Por qué desear un buen año 2018 es un sarcasmo
Cuando desapareció el anticiclón que, como el de Azores, mantenía el bienestar español y la sensación térmica de certidumbre en el futuro, y se abatió sobre España la crisis económica que desató la codicia del capitalismo salvaje, desde Nueva York, el futuro empezó a derrumbarse como las casas de adobe ante un violento terremoto.
Ese crack agravó a su vez otro problema que se arrastraba desde el mismo momento en que los partidos que hicieron la Transición, cargados de ilusión y de militantes henchidos de altruismo solidario, empezaron a distanciarse de la sociedad mientras se convertían en oficinas de autoempleo, y la vocación de servicio fue relevada por la ambición de una subida rápida en el ascensor social, con lo que ello comporta de empleo seguro y bien remunerado. La borrachera del asesor y el coche oficial. En ese ambiente, cuya endogamia iguala a la de las universidades, floreció el 'relativismo ético' que, combinado con la incompetencia y la imbecilidad fue una providencial placenta para el despilfarro y la corrupción.
Todos los partidos cayeron en esas redes maléficas, en proporción directa a sus cuotas de poder y a su sentido 'nacionalista' que les hacía rechazar las críticas desde el exterior. Pronto sus direcciones fueron atrapadas en la pegajosa tela de araña de su propia trampa: las listas cerradas contribuyeron a alejarlas de la sociedad. Los concejales, los diputados regionales o nacionales, no estaban atados al electorado, sino al secretario general o barón local que los imponía en las listas. El elector, al votar a la entera candidatura, no podía sancionar con su voto al maleducado, al corrupto, al tonto de baba, al enchufado... que así se veía inmunizado contra la función antibiótica esencial de la democracia: neutralizar a los virus.
Al caer en la somnolencia endogámica y perderse de vista la esencialidad del interés general, la igualdad de oportunidades y el panel completo de los principios básicos del sistema democrático, se apoderó de todos los partidos una mera estrategia de supervivencia que, en realidad, significó la primacía del interés partidario sobre el interés general. La proliferación de mociones rapaces de censura en el ámbito local fue un excelente tubo de ensayo que detectaba dónde estaba la enfermedad.
En ese 'totum revolutum' entran en escena los partidos 'taxi' locales y los partidos 'buses' nacionalistas. El nacionalismo, que bien callado estuvo durante la dictadura franquista, que casualmente contó con un amplio apoyo social en las regiones 'nacionalistas', surgió con fuerza inusitada en la democracia. Casualmente, o no, a la vez que el terrorismo y la violencia, desde la baja intensidad a la intensidad terrorista salían de la madriguera.
Precisamente por lo que los nacionalistas consideran una 'debilidad' del Estado: la democracia, a la que los separatistas consideran de aplicación la ley del fonil (embudo en el español peninsular): lo ancho para mí, lo estrecho para los demás. En las provincias vascongadas la herencia del carlismo fue ETA, quien gozó en algunas etapas del apaciguamiento por parte del PNV y de las bendiciones de la iglesia local. A veces se llegó al puro anticristo personificado en algunos sacerdotes y obispos: negar la entrada de los ataúdes de las víctimas en las iglesias.
En Cataluña – como en el resto de España- las leyes electorales permitieron a los grupos nacionalistas ser aritméticamente necesarios para la estabilidad política de la Nación. Podían haber tenido espacio en un Senado que fuera cámara de representación territorial al modo del Bundesrat de la RFA, pero no. Tanto el PNV como CiU se convirtieron en socios imprescindibles tanto para Felipe González como para José María Aznar y para sus sucesores en La Moncloa. Efecto secundario de este protagonismo fue el progresivo endiosamiento y refuerzo de la estrategia nacionalista que fue conquistando como propias, 'a la chita callando', parcelas que en principio eran exclusivas del Estado.
El Estado, de esta manera, empezó a perder presencia en algunas comunidades, como en Cataluña. La policía que llegaba a todos los rincones era los Mossos D'Esquadra, mientras se producía un fuerte repliegue de la Guardia Civil y de la Policía Nacional; Jordi Pujol 'convenció' a José María Aznar para liquidar el ejército tradicional y convertirlo en profesional, rompiendo el gran acuerdo del 91 sobre las FAS: mitad de efectivos de la 'mili', de solo seis meses, y mitad profesionales. Resultado: los jóvenes catalanes ya no conocían otras tierras, ni los jóvenes del resto de España tenían posibilidad de conocer a la antigua Corona de Aragón y sus posesiones catalanas.
Toda España bebió una dosis de ensimismamiento. En Euskadi y Cataluña pronto empezó a acosarse a las Fuerzas Armadas 'invasoras' y 'mercenarias'. Los enfrentamientos de la actual alcaldesa de Barcelona Ada Colau, que alcanzan el nivel de esperpento y el colmo del cinismo y la ambigüedad, reflejan sin embargo la situación de descerebramiento al que se ha llegado en la actual 'elite' política nacionalista y/o populista, cada vez con más semejanzas a las JONS joseantonianas.
La verdad es que por una u otra razón, la mayor parte de los elementos que vertebraban al Estado han ido desapareciendo o aguándose: la moneda ya no es la peseta sino el euro, y no la emite el Banco de España sino el Banco Central Europeo; la política agrícola ya es la PAC y no los tumbos del Ministerio. Los grandes empresarios de alimentación tienen oficinas en Bruselas que no tienen en Madrid. La seguridad privada ha ido sustituyendo a los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad de la Nación incluso en la vigilancia de servicios públicos ¡y cuarteles!, Correos se repliega y delega en compañías multinacionales de mensajería. Endesa ha caído casi al cien por cien en manos italianas; Iberia ha volado fuera.
El agua que llega a los grifos caseros la suministran empresas privadas. Los Tribunales Europeos, ¡gracias UE!, están encargándose cada vez más de defender los intereses de los consumidores españoles frente a los monopolios de facto. La presencia del Estado se ha difuminado en beneficio de las comunidades autónomas, algunas con pretensiones de anti-Estado, y de las corporaciones locales.
Ese hueco que ha ido quedando libre lo han ocupado con brillantez estratégica los movimientos antisistema, populistas y 'soberanistas'. Las únicas organizaciones que estarán en toda España, por el camino que se va, serán 'El Corte Inglés', 'Inditex', 'Google', 'Wassap'... AENA repartida al 50% visualiza ya su condición de empresa privada, con inversores financieros que a los pocos meses se vieron agraciados con el 'Gordo' bursátil y que están presionando al Gobierno, bastante proclive a hacer disparates de efecto 'bomerang' para que se desprenda de la otra mitad o de una parte que les transfiera el Poder. La imagen, patética, de todo este cóctel e despropósitos, bien batido por la irresponsabilidad, la incompetencia y el chalaneo, es que el Ministerio del Interior no encontró otra fórmula para enviar dotaciones de refuerzo a Barcelona que alquilar dos viejos buques de turismo marítimo.
Antes, con la crisis, que Zapatero aquejado de optimismo patológico no quiso ver, en principio, y luego no quiso reconocer con crudeza para no asustar más a los mercados, que de eso ya se encargaba Aznar, y que se desbocara la prima más famosa del siglo en España, la 'prima de riesgo', se produjeron las primeras medidas que Europa, o sea, sobre todo Alemania, obligó a tomar a Madrid para no poner en peligro las inversiones imprudentes del capital alemán; este primer ajuste suave, criticado por Mariano Rajoy con un tremendismo que era puro aquelarre preelectoral, dio paso a la victoria del PP que, a su vez, dio paso al más continuado, descarado, profundo y cruel desmontaje del Estado de Bienestar, llevado a cotas europeas por el gobierno socialista de Felipe González. La imagen descarnada de la alcaldesa de Madrid Ana Botella vendiendo a precio de saldo a 'fondos buitre' viviendas de protección oficial y echando a la calle a los inquilinos como agua sucia es símbolo fiel de esa época.
Hubo señales de aviso de cambio de ciclo, y del resurgir de los fantasmas que asolaron Europa en el siglo XX, cuando fue notorio que las consecuencias del despilfarro y la corrupción la pagaban los inocentes, y la carga de la prueba recaía sobre las clases medias, y no sobre los autores intelectuales y materiales. "Si esto sigue así podrán estallar disturbios" decían algunos poquísimos periodistas. Afortunadamente el cabreo canalizado hacia el 15-M fue pacífico. "Es inevitable que cobren fuerza las doctrinas populistas y nacionalistas", decían otros.
Entre finales de 2010 y principios de 2011, tras la irresponsable campaña del PP, escribí en LA PROVINCIA que quien ganara las próximas elecciones, Zapatero o Rajoy, tendría que gestionar la crisis de la declaración de independencia de Cataluña. El 'procés', su efecto demoledor sobre la sociedad catalana, el nacimiento de 'Podemos' y las ilusiones rotas... No hay, creo, datos para el optimismo. Desear un buen año 2018, feliz y tranquilo, es más que una inocentada, es un sarcasmo.
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