Por qué los españoles acatan tan bien las órdenes e ignoran los consejos
Gran parte de la respuesta tiene una explicación psicológica.
Confinados en casa más de mes y medio. Las normas impuestas por el estado de alarma se cumplieron, siempre con excepciones, a rajatabla. Se impusieron más de un millón de multas por burlar el confinamiento en los primeros 66 días, que parecen muchas pero vistas en perspectiva no son tantas: 15.000 sanciones por día en un país de 46 millones de habitantes significa que, diariamente, se saltaba la ley un 0,03% de la población.
La cuestión es que tanto las normas del estado de alarma como sus posteriores modificaciones se acataron, lo que propició que la curva de contagios cayese de forma significativa para dar paso a la nueva normalidad. En ese nuevo escenario lo que antes habían sido órdenes pasaron a ser meras recomendaciones.
Lo que ha pasado en España desde el 14 de marzo hasta ahora se resume en una sola frase: hemos sido muy buenos cumpliendo la ley, pero hemos sido unos impresentables terribles escuchando a los expertos.
“Los seres humanos no sólo somos cognitivos y racionales, somos seres que nos guiamos por emociones. Durante el confinamiento se activó el miedo, por eso cumplimos bien las normas”, explica el psicólogo Andrés Quinteros, de Psicología Madrid. “Algunos no se movieron por temor a infectarse, a que les pasase algo o a cruzarse con alguien y, otros, a recibir una multa. A que les sacasen 100 euros por saltarse la norma”, continúa.
Ese miedo se contagió a través de ventanas y balcones cada vez que daban las ocho de la tarde. “Hubo una especie de contagio emocional que ayudó a que las otras necesidades se viesen como secundarias, pero cuando todo se relajó aparecieron otras emociones”, puntualiza.
Necesidad de socializar y mucho enfado
Las otras necesidades llegaron en el momento en que se redujeron los datos de contagios —hubo un tiempo, allá por julio, en el que el registro de casos diarios no superaba el centenar— y, en consecuencia, las normas se relajaron. “Ahí empezaron a primar el cariño, la necesidad de diversión, de alegría, de contacto social... ”, asegura Quinteros, que pone como ejemplo de esta lucha interna de emociones la película de Pixar Del Revés.
No es un único sentimiento el que motiva nuestra forma de actuar, pero sí es cierto que siempre hay uno que se impone al resto. Cuando ese uno pierde fuerza, aparecen los otros. “Durante estos meses nos hemos privado de muchas cosas que también necesitábamos”, apunta.
“Del mismo modo que estar en casa nos dio seguridad frente a la covid-19, ahora la seguridad la aporta estar con el grupo de confianza del que no tenemos contagiarnos. Al final somos seres sociales”, añade el especialista, consciente de que ese contacto va seguido de una relajación y poco seguimiento de los consejos, sobre todo si hay alcohol de por medio. De ahí que lo rebrotes comenzasen en su mayoría en reuniones familiares o en grupos de amigos.
“El miedo ha sido la clave del éxito”, asegura el psicoanalista y psicoterapeuta Joan Ramón Soto, de Mundo Psicólogos. “Ese temor hizo que fuésemos menos impulsivos y más conservadores”, continúa el especialista, para el que éste ha funcionado como freno.
Ahora no ha desaparecido, de hecho está resurgiendo con los nuevos datos de contagios, pero sí ha perdido protagonismo y lo ha ganado el enfado, que ha llevado a muchos a ignorar los consejos como un acto de rebeldía. “Las contradicciones en las informaciones generan confusión y la confusión provoca enfados”, resumen Quinteros, que cita dos ejemplos: ¿Por qué en una comunidad autónoma no obligan a llevar mascarilla y yo la tengo que llevar en la mía? ¿Por qué las aulas pueden tener hasta 20 alumnos y las reuniones sociales deben de ser de 10?
Seres sociales, comportamientos en masa
“Saltarse los consejos en masa tiene que ver con lo que se llama interaccionismo simbólico”, explica el sociólogo Lorenzo Navarrete, decano del Colegio de Sociólogos de Madrid. “Tenemos unas neuronas espejo que reflejan lo que ven. Si la mayoría no sigue el consejo, nosotros tampoco”, añade.
Los comportamientos sociales se explican en función de cómo actúan los demás y que la sociedad no esté acatando ciertas recomendaciones responde a que otros tampoco lo hacen. “Pasa con todo. Por ejemplo, si ves en la carretera un consejo de ‘modere la velocidad’ y todos los coches de delante lo siguen, tú también reduces. No vas a ir pidiendo paso”, explica. “Hay una mayoría que, cuando ve que todos siguen un consejo, ella también lo acata”, asegura el sociólogo, al que no se le escapa que siempre hay gente que se sale del carril.
A esto hay que añadirle la diferente percepción que se tiene de consejos y leyes. “No cumplir la norma se ve como un delito y quien la transgrede es visto como alguien que pone en riesgo a la comunidad. En cambio, al que no sigue un consejo no se le juzga de la misma manera”, expone Navarro. Eso exime a cualquiera de responsabilidades y sirve para explicar por qué algunas de las recomendaciones que se dieron inicialmente, como el uso de mascarilla o las reuniones sociales de poco gente, se hayan convertido ahora en norma.
Demasiada meses de tensión
Nadie sabe qué hubiese pasado si siguiese durante más tiempo el estado de alarma, si las normas se hubiesen seguido cumpliendo o si la población se hubiese rebelado. Lo que está claro es que después de tantas prohibiciones “hubo una necesidad general de comerse el mundo y de recuperar el tiempo perdido”, señala Joan Ramón Soto, que explica así por qué muchos se desbravaron al llegar la nueva normalidad y por qué se han publicado tantas historias de contagios relacionados con el ocio nocturno, cuyo cierre a nivel nacional llegó el 14 de agosto.
“Tampoco podemos olvidarnos de la tendencia a rebelarnos contra las normas socioculturales”, apunta el psicoanalista, que señala que si no vienen impuestas por ley, es más fácil aún tender a relajarse y saltarse las recomendaciones.
“El estado de alarma fue imperativo y la gente lo cumplió por eso, aunque fuese a costa de su salud emocional”, resume Quinteros, para el que más normas a ese nivel y tan continuadas podrían ser contraproducentes y un peligro para la estabilidad psicológica de la sociedad. A su juicio, si los poderes quieren que la gente responda y las cosas funcionen mejor “hay que comprender que somos humanos y que nos regimos por emociones”.