Por qué estoy más triste ahora
La pérdida definitiva de referencia del verano produce monstruos. El regreso a la vida cotidiana nos coloca frente a nuestra obra.
El otoño tiene algo en común con el mito griego de Sísifo. Ya sabe, aquel hombre que fue condenado a empujar una pesada piedra por la ladera de una montaña dejándola caer al llegar arriba para volver a empezar de nuevo. Así eternamente.
Seguro que con un poco de empatía usted puede conectar con este pobre personaje e imaginarse cómo debía sentirse cada vez que se enfrentaba a una nueva subida del pedrusco. “¡Buf!” Suspiraría desdichado Sísifo cuando sus manos se posaran de nuevo sobre la pesada carga. “¡Venga, allá vamos!” Se diría a sí mismo para insuflarse un ánimo tan necesario.
¿Sería usted capaz de identificar su piedra? Para mucha gente la vuelta de las vacaciones de verano se convierte en un trasunto de la obra de Homero y realmente se sienten como Sísifo. “¡Venga, vamos allá!”, se dicen también ante la ardua tarea de volver a enfrentarse a la parte más amarga de lo cotidiano: la rutina.
Los primeros días del otoño son de transición: los días son largos, la temperatura nos recuerda que unos días atrás estábamos en la playa y todavía existe espacio para hacer alguna escapada puntual. Pero ¡ay cuando nos cambian la hora! ¡Ay cuando llega el frío! Las cosas aquí se tornan de un tono tan gris como aquel peñasco irreductible.
La pérdida definitiva de referencia del verano produce monstruos. El regreso a la vida cotidiana nos coloca frente a nuestra obra. Somos ese cocinero que saca el asado del horno y procede a probarlo. No basta con que los ingredientes fueran de calidad. Un uso torpe de estos o la simple mala suerte echará a perder nuestro trabajo. Lo mismo pasa en nuestra vida, con peores consecuencias.
El proceso siempre es el mismo: primero cambia la hora, después llega el frío. Es decir, añadimos a los días más cortos una menor variedad de actividades. Parecería que todo es perder.
El efecto del invierno sobre las personas está ampliamente documentado y se materializa en tres ámbitos:
1. Fisiológico. La ausencia de luz provoca la caída de los niveles de Vitamina D en el organismo, lo que según algunos estudios está relacionado con depresión y ansiedad.
2. Emocional. Volver a una vida insatisfactoria afecta a nuestro estado de ánimo. La sensación de fracaso, la lejanía de un ideal de vida se materializa en una mayor irritabilidad, que a su vez se alterna con periodos de pesadumbre. Seguro que sabe que estos son los meses con más divorcios.
3. Conductual. La vida en casa y la reducción de la actividad física produce un hastío que se traduce en cansancio o fatiga. No en vano, estas son fechas en las que la televisión se llena de publicidad de suplementos vitamínicos.
Los Monthy Python cantaban: “Always look on the bright side of life”, y esa debe ser la actitud. El invierno está lleno de oportunidades de las que se puede disfrutar y con las que también se puede crecer personalmente. Solo debe encontrar el lado amable de esas jornadas que son tan gélidas como sombrías. Aquí van algunas ideas:
- Aproveche para estudiar o aprender alguna nueva afición: cocine, pinte, escriba, teja... Existen centenares de actividades que puede realizar en el cobijo del hogar.
- Invite a amigos a casa. La tranquilidad del hogar estimula la conversación profunda y sosegada. Puede conocer otro lado de sus amistades.
- Recupere ese libro cuya lectura postergó. Aproveche para ver esa serie de la que tanto le habían hablado.
- Empiece a programar y organizar su próximo viaje. Empápese.
- Deje el WhatsApp y vuelva a la voz. Utilice el teléfono. Escuche y sea escuchado.
- Búsquese un rincón tranquilo y aprenda yoga o medite. Esto sin duda contrarrestará la posible caída del estado de ánimo.
- Duerma las ocho horas recomendables. Recupere el sueño perdido.
- Comparta actividades con su pareja e hijos. Cultive la atención plena.
- Practique sexo de manera espontánea, sin programación previa, sin prisas. Recréese.
Afrontar el invierno con entusiasmo y vivirlo con la misma intensidad que el verano solo requiere de flexibilidad. La persona que era feliz en agosto es la misma en noviembre.
Es posible que no pueda cambiar lo que le ocurre de lunes a viernes, no luche contra ello. Lo que sí puede hacer es reinventar su tiempo libre y encontrar en él la vía para la autorrealización que se le niega en otros ámbitos. Aprenda a construirse una vida de contrastes.
Por cierto, el otoño no es el periodo con más suicidios, como falsamente se cree. Lo es la primavera. Así que tampoco será tan grave encender antes la luz y tener que echarse una rebequita por los hombros.