Por qué la política influye mucho más de lo que crees en la vacunación en Europa
Bruselas no renovará sus contratos con AstraZeneca y Janssen, para apostar por las vacunas de ARN mensajero pero, también, porque hay mucha geopolítica detrás.
Toca citar, por manida que esté, la frase de Thomas Mann: “Todo es política”. También la salud. La pandemia de coronavirus se ha acabado convirtiendo en un nuevo motivo de pugna, de tensiones globales y de alianzas estratégicas. La Unión Europea no se salva. Busca en las vacunas una manera de evitar contagios y muertes y de levantar su maltrecha economía, pero no deja de encadenar tropiezos. La pasada semana, decidió no renovar los contratos firmados con las empresas AstraZeneca (anglosueca) y Janssen (norteamericana). ¿Sólo por los retrasos y problemas acumulados o también por una cuestión geopolítica?
Formalmente, las razones son científicas. Ya han vencido los compromisos del año en curso y, de cara a 2022, Bruselas ha preferido apostar por las fórmulas de BioNTech-Pfizer (germano-norteamericana) y Moderna (norteamericana), que son las que menos efectos secundarios causan hasta ahora. “Tenemos que centrarnos en tecnologías que están funcionando. Las de ARN mensajero son un claro ejemplo”, resume la presidenta de la Comisión, Ursula Von der Leyen.
En la Comisaría de Salud y Seguridad Alimentaria se remiten a las palabras de la alemana para justificar su decisión. Insisten en que no se están dando palos de ciego ante las circunstancias sobrevenidas, sino que hay un cambio de estrategia, visto el rodaje de la vacunación.
AstraZeneca ni Janssen -la cuarta de las vacunas aprobada por la UE- son vacunas genéticas. En el caso de las de ARN mensajero, esta molécula transporta las instrucciones para la producción de la proteína Spike utilizada por el coronavirus, lo que permite que el cuerpo produzca anticuerpos específicos y se inmunice a sí mismo. Al menos por el momento, los datos sugieren que el sistema ARN mensajero es menos invasivo y eso explicaría que no aparezcan trombos en las fórmulas de Moderna y Pfizer.
Salud explica que se están negociando nuevos contratos con Pfizer -que hasta el momento ha respondido razonablemente a lo acordado-, 1.800 millones de dosis para el periodo 2022-2023, y la firma adelantará la entrega de las 50 millones previstas para el cuarto trimestre del presente año. Si se cumplen los plazos, hay suministro para los Veintisiete. Además, se han cerrado contratos para cuando se demuestre la validez, eficacia y seguridad de dos empresas más: Sanofi-GSK (francesa) y Curevac (alemana). Y hay “conversaciones exploratorias” con otras tantas: Novavax (de EEUU) y Valneva (de Francia).
Tensiones de fondo
Nadie sabe cómo será la vacunación contra la covid una vez que nos inmunicemos por primera vez. Cada cuánto necesitaremos ponernos otra dosis, cuántas vacunas más saldrán al mercado, lo que costarán. Por eso la UE no se cierra ninguna puerta, insiste en que esto no supone romper relaciones con las dos firmas. Por lo que pueda venir.
Sin embargo, es “innegable” que hay, como mínimo, “escozor” por el comportamiento que ha tenido sobre todo AstraZeneca, indica el europeísta belga Matthias Poelmans. En el primer trimestre de este año ha entregado apenas un 40% de los 100 millones de dosis prometidas, ha habido reuniones a cara de perro con sus directivos y hasta se han sacado las vergüenzas publicando los contratos para hacerse reproches. La farmacéutica sí ha cumplido con EEUU, Israel o Reino Unido, países que multiplican por dos y hasta por tres las tasas de vacunación comunitarias.
“Pronto se puso de manifiesto que no era tanto una vacuna europea como británica, y que no se le permitirían cumplir sus compromisos con el continente hasta que no estuviesen vacunados los británicos. El hecho es que mientras en los países comunitarios aún no se ha terminado de poner las dosis a los mayores de 80, en Inglaterra ya están vacunado a los de 40”, señala. Mientras que a finales de marzo Londres había recibido 21 millones de dosis de viales made in UE, no había exportado, en cambio, ni una dosis al viejo continente.
Además, ahonda el analista, británicos y norteamericanos introdujeron una cláusula “prohibiendo la exportación de viales que se fabricasen en su territorio hasta que sus ciudadanos no estuviesen inmunizados, un detalle que olvidó la Unión Europea en su negociación. Quien paga manda y se han plegado. Lo que ha marcado la diferencia no es el precio, sino que ellos se han garantizado el suministro prioritario con la producción nacional. En Estados Unidos ha sido a través de la ley y en el Reino Unido, por un contrato mercantil. La UE cometió el error de no garantizar jurídicamente el suministro prioritario”, sostiene.
“Europa infunde menos miedo y ha pecado de crédula, con la mejor intención, confiando en que cada quien hiciera su parte”, añade Poelmans, que defiende pese a todo la estrategia común por la que apostó la Unión: compra y reparto común para que nadie se quedase atrás y reduciendo costes. Esa apuesta en bloque derivó en la lentitud en la firma de los contratos, en la que otros países y bloques nos adelantaron, bien con cláusulas como la citada, bien con dinero por delante o bien cediendo derechos sobre la información de los pacientes a cambio de un suministro prioritario. Lo reconoció la propia presidenta de la Comisión: ”Éramos demasiado optimistas en lo que respecta a la producción masiva y quizá demasiado confiados en que lo que pedimos se entregaría a tiempo”, declaró en febrero.
¿Ha faltado malicia? “Sí, ha habido cierta inexperiencia también, porque ahora la salud, de pronto, se ha convertido en un elemento central de la política de seguridad de la UE, y estas cosas podían pasar si dependíamos de otros, sea una potencia amiga como EEUU o de un supuesto amigo, un exmiembro que se acaba de divorciar de nosotros como es Reino Unido, poco dado a favores cuando tiene que robustecer su apuesta nacionalista”. ¿Y eso se traslada en roces diplomáticos? “Los hay, aunque luego quizá queden en nada y se justifiquen en el contrato. Pero con Reino Unido, por ejemplo, es sabido que ha habido tensiones, porque los equipos que revisan la ejecución del Brexit siguen activos. Se tienen que ver y tratar, y las comparaciones son odiosas”, concluye.
Vista la necesidad de blindarse como Washington y Londres, Europa ha hecho lo propio y ahora controla las exportaciones, lo que le está causando choques con su exsocio y, también, con aliados de ambas potencias como Australia: Italia paralizó el envío de 250.000 dosis de AstraZeneca producidas en una planta en su país para que la Unión no las perdiera en tiempos de “escasez”. Canberra tuvo que aguantarse, mientras Roma sacaba músculo.
Bruselas tiene otro motivo para estar enfadada con AstraZeneca en particular: según un estudio de la Alianza de Universidades por las Medicinas Esenciales en el Reino Unido, el 97% de la inversión para desarrollar su vacuna contra el coronavirus fue pública y de los 120 millones de euros invertidos en ella, 30 llegaron de la propia Comisión Europea. Es una vacuna de todos los europeos que no está llegando a los europeos.
¿Qué pasa con Rusia y China?
La estrategia de la UE es que sólo se haga negocio con empresas que tengan capacidad de producción dentro del bloque, aunque su matriz esté fuera. De ahí su recelo inicial a las vacunas de Rusia o China, más allá del criterio científico, de que aún no tengan el visto bueno de la Agencia Europea del Medicamento (EMA). Ninguno tiene hoy base o socio en la Unión, porque ambos desarrollan sus medicamentos en institutos públicos, estatales.
Varios países, como Hungría y Eslovaquia, han roto ya la unidad de acción y han comprado dosis de la Sputnik V rusa para sus ciudadanos, ha habido contactos hasta con regiones, como la Comunidad de Madrid, y Alemania e Italia estudian cómo fabricarla en su territorio. Como resume el canciller de Austria, Sebastian Kurz, también interesado en la protección rusa, “se trata de obtener una vacuna segura, lo más rápido posible, así que poco importa quién la fabrique”. Detrás, además del poderío científico de Moscú y Pekín, está la otra lectura: que abriendo grietas en la UE ganan ellos, que debilitando a la UE ganan ellos, que tomando influencia en países de su periferia como Serbia también ganan ellos.
No es sencillo tomar esta decisión. Como escriben Joanna Hosa y Tara Varma para el European Council on Foreign Relations, “los acuerdos paralelos ajenos al esquema de la UE perjudican la solidaridad europea” y “también hay preocupaciones sobre cómo el Kremlin podría usar su influencia a través de las vacunas para socavar aún más esta solidaridad, ya que la UE continúa luchando para acordar una política común sobre Rusia”.
Es un momento de máxima tensión, con los Veintisiete imponiendo sanciones a Moscú por el encarcelamiento del disidente Alexei Navalni. Con China, la coyuntura no es mejor, con la guerra comercial de fondo y también nuevas sanciones por el sometimiento de los musulmanes uigures.
Salud insiste en que el criterio médico es el que debe primar y recuerda que ninguna de las fórmulas que proceden de estos dos macroestados son de ARN mensajero, como las que ahora gustan más en Bruselas.
Las expertas reconocen que parte del desajuste de la vacunación contra el Sars Cov 2 proviene de la falta de competencias en Sanidad del bloque comunitario. “Ha avanzado mucho (...), aunque sigue siendo informal: para que la salud se convierta en parte de las competencias de la UE sería necesaria una reforma de los tratados. Pero la UE es ahora la plataforma obvia para las decisiones sobre vacunas, recursos médicos estratégicos e investigación”, defienden. Deberá mejorar en “transparencia” y “comunicación abierta”.
Eso también es política: que cada estado tenga la generosidad de ceder competencias por el bien mayor que es la protección comunitaria. En noviembre pasado se planteó la creación, al menos, de una agencia de emergencias sanitarias para pandemia como la que arrastramos aún. Por ahora, no hay nada concreto.
Queda la certeza de que hay que mejorar y que otros tratan de tomar delantera. Y la incertidumbre, también, de si esta gestión no acabará por costarle el puesto a Von der Leyen si en verano no logra la prometida inmunidad del 70% de la población europea.