Peridis cuenta el origen de su novela 'El corazón con que vivo' sobre la Guerra Civil española y la reconciliación
La obra, que resalta los afectos por encima de las ideologías, obtuvo el Premio Primavera de Novela 2020.
En su nueva novela, El corazón con que vivo (Espasa-Ámbito Cultural), José María Pérez, Peridis, va al centro de la Guerra Civil española a través de la recreación de los relatos de dos familias separadas por la ideología y unidas por los afectos y los sentimientos. En medio de la confrontación desgraciada solo hay desencuentros y dolor; y pasada la desgracia queda el vacío, el tiempo huérfano de los afectos anhelados. Peridis recuerda que primero son las personas y los afectos, e invita a una reflexión sobre la reconciliación sincera en los conflictos. Con esta historia obtuvo el Premio Primavera de Novela 2020 que llega este 19 de mayo a las librerías.
WMagazín publica en primicia el prólogo de El corazón con que vivo en el cual Peridis relata el origen del libro. Una historia tan conmovedora como indicada para estos tiempos de confrontaciones incendiarias que atizan enemistades y odios.
José María Pérez Peridis escribió el libro tras el dolor, o en medio del dolor, por la muerte de su hijo Froilán. Una escritura para reencontrarse con la vida luego de que siguiera tres consejos literarios y artísticos: el de Jane Austen en Mansfield Park cuando dice: «No hay nada como la actividad, una febril actividad, para ahuyentar las penas. Una ocupación, aunque sea melancólica, puede disipar la melancolía». A esta se sumó el de Baltasar Gracián con «En los trances más difíciles no hay que pensar, sino actuar. El esfuerzo allana el camino imposible y puede ayudar a la buena suerte». Después la voz de Pablo Ruiz Picasso: «Cuando llegue la inspiración que me pille trabajando». Con estos tres consejos en marcha mientras viajaba en tren llegó el primer soplo de inspiración, a través del encuentro con un viejo conocido. Luego Peridis hizo el resto.
José María Pérez, Peridis, es arquitecto, dibujante, divulgador del patrimonio cultural y escritor. Un autor muy vinculado a los medios de comunicación: publica sus viñetas en el diario español El País, es colaborador en el programa Aquí la Tierra de TVE y en A vivir que son dos días de la Cadena Ser. En TVE dirigió y presentó el documental Las claves del románico. En 2014 obtuvo el Premio de Novela Histórica Alfonso X el Sabio con Esperando al rey. En 2016 publicó La maldición de la reina Leonor y en 2018 culminó su Trilogía de la Reconquista con La reina sin reino.
Te invitamos a leer el prólogo El corazón con que vivo:
Portada de ‘El corazón con que vivo’, de José María Pérez Peridis. /WMagazín
Por José María Pérez, Peridis
Cuando murió mi hijo Froilán y yo andaba muy decaído de ánimos, recordé lo que escribió Jane Austen en Mansfield Park: «No hay nada como la actividad, una febril actividad, para ahuyentar las penas. Una ocupación, aunque sea melancólica, puede disipar la melancolía». Lo vi claro. Tenía que meterme a fondo con una nueva novela para distraerme pero no sabía por dónde empezar. Entonces me propuse seguir el camino que señala Baltasar Gracián: «En los trances más difíciles no hay que pensar, sino actuar. El esfuerzo allana el camino imposible y puede ayudar a la buena suerte». Y con esta disposición de ánimo, un día que viajaba a Santander y tenía más de cuatro horas por delante, me propuse retomar la escritura. Como no sabía por dónde empezar, recordé el consejo de Picasso: «Cuando llegue la inspiración que me pille trabajando». Para facilitar su llegada, abrí el portátil y me dejé envolver por los recuerdos de infancia buscando algún cabo suelto al que agarrarme para iniciar la escalada. Yo tenía muy pocos años y oía a mi padre mofarse de los italianos y de Mussolini por lo de Guadalajara; sin embargo, elogiaba a Hitler y a los alemanes, porque para él fueron decisivos en la victoria de Franco. En mi cabeza infantil no cabía la idea de que hubiera sido una guerra entre españoles. Tal y como él hablaba de la guerra yo estaba hecho un lío; confundía los rojos con los rusos y pensaba que Stalin había invadido España. Por su parte, mi madre decía que los rojos les querían quitar la religión.
Ya habíamos pasado bajo las entrañas de la sierra de Guadarrama y me distraje mirando la catedral de Segovia, que surcaba majestuosa la estepa castellana con su monumental torre navegando por encima de los cerros.
Una vez que la catedral desapareció de mi vista, traté de centrarme en las peripecias que contaba mi padre imaginando aventuras y personajes para la novela, cuando observé que un caballero cuyo rostro me era familiar se acercaba sonriente. Mediana estatura, bien parecido y desde el primer momento directo y campechano. Le miré fijamente, tratando de ubicarle entre mis conocidos de antaño.
—Soy Antonio, un médico más en una familia de médicos. —Se presentó, sentándose enfrente de mí. Hacía años que no nos veíamos. Era unos pocos años mayor que yo, y casi de inmediato le reubiqué en mi memoria.
—Eres uno de los nietos de don Arcadio —aventuré—. No llegué a conocerle, pero en Paredes Rubias, durante mi infancia, todo el mundo hablaba de él. Debía de ser todo un personaje. Era el padre de don Lucas.
—Don Lucas era hermano de mi madre, y mi padre era el alcalde de Paredes Rubias por el Frente Popular cuando se produjo el levantamiento militar que provocó la Guerra Civil.
—Si no me equivoco, vivíais en Madrid y veníais los veranos a Paredes Rubias.
—Veo que te acuerdas. Yo también me acuerdo de tus programas del Románico. No me perdía ninguno. —Se notaba que quería entablar conversación mientras yo fijaba mi atención en sus gemelos.
—¿Quieres verlos de cerca? —me preguntó, entregándome el de la manga izquierda.
—Veo que has adivinado mi pensamiento. —Me puse las gafas de dibujar para examinarlos y exclamé—: Te diría que son únicos. Son hermosos en su sencillez y tienen algo hipnótico. ¿No tienes miedo de extraviarlos o que te los roben?
—Me los he puesto porque la familia ha decidido que a partir de ahora los lleve mi primo Andrés y los tengo que dejar en su casa de Paredes Rubias. Se los regaló mi bisabuela a mí tío Gabriel cuando acabó la carrera y se fue a hacer la especialidad a Santander en el hospital de Valdecilla. Tienen un valor incalculable para la familia. Por lo que fueron y por lo que significan para nosotros. Llevaban desaparecidos muchos años y los hemos recuperado de milagro hace poco tiempo. En ellos está contenida la historia de toda nuestra familia y un pedazo de la historia de España.
Verdaderamente, aquellos gemelos eran especiales. El uno tenía pátina de envejecimiento y parecía más antiguo, y el otro estaba nuevecito. No me cabía ninguna duda de que eran de oro. El platillo con forma de cuenco colgaba del pasador mediante una cadenita de tres eslabones. Y del centro de la parte exterior emergía un pequeño diamante incrustado como polo magnético en una estrella de ocho puntas, que era como una lágrima a punto de desprenderse de una estalactita.
—Estos gemelos tienen una historia digna de ser contada —continuó, echándome una mirada persuasiva—, pero ni sé hacerlo como es debido ni tengo tiempo para ello. A mi familia y a mí nos gustaría que alguien la novelara, y como creo en las casualidades, pienso que nuestro encuentro ha sido providencial porque eres la persona más adecuada para escribirla. Conoces el lugar, conoces a mi familia y, de un tiempo a esta parte, te has hecho escritor de novelas históricas.
Tres horas de tren eran una oportunidad única para saber el misterio que encerraban los gemelos con diamante. El viaje prometía ser entretenido y mi paisano me estaba sirviendo en bandeja la historia que yo necesitaba. La suerte había venido a mi encuentro.
—Yo trataré de hacerte un relato de aquellos terribles sucesos que arruinaron la vida a mi abuelo y cambiaron las nuestras por completo.
—Ahora mismo no te prometo nada —le respondí para no comprometerme—, escribir novelas es muy difícil y hay que trabajar mucho y durante mucho tiempo. Yo tengo mis propias vivencias y recuerdos por lo que viví en la posguerra. Crecí en aquel ambiente y me acuerdo de lo que se hablaba en la familia, que no era mucho. Tú me cuentas lo que quieras y yo escribiré lo que pueda.
—Eso es cosa tuya, escribe lo que quieras. Estoy seguro de que lo harás bien. Antonio era un hombre locuaz y campechano, un conversador muy ameno y además un gran narrador, y, sin que yo le tirara de la lengua, empezó a relatarme la historia.
—Para mí, todo empezó en la romería de la Virgen del Carmen en el año 1936. Yo era un niño todavía y estuve en ella y me acuerdo de lo que pasó como si lo estuviera viendo, porque al día siguiente mi padre desapareció de nuestras vidas. Aquellos acontecimientos se grabaron a fuego en mi memoria.
Avances literarios en marzo, abril y mayo de 2020 en WMagazín.