Por qué la crisis política en Portugal no es un espejo para España
Los ciudadanos tendrán que ir a las urnas el 30 de enero ante la imposibilidad de sacar adelante los presupuestos. La izquierda se ha plantado ante Costa y ha roto la baraja.
Portugal va a elecciones anticipadas. La imposibilidad de aprobar el presupuesto para 2021 ha llevado a una convocar los comicios dos años antes de lo esperado, tras la última cita con las urnas de octubre de 2019. El primer ministro, el socialista Antonio Costa, no ha sido capaz de cosechar los apoyos necesarios entre los partidos de izquierda que, desde que decidió gobernar en solitario, han sido su muleta parlamentaria para lograr mayorías. Ahora queda pelear por mantener la mayoría del bloque progresista, en un escenario en el que los liberales y, sobre todo, los ultraderechistas, ganan espacio y aspiran a ser llave de Gobierno con la derecha.
Vecindad aparte, siempre se han tratado de trazar paralelismos entre Portugal y España en cuanto al camino seguido por los socialistas de un lado y del otro de la frontera y, también, por el papel de la izquierda más a la izquierda, Unidas Podemos aquí, el Bloco de Esquerda y el Partido Comunista allá. Los dos bloques han acabado sacando a la derecha del poder, los dos han sido referentes europeos de Ejecutivos progresistas, los dos han pasado por pactos y crisis, pero las diferencias en este momento son notables. Las peculiaridades del caso portugués se quedan pasando la raya.
De dónde venimos
Durante los dos últimos años, Portugal ha estado gobernado por el Partido Socialista de Costa, en solitario. Sin embargo, como en 2019 sólo logro 108 escaños de los 230 que componen el parlamento, se ha visto forzado a gobernar con acuerdos puntuales con las fuerzas más progresistas. Fue su elección, tras haber firmado un acuerdo para la legislatura previa con Bloco (18 escaños ahora) y los comunistas (12), la famosa geringonça.
Ahora quiso ser más autónomo y, por ahora, no le habían ido mal del todo las cosas, sacando adelante las legislaciones fundamentales. No obstante, estos años han estado plagados de tensiones y conflictos, que han terminado en ruptura al negarse el Partido Socialista a pactar los presupuestos con estas dos formaciones. Decía que sus exigencias eran demasiado severas. La izquierda, por su parte, dice que es Costa el que no ha tenido empeño en debatir y que ha tomado la postura “radical” de convocar elecciones, cuando se podían haber evitado con más diálogo.
Es la primera vez que unos presupuestos no salen adelante desde la recuperación de la democracia en Portugal.
El fondo de la cuestión
Hay consenso en señalar que Portugal ha avanzado en los social de la mano de Costa y sus alianzas, estables o puntuales, con la izquierda, por lo que había cierta satisfacción por ese flanco. Pero era insuficiente, dicen los críticos. “El país necesita de señales claras para la solución de problemas como los salarios bajos”, justificó en el Parlamento el líder de los comunistas, Jerónimo de Sousa. El combate a la pobreza, las pensiones o el IVA de la energía son algunas cuestiones que indicó, por su parte, Catarina Martins, al frente del Bloque.
Aún con la geringonça rota, la izquierda siempre había conseguido mantener un consenso respecto a los presupuesto, tanto en 2019 como en 2020. ¿Tan malas eran estas nuevas cuentas, tan alejadas de sus postulados? No, pero la coyuntura permitía ir más allá, no se ha hecho y ha dolido, explica Laura Borges, investigadora política de la Universidad del Algarve. “Estamos en un momento de recuperación, tras la pandemia de coronavirus. Van a llegar las ayudas del fondo europeo y es momento de reactivar la economía. Cuando no hay, no hay, pero cuando hay opción de tener euros y destinarlos a una política y no ha otra, se acentúan las diferencias ideológicas. Estos partidos entienden que se podría haber ido más lejos y no se ya hecho y por eso acusan al Gobierno de conservadurismo y falta de diálogo”, añade.
Está, además, el factor más prosaico: el del cálculo electoral. “Creo que ha habido cierto error en ese punto. Se ha estirado la cuerda y se han mantenido posiciones muy recias por ambos lados, hasta que el consenso ha sido imposible. Defiendo que aún había margen para el entendimiento, porque a ninguno le va bien ir de nuevo a elecciones, pero a veces hay gestos y planteamientos de los que ya no se puede volver atrás”, ahonda.
Un planteamiento “electoralista” es el que ha acabado primando pero, “paradójicamente”, justo elecciones es lo que no conviene a nadie, porque salvo Costa y su PS, nadie parece tener los mejores números para la cita de enero. “Desde la izquierda se ha visto un desgaste en su papel en estos años de soledad de Costa. Han aportado, pero menos que en el mandato anterior. Por tanto, y con una base social no despreciable de sectores profesionales quejosos por la crisis, los bajos salarios y la falta de estabilidad, han apostado por apretar en sus demandas, tratando de recuperar electorado y verse de veras como partidos de oposición, lejos de la sombra de la cooperación con el poder”, señala.
Los datos que aporta Borges son llamativos: los comunistas, coaligados con Los Verdes, han ido perdiendo 190.000 votos en las elecciones europeas, 100.000 en las legislativas del mismo año y 80.000 en las locales. Lo esperado era un descalabro de cara a unas nacionales. La Esquerda ha perdido también 300.000 votos entre unas elecciones estatales y otras y las previsiones tampoco estaban al alza. “El miedo a que la sombra del colaboracionismo pesara era real”.
