PLAYOFF, ellas juegan al fútbol y no dejan de marcar goles
Cada trabajo de La Joven Compañía se espera con expectación. Primero por su público habitual. Los profesores de institutos que se encuentran con obras de teatro de calidad que interesan a sus estudiantes y con las que pueden educar y enseñar como Dios manda. Después por el público general que agota las entradas de las funciones abiertas a todos los espectadores. Con PLAYOFF de Marta Buchaca con dirección de José Luis Arellano llevan la misma carrera. Y es que el grupo de mujeres que la protagonizan lanzan balones al patio de butacas y no dejan de marcar goles a unos espectadores que, independientemente de su género, se les entrega y se deja golear.
No es extraño. Es imposible no darse al elenco que protagoniza esta obra. Un elenco de mujeres jóvenes suficientemente preparadas que saben hacer equipo. Hacernos creer que son ese grupo de amigas que dicen ser y llevar jugando al fútbol la intemerata. Algo que no es nada fácil de hacer aunque viéndolas a ellas parezca chupado.
Un grupo de amigas que juegan en la liga profesional de fútbol femenino que sufren y se sufren las unas a las otras. Protagonistas de un texto certero y afilado como una cuchilla sobre el que las actrices se pasean como si verdaderamente hubieran salido al campo de fútbol cubierto de un agradable césped a jugarse una final, mejor dicho "la final", y dispuestas a llevarse la copa. En este caso la copa que otorga el público con sus aplausos. Unos aplausos que le dedican de pie.
Y, aunque lo que se representa son los dimes y diretes que las acucian antes durante y después de un partido crucial que les podía llevar a ganar la liga, lo que interesa es ver cómo como mujeres se enfrentan a las responsabilidades que han decidido asumir. A los sabrosos sin sabores de la vida. Los sabores de la amistad, el deseo (sexual), el amor, el matrimonio, la maternidad, el trabajo, la enfermedad y la muerte. También a los sabores de la agridulce victoria, en la que es siempre la vida la que se impone al partido.
No importa, ellas, sus personajes y las actrices, salen a ese bonito campo de fútbol escenográfico que ha creado Silvia de Marta. Donde los billboards, que habitualmente se usan para mensajes publicitarios cuasi subliminales que incitan al consumo (muchos al consumo de cuerpos), se convierten en mensajes que denuncian la desigualdad de género. Una igualdad que no solo tiene al enemigo enfrente, sino que también lo tiene en casa. Como esa suegra rabiosa y enfadada con una nuera que deja a sus hijos pequeños con el padre para irse a jugar al fútbol (¡abrase visto!). O esas mujeres que se conforman con menos de lo que se merecen, acostumbradas a dejar y dejarse.
Una desigualdad que se lleva al público de calle independientemente de su género. Porque estas chicas, con su desigualdad, su herida, saben sacar, driblar, tirar a puerta y marcar gol como si fueran un Messi o un Ronaldo de la interpretación. Un gol emocional en aquel espectador que sabe que en este mundo de iguales (ante la ley) la desigualdad es patente. Y que está convencido, como el equipo que protagoniza la función, que la felicidad se encuentra, pase lo que pase, en vivir la vida, la propia vida. Esa en la que uno compite por llegar a su meta y marcar gol. Esa vida que nos deja ganar algunas batallas pero no la guerra. Victorias pírricas que al menos proporcionan algunos momentos felices que compartir, en nuestra sociedad, en Instagram, mientras la trágica urgencia llega rápida e inesperadamente por WhatsApp. Y hacen saber al respetable que, a pesar de todo, este es el mejor de los tiempos, un tiempo que se puede, todavía, mejorar.