Por qué a nadie debería sorprenderle el racismo de la casa real británica
Para quienes conocen la historia de la realeza británica, las declaraciones de los duques de Sussex en su entrevista con Oprah Winfrey no han desvelado nada nuevo.
Un terremoto ha sacudido a la familia real británica tras las acusaciones de racismo de los duques de Sussex en una entrevista con Oprah Winfrey.
Entre las acusaciones que más han llamado la atención en la prensa mundial destaca una realizada por Meghan Markle, que afirma que, cuando estaba embarazada de su primer hijo, un miembro de Buckingham mostró su preocupación por el color de piel que tendría Archie cuando naciera.
Sin embargo, para quienes conocen la historia de la realeza británica, estas declaraciones ni siquiera son una sorpresa, y es que hasta el propio Harry, marido de Meghan, ha sido acusado de racismo en el pasado.
El príncipe Harry recibió muchas críticas en 2009 tras ser captado en vídeo llamando a un excompañero militar “nuestro pequeño amigo paki [pakistaní]” y, en 2005, provocó un escándalo al aparecer vestido con un uniforme nazi completo, esvástica incluida, en una fiesta de disfraces.
El príncipe, de 36 años, ha admitido que haberse criado rodeado de privilegios en el seno de la realeza británica le hizo crecer sin comprender lo que era el sesgo racial inconsciente.
Según dijo, necesitó muchos años y la experiencia de ponerse en los zapatos de su esposa para darse cuenta del problema.
La duquesa, de nacionalidad estadounidense, es la primera persona mestiza que se casa con un miembro superior de la familia real británica en la historia moderna.
“Que fuese tan novedoso que una mujer de raza negra se casara con un miembro de la realeza británica en el siglo XXI lo dice todo”, explica Kehinde Andrews, catedrático de Estudios Negros en la Universidad de Birmingham.
“En ningún momento tuvo sentido creer que iba a significar un cambio importante. Fue una falsa ilusión. Y la ceremonia pública cayó en el cumpleaños de Malcom X [defensor de los derechos de los afroestadounidenses], lo que me pareció una broma del universo. No me imagino lo que habría dicho él”.
“Por su color de piel, Meghan podría haber pasado por blanca y aun así la monarquía y la vida pública no le dieron tregua. Esto demuestra lo difícil que es para las personas negras moverse en instituciones blancas. Creo que por eso tantos negros se están sintiendo identificados. Yo mismo hablo como negro que trabaja en una institución muy blanca”, expone Andrews.
“Tenemos esta idea de que no encajamos, de que siempre se nos juzga con otra vara de medir. [Meghan] podía cumplir sus funciones igual que una persona blanca, pero ha recibido un trato completamente distinto”.
Por eso, aunque las declaraciones de Meghan y Harry les parecieron impactantes a muchas personas, lo cierto es que la realeza británica, con su pasado colonial y su implicación en el comercio de esclavos, no siempre ha estado en el lado correcto de la historia en lo que respecta a la igualdad racial.
O, como lo expresa Andrews: “Para ellos, actuar de forma racista es lo normal”.
La reina ocupa el cargo de cabeza de la Mancomunidad de Naciones, y las raíces de esta Mancomunidad (una asociación de 54 países) se remontan al pasado colonial y al Imperio Británico. El factor que más evidentemente une a los demás 53 países es que todos fueron conquistados por el Reino Unido.
Andrews señala: “La monarquía británica es una institución racista. Su papel simbólico es la condición de blancos. Incluso ahora, el hecho de que sigamos pensando que la reina representa al Reino Unido demuestra lo mucho que funciona mal con tanta gente de este país”.
“Ni siquiera hace falta remontarse a un pasado tan remoto. El Reino Unido sigue liderando la Mancomunidad, que es simple y llanamente el Imperio Británico con otro nombre. Eso no es algo que debamos celebrar. La mayor parte de la Mancomunidad se basa en la posesión colonial del Reino Unido”, argumenta.
El Imperio Británico arrastra un extenso equipaje. El comercio de esclavos africanos, el expolio de la India a través de la Compañía Británica de las Indias Orientales y el genocidio de los aborígenes australianos son solo unos pocos ejemplos de las atrocidades que ha cometido la Corona británica en sus colonias.
Ningún miembro de la familia real ha hablado nunca de estos hechos ni ha pedido disculpas.
A medida que el Imperio Británico se desmanteló y la Mancomunidad surgió en su lugar, también hubo grandes derramamientos de sangre, por ejemplo durante la mal gestionada partición de India, la represión contra la Revuelta del Mau Mau en Kenia y la Emergencia Malaya. El propio nombre de Mancomunidad de Naciones se remonta a 1884, en el apogeo de la época imperial.
El secretario general de la Mancomunidad de Naciones es nominado de entre los líderes de cada país y puede permanecer en el cargo durante dos periodos de 4 años, pero el cargo superior siempre lo han ocupado los monarcas británicos, pese a que 37 de los 53 miembros ya no la reconocen como reina o nunca la reconocieron como tal.
Es el caso de Barbados, cuya reina sigue siendo Isabel II pese a que el país alcanzó la independencia en 1966.
Ya son varios los países del Caribe que han manifestado su intención de cortar o reducir los lazos con la monarquía británica, pero siguen amarrados a la fuerza. Jamaica lleva años planteando la posibilidad de dejar de reconocer a la reina como su jefa de estado y varios primeros ministros han apoyado la idea durante este periodo. En cambio, en San Vicente y las Granadinas se celebró un referéndum en 2009 en el que los ciudadanos votaron por mantener como reina a Isabel II y rechazaron la propuesta de cambio constitucional.
Multitud de personas de origen africano o asiático han rechazado condecoraciones de la monarquía británica por su relación histórica con la esclavitud, como el poeta Benjamin Zephaniah, que rechazó públicamente la Orden del Imperio Británico en 2003.
La controversia por el sistema de condecoraciones y su diversidad resurgió en el Reino Unido gracias al movimiento Black Lives Matter, que propició un debate en todo el país para renombrar calles y eliminar estatuas de personajes históricos que se enriquecieron con el comercio de esclavos.
El tío de la reina, el príncipe Eduardo, fue acusado de simpatizar con los nazis.
Llegó a convertirse en rey (Eduardo VIII) y abdicó menos de un año después para casarse con la famosa estadounidense Wallis Simpson.
El matrimonio fue fotografiado en octubre de 1937 con Adolf Hitler.
Eduardo VIII admiraba las reformas políticas y sociales que estaba llevando a cabo la Alemania nazi y llegó a sugerir que el Reino Unido debía tenderle la mano, algo que indignó tanto a la Corona como al Gobierno británico.
Durante su breve reinado, Eduardo VIII quiso hablar en privado con Hitler sin que se enterara el Gobierno y dijo que abdicaría si al primer ministro Stanley Baldwin se le ocurría declararle la guerra a Alemania.
Posteriormente, ya como duque de Windsor, visitó Alemania con la idea de convertirse en un estandarte internacional de la paz con Hitler (pero en los términos y condiciones de Hitler). Según dicen algunos historiadores, los duques de Windsor impresionaron al dictador.
Se sospecha que también llegó a reunirse con Rudolf Hess, mano derecha de Hitler, como parte de su plan para alcanzar una nueva paz mundial. Según un documental de 1995, parte del plan pasaba por restaurar al duque de Windsor como rey de Inglaterra.
La familia real nunca ha hecho declaraciones al respecto y se ha intentado distanciar lo máximo posible.
En 1945, Eduardo VIII regresó al Reino Unido por primera vez desde su abdicación casi seis años atrás y le dijo a la prensa: “He leído algo sobre una prohibición de entrevistarme. Quiero desmentirlo. Me alegro mucho de veros”.
Tras la muerte de Albert, la reina Victoria desarrolló una cercana relación platónica con su sirviente Abdul Karim, a quien la monarca honraba dirigiéndose a él como munshi (maestro).
La familia de Victoria se oponía firmemente a esta relación y, tras su fallecimiento, su hija Beatrice destruyó las pruebas, eliminó las referencias a Karim en los diarios de la reina y borró así un pedacito de la historia durante más de un siglo.
Sin embargo, la amistad cercana de la reina Victoria con Karim fue rescatada por la periodista india Shrabani Basu tras ver un cuadro del sirviente en su visita al Castillo de Osborne en la isla de Wight (Inglaterra).
Basu investigó en los diarios y en los cuadernos de ejercicios de la reina Victoria y descubrió que Karim le estaba enseñando urdu. Su relación fue llevada a la gran pantalla en 2017 en la película Victoria y Abdul.
Durante siglos, la monarquía británica ha estado involucrada en el comercio de esclavos, desde la reina Isabel I en el siglo XVI, que apoyó los lucrativos negocios del esclavista John Hawkins, hasta el duque de Clarence (Guillermo IV), que se opuso a los abolicionistas de la esclavitud en el siglo XIX.
El año pasado, la National Trust (Fundación Nacional para Lugares de Interés Histórico o Belleza Natural) publicó un informe que señalaba los vínculos existentes con la esclavitud y el colonialismo en 93 de las propiedades que gestiona.
Varias de esas 93 propiedades son palacios reales, todas ellas las utilizó la Casa de Estuardo, que reinó en Inglaterra y Escocia de 1603 a 1714, y en todas hay elementos de valor derivados del comercio de esclavos.
Los Estuardos desempeñaron un papel clave en el comercio de esclavos cuando el rey Carlos II otorgó un Estatuto Real a la Real Compañía Africana (RAC), de la que formaba parte su hermano James, quien sería su sucesor en la Corona.
Esta compañía esclavista tuvo la hegemonía hasta 1698 y no dejó de enviar navíos cargados de esclavos a las Américas hasta 1731. Entre 1680 y 1692, al menos 84.500 hombres, mujeres y niños africanos fueron comprados, etiquetados y obligados a viajar en los navíos de la RAC. Casi 19.300 de ellos fallecieron durante el traslado.
El Palacio de Kensington, que fue el hogar de la pricesa Diana de Gales, y el Palacio de Hampton están entre las propiedades vinculadas al rey Guillermo III de Inglaterra, uno de los propietarios de la RAC. Parte de las riquezas de este rey dependían de los beneficios que le entregaba el esclavista Edward Colston, que llegó a convertirse en el segundo al mando de la compañía y amasó una inmensa fortuna vendiendo esclavos.
En junio de 2020, los manifestantes de Black Lives Matter arrancaron una estatua de Edward Colston en Brístol durante las protestas por la muerte de George Floyd en junio de 2020 y la lanzaron al río.
La reina nunca ha reconocido el papel histórico que ha desempeñado la monarquía en el comercio de esclavos.
Lo más parecido a una disculpa pública fue cuando ayudó a encarrilar las relaciones entre el Reino Unido e Irlanda al ser la primera monarca británica en visitar Irlanda desde su independencia.
En un discurso poderoso en el castillo de Dublín, habló sobre el doloroso legado del pasado y la necesidad de recordar a todas aquellas personas cuyas vidas se habían visto afectadas.
También dijo que la relación entre estas dos naciones no siembre había sido la más adecuada, pero tampoco llegó a disculparse por las acciones del Reino Unido en Irlanda durante el conflicto norirlandés, ya que solo dijo que ambos países podrían haber actuado de otra manera.
La reina tampoco ha accedido a las reiteradas peticiones de India para que devuelva el enorme diamante que el Reino Unido tomó por la fuerza durante la época colonial.
El Koh-i-Noor, que es el diamante más grande del mundo, le fue entregado a la reina Victoria en 1850 y fue posteriormente agregado a la corona, junto con otros 2000 diamantes. Es la corona que la duquesa Catalina de Cambridge llevará si el príncipe Guillermo se corona rey algún día.
En 2013, durante una visita al lugar en el que tuvo lugar la masacre de Amritsar (India), el entonces primer ministro del Reino Unido, David Cameron, descartó la devolución del diamante, pese a que admitió que el incidente en el que las tropas británicas asesinaron a cientos de manifestantes indios fue “profundamente vergonzoso”. Cameron no llegó a disculparse y declaró: “La verdad es que no creo en las restituciones”.
En 2018, el príncipe Carlos, hijo de la reina, reconoció que la implicación del Reino Unido en el comercio atlántico de esclavos era una “terrible atrocidad” que había dejado una “mancha imborrable” en el mundo. El heredero al trono pronunció este discurso desde Ghana, lugar de origen de muchos de esos esclavos.
El consorte de 99 años de la reina Isabel II, que se encuentra ahora mismo hospitalizado, recuperándose de una infección y una operación por un problema de corazón, tiene un largo historial de polémicas por declaraciones ofensivas relacionadas con la raza.
En una ocasión saludó al presidente de Nigeria, que vestía el traje tradicional de su país, diciéndole: ”¡Parece que te has vestido para irte a la cama!”.
En un viaje a China en los años 80, les dijo a unos estudiantes británicos: “Como os quedéis aquí mucho tiempo se os van a quedar los ojos rasgados”. Y durante una visita a una fábrica escocesa en 1999, señaló una caja de fusibles en mal estado y dijo: “Parece que la ha montado un indio”.
Todavía no se ha disculpado por ninguno de estos comentarios.
Este artículo fue publicado originalmente en el ‘HuffPost’ Reino Unido y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.