Cómo se presenta la elección
Costa podía haber cedido, bajado a la arena y negociar más, pero desde el primer momento dijo que, si se atrancaba el debate, se disolverían las cortes y habría elecciones. También lo suyo es estrategia, dice Borges, porque ahora “los socialistas quieren aglutinar el voto de la izquierda más útil, la que saca adelante mayorías. Apuesta por lograr una mayoría absoluta que le permita gobernar sin ataduras y sin descalabros como el del presupuesto, echando la culpa a los demás de que las cuentas no salieran”, señala.
Tampoco le va mal que su principal rival, el partido conservador PSD, esté en plena renovación y aún no tenga ni líder ni candidato claro. El actual presidente, Rui Rio, pelea contra el crítico Paulo Rangel. En la formación están acelerando los plazos para la elección interna, a marchas forzadas, para llegar a los comicios con una cara reconocible. Les dará tiempo porque los plazos de convocatoria de elecciones se han estirado para no coincidir con las navidades, pero aún así será in extremis.
Las primeras encuestas realizadas tras la crisis política abierta en Portugal concluyen que el Gobierno pasará por una nueva geringonça, toda vez que el Partido Socialista necesitará de las fuerzas de izquierdas para gobernar, como ya ocurrió en 2015 y 2019, fuese cual fuese la fórmula elegida.
El último sondeo, realizado por la Universidad Católica Portuguesa entre el 29 de octubre y el 4 de noviembre, vaticina que el PS lograría el respaldo del 39 % de los votantes, por lo que subiría 2,7 puntos con respecto a los últimos comicios. El PS podría gobernar con el apoyo del Bloco y los comunistas, ya que alcanzarían el 51% del hemiciclo. Además, 66% de los participantes en la encuesta considera que tras las elecciones del 30 de enero no habrá una mayoría estable y eso es algo que preocupa en el país vecino, que tiene el “umbral de incertidumbre bajo”, bromea la analista.
La segunda fuerza más votada sería el PSD, que alcanzaría el 30%, frente al 27,7 % de las pasadas elecciones. El Bloque Izquierda (BE) se dejaría dos puntos y medio en los próximos comicios y lograría el 7 %, mientras que la coalición CDU del Partido Comunista y Los Verdes lograría el 5 % (1,3 puntos menos que en 2019).
La preocupación de la extrema derecha
Los socialistas juegan la baza de la mayoría absoluta como la solución a los problemas de inestabilidad, la izquierda asume ahora que había que romper para mejorar el país de veras, pero todos bufan ante el temor a que estos comicios sirvan para acabar encumbrando a la derecha, que podría intentar hacer su propia alianza con el CDS (Centro Democrático y Social, de derechas) y con Chega, la ultraderecha patria, que mantiene lazos con con españoles de Vox.
Por ahora, las encuestas dicen que esa suma no da el Gobierno, pero toda cita electoral es un riesgo de altos, bajos, cambios de tendencia, polémicas de campaña y trastos lanzados a la cabeza. Como explica Borges, “la extrema derecha está aumentando su presencia y existe la posibilidad de que se refuerce. Lo que no se sabes es en qué medida, hasta qué punto puede ser llave de gobernabilidad o un partido más de la oposición”.
En las últimas elecciones municipales han tenido alegrías, pero no es lo mismo el reparto a pequeña escala que a la hora de lograr escaños en el Parlamento nacional. Y tampoco está claro si dirían “sí, quiero” al PSD fuera cual fuera su candidato, porque hay enemistades y rechazos de fondo que pueden complicar ese pacto.
Madrid no es Lisboa
Pedro Sánchez y Costa tienen una excelente relación, tanto política como personal. Para el madrileño, el portugués fue siempre un referente a la hora de llegar al poder y él quiso seguir sus pasos en 2016 con un gran pacto de las izquierdas, aunque desde su propio partido se le cerraron las puertas.
Ahora los dos están en el poder. Pero Sánchez no tiene el problema de Lisboa estos días porque los presupuestos van viento en popa. Al final se logró un acuerdo entre los dos socios de la coalición y han conseguido con la mayoría de izquierdas de la investidura salvar el primer escollo (las enmiendas a la totalidad). PNV y ERC han allanado el camino con pactos con el Gobierno, a la espera de negociar las enmiendas parciales.
La idea que tienen en La Moncloa es que los presupuestos reciban el visto bueno de las Cortes antes de que acabe este año. Esto supone además políticamente un colchón para Sánchez para aguantar hasta el final de la legislatura (diciembre de 2023). El presidente sigue negando la posibilidad de adelantar los comicios, además en el momento actual las encuestas benefician a la derecha, por lo que sería un suicidio político.
La izquierda siempre es impredecible y los socios de gobierno en Madrid han vivido un duro enfrentamiento en las últimas semanas por la reforma laboral, pero las dos partes se conjuran para aguantar los máximo posible. Los dos saben que sería una decepción para los votantes progresistas que rompieran el primer Ejecutivo de coalición desde la II República por resquemores internos. Eso sí, desde UP llevan tiempo advirtiendo de que se debe cuidar más a otros actores de la izquierda en el Parlamento y no actuar como un Gobierno monocolor porque son necesarios todos los votos.
A pesar de las broncas radiadas, la coalición sigue unidad, como se ha podido ver, a pesar de las tensiones externas, con la prueba de la votación para la renovación del Tribunal Constitucional. No tienen visos (por ahora) de entonar un fado por una separación anticipada.