Pedro y Pablo, condenados a entenderse
La complicada relación de la que depende hoy el futuro de España
“Todo era muy clandestino, entrábamos los dos en una habitación, con una cama. Yo le decía ‘Pedro, esto es del rollo de gente que queda para follar. Está bien que rompamos el hielo para ponernos de acuerdo, pero no sé’… Ahí a veces nos hemos tomados una cerveza… Turbio de narices”.
Palabra de Pablo Iglesias. Estas eran las sensaciones de sus primeras reuniones hace unos años con Pedro Sánchez. Dos hombres, dos vidas que han cambiado totalmente, dos dirigentes enganchados a la política casi desde niños… y que hoy tienen en sus manos el futuro del país.
Para nada ha sido una relación fácil. Más bien, tormentosa, llena de dificultades, desconfianzas, acusaciones y posterior recomposición. Con varias etapas, pero dos bien marcadas: antes y después de las primarias que ganó Sánchez en el verano de 2017.
Pero hoy esa relación vuelve a estar a prueba, con unas negociaciones más difíciles de lo que se preveían, con un pulso entre los dos por doblegar al otro: Sánchez no quiere a Iglesias dentro de su Gobierno y el líder morado se siente totalmente legitimado para tener una cartera, incluso una Vicepresidencia.
Vuelve la guerra psicológica y política. Y la desconfianza reaparece con en los momentos de tensión: sientan muy mal las filtraciones de ambos lados y los consiguientes desmentidos.
“Hay aprecio, pero no son amigos”
¿Cómo son esas conversaciones a puerta cerrada y las llamadas de teléfono? ¿Y la relación? Fuentes cercanas a Sánchez lo describen así a El HuffPost: “Se tienen aprecio, pero no hay intimidad de amigos”.
Las conversaciones entre los dos estos días “son cordiales”, indican las fuentes, que ponen en valor que son de “larga duración pero sin llegar a acuerdos”. “Se guardan las formas, dentro de las diferencias en cuestiones obvias”, comentan desde Ferraz.
Una relación con muchos vaivenes estos días como reflejo de estos años. La convocatoria de una consulta entre las bases de Podemos ha irritado especialmente a Sánchez que quería volver al principio de la negociación. Y la cúpula morada siente que el PSOE quiere evitar como ministros a los líderes, cuando han sido elegidos por los ciudadanos.
Y una sombra durante estos días se hace presente entre los dos: Iván Redondo. En Podemos ven una estrategia detrás de cada paso.
Érase una vez la España de 2014
Una historia que tiene su origen en 2014, en aquella noche de las elecciones europeas. Un desconocido Iglesias irrumpía como un cohete la noche de las elecciones europeas, cinco escaños, y se convertía en la voz de la indignación que recorría las calles de una España al borde del abismo económico y asfixiada por los recortes.
El establishment tembló, aparecía una nueva España. Y el PSOE empezó a sentir que podía acabar como el PASOK griego. Alfredo Pérez Rubalcaba daba un paso atrás, hacía falta buscar un recambio joven y urgente. Susana Díaz pensó que no era el momento y apoyó a un desconocido diputado que había entrado de rebote en el Congreso: Pedro Sánchez. Muchos pensaