así, también se ha dado una clara tendencia a que las jugadoras de mayor ranking tienen una edad más elevada que hace una década. La excepción la encontraríamos en la joven de 15 años –Gauff– que ha irrumpido en este Wimbledon con aire fresco, pero que no deja de ser, por ahora, un evento puntual en la media de la edad de las jugadoras clasificadas entre las primeras del mundo.
Frente a esta situación nos planteamos una serie de argumentos que pueden dar sentido a esta situación actual que presenta el tenis de alta competición, donde jugadores que superan los 35 años ofrecen un nivel de juego del más alto nivel, como el que mostró el propio Federer recientemente en la final de Wimbledon 2019.
Entre ellos podemos indicar que hoy en día ha aumentado el tiempo que permite acceder a los jugadores al Top-100 desde que se hacen profesionales. Alcanzar este ranking está considerado como un salto cualitativo muy importante en la carrera profesional de los jugadores de tenis. En este sentido, de acuerdo con la revisión de la ITF de noviembre de 2016, en el tenis masculino se ha pasado de los 3,7 años a los 4,8 años de media en conseguir llegar a estos puestos, mientras que en el tenis femenino se ha pasado de los 3,4 a los 4,1 años, cuando en 1990, por ejemplo, la transición para los chicos era de 2,6 años y para las chicas de 1,4 años.
Por otra parte, si analizamos la exigencia física del tenis, los jugadores cuentan con muchos más medios para el control de la carga que le supone el entrenamiento y la competición, así como para la prevención y recuperación de las estructuras implicadas. Esto, seguramente, junto con entrenamientos basados en la calidad más que en la cantidad, influirá en la conservación del estado de forma para el máximo rendimiento pese al efecto de la edad.
De igual forma, pese a la alta exigencia física y fisiológica del tenis, no debemos olvidarnos del importante papel que tiene la toma de decisiones y el control de las emociones durante el juego, ya que, en cada pelota, punto, juego o set, el jugador tendrá una alta demanda a nivel cognitivo. Así, parece razonable pensar que la experiencia de los jugadores “veteranos” pueda ser un recurso más por encima de los que carecen de la misma.
Por último, una cuestión a tener en cuenta, que no deja de ser causalidad más que casualidad, es que coinciden y están en activo, tres de los cuatro tenistas más grandes de todos los tiempos –Federer, Nadal y Djokovic–, todos ellos superando los 30 años. De hecho, actualmente siete de los jugadores presentes en el Top-10 superan los 30 años, habiendo aumentado esta edad media en seis años en la última década.
En definitiva, la vida del tenista hoy en día es más longeva, tal y como señalábamos en una investigación que llevamos a cabo recientemente.
Por ello insistimos en que el tenis debe ser un deporte de iniciación temprana, pero de especialización tardía, para evitar “quemar” al deportista antes de tiempo en un proceso de desarrollo que será a “largo plazo”, donde se deben respetar los estadios madurativos y no tener prisa en llegar antes, sino en llegar en las mejores condiciones para poder mantenerse.