Podemos: del 'sorpasso' a la trinchera
Las Elecciones Generales de 2019 eran especiales. En un contexto de fragmentación, quiebra de los consensos y brecha social, territorial y generacional, se jugaba un cierto sentido re-constituyente del país. Dos eran las cuestiones principales que se dirimían: uno, con qué mimbres, necesariamente en plural, se construiría el nuevo gobierno, y si podría aspirar a una mínima estabilidad; dos, si la extrema derecha de Vox lograría entrar con fuerza y ser determinante en la vida política española.
Respecto de lo primero, victoria del bloque progresista. Se revela, ha escrito Villacañas, que “cuando algo relevante se juega en España, la democracia está del lado del progreso civilizatorio de este país”. Y esto responde ya también a lo segundo: crisis de la derecha clásica del PP, error garrafal de Ciudadanos por competir por la derecha en lugar de por el centro, y debacle de los reaccionarios neoliberales de Vox. El PSOE ha ganado con un perfil progresista pero centrista, moderado, sensato: reminiscencias de la Transición.
Nos interesa, ante todo, el liderazgo del bloque progresista y su potencia de constitución de un nueva mayoría transversal; tarea a la que, desde la quiebra del partidismo y su irrupción en el 15M, estaba llamado Podemos. ¿En qué ha quedado su misión histórica? Tras conocerse los resultados anoche, Pablo Iglesias valoró que no había sido un gran resultado, pero suficiente para los objetivos marcados: “Frenar a la derecha y la extrema derecha y construir un gobierno de coalición de izquierdas”. Resistencia y vuelta a la trinchera. Como causa de la bajada, mencionaba que en los últimos tiempos se ha dado una imagen de “nuestra situación interna” que no ha estado a la altura; pero, sin embargo, recalcaba, suficiente para los objetivos.
Podemos obtuvo en 2015 más de 5 millones de votos. Ayer, algo más de 3,5 millones. De 69 escaños en el Congreso a 42. De 9 Senadores a 0. Pierde algo menos de la mitad de lo que tenía en el Congreso, abandona el Senado. El rotundo fracaso lo es aún más en sentido cualitativo: se ha pasado de aspirar al sorpasso al PSOE, asaltar los cielos, construir un pueblo y poner orden en los de arriba a encarnar la última trinchera, gritar “Alerta antifascista” para frenar a los hooligans y ser una débil muleta de un gobierno de coalición de izquierda. La sentencia es inapelable: fracaso estrepitoso.
El diagnóstico parece igualmente difícil de discutir. La actual dirección de Unidas Podemos cuenta desde Vistalegre II, en febrero de 2017, con el control absoluto del partido: línea política, estrategia electoral, línea discursiva, argumentario, comunicación, cargos, listas, órganos internos, cauces de decisión, perfiles, liderazgos, apariciones en medios, relaciones con la prensa, apariciones públicas. Todos y cada uno de los factores que definen la existencia pública y estratégica de una fuerza política llevan dos años en manos de los mismos que ayer obtuvieron estos resultados. La línea que se inició con el Tramabús ha desembocado aquí. Han hecho la campaña que han querido, libremente, sin oposición interna, con un presupuesto de campaña muy cómodo –4, 5 millones de euros, de los cuales un millón y medio se ha destinado solo a publicidad en Facebook e Instagram-, con obstáculos externos –las deleznables cloacas- que bien gestionados podían ser un aval que produce justos y necesarios simpatía y reconocimiento, y, como guinda, con la lealtad de Iñigo Errejón y otros dirigentes y cargos de Más Madrid que han apoyado y pedido públicamente el voto por Podemos, hecho público ayer su voto y acompañando lealmente en la campaña. No hay excusas. Han tenido todo el poder para llevar el partido donde quisieran. Y lo han llevado a perder otro millón y medio de votos. Esto ha de ser señalado.
En su lugar, la “auto-crítica” ha consistido en mentar vagamente “nuestras disputas internas”. Una autocrítica –del griego autós, “uno mismo”- debe consistir en hablar, precisamente, sobre uno mismo, no sobre el Otro, sobre los que no están. Por definición, no hay “disputas internas” cuando aquel con quien disputas internamente no existe porque has relegado, expulsado o purgado a la totalidad de personas que sostenían otra línea política. Este señalamiento de un fantasma inexistente no puede seguir tapando la incapacidad para hablar de los errores de uno mismo con honestidad y responsabilidad.
Habría, ciertamente, un matiz. La campaña mejoró hacia el final. La actuación de Iglesias en los debates electorales fue muy buena, con un tono calmado, propuestas de consenso –el marco de referencia era la Constitución de 1978- y buscando claramente el pacto con Sánchez. Esto les permitió, probablemente, remontar en la recta final en torno a dos puntos que les daban por debajo en encuestas anteriores. Enric Juliana lo ha dicho con claridad: si Pablo Iglesias ha salvado los muebles ha sido asumiendo perfiles errejonistas. Pero ya era demasiado tarde. Demasiados bandazos, falta de credibilidad asumiendo un estilo del adversario al que has querido laminar, indecisión respecto de la estrategia de relación con el PSOE. No resulta sólido, no resulta creíble. Y los votantes lo han hecho notar.
También era errejonista, como se ha demostrado a la postre, la única forma exitosa de relacionarse con el PSOE. Es la que lleva intentando realizar Unidas Podemos desde la moción de censura: la “competencia virtuosa”. Significa cooperar con el otro pero no para plegarse a sus designios, sino, al contrario, para empujarlo más allá de sus límites. Esto es, ser capaces de liderar el bloque progresista para llevarlo más lejos, y, así, mostrar a la sociedad entera una fuerza motora a la que sumarse para construir una nueva voluntad colectiva. En el 20D, con el liderazgo político y estratégico de Errejón, Podemos estaba en condiciones de pactar con el PSOE desde una posición de fuerza. Eligió no hacerlo. En cambio ahora, incluso en la mejor actuación de Iglesias, en los debates, se advertían dejes: señalar al PSOE lo que habían dejado de hacer, en lugar de demostrar que con Podemos se habían atrevido a avanzar hacia lugares inéditos. Debilidad, no fortaleza. En una palabra, Unidas Podemos, desde que abandonó la estrategia errejonista, no ha sido capaz de superar la posición de subalternidad respecto del PSOE.
No deja de ser irónico que el clavo ardiente al que Unidas Podemos se ha agarrado para no caer del todo en el abismo haya sido tratar de mimetizarse con el mismo errejonismo al que ha señalado como traidor, enemigo, tibio o moderado. Y esto, y solo para algunos será una paradoja, pese a insultar al otro por “moderado” y reclamarse uno mismo como “radical”. La dirigencia se ejerce, no se enuncia.
Cuando se anunció la creación de la plataforma Más Madrid, muchos la saludamos como la oportunidad “para resucitar el impulso que representó el Podemos original cuando vino a cambiar para siempre la política española y, así, recuperar la iniciativa en el bloque progresista.” Los resultados de ayer consignan definitivamente que Unidas Podemos ha descartado esta posibilidad. La construcción de una nueva mayoría progresista y transversal no va a venir de su mano. Han elegido quedarse en el lugar ideológico de IU, y por tanto van camino de ocupar también su lugar electoral.
Pero esa oportunidad sigue abierta. Estas elecciones significan que hay ya una mayoría social en España que quiere progreso: echar no solo a los corruptos y ladrones, sino también a los cobardes y matones que se ceban con los más débiles. Hay ya una mayoría que quiere derechos, garantías, orden, estabilidad, cuidados. Es decir, ser una Comunidad. Falta que una fuerza política sepa leerlo y ofrecer una opción no meramente defensiva, sino de avance. Además de frenar el retroceso, reconstruir los lazos. En Mayo, en las comunidades autónomas, en los municipios, se juega la segunda vuelta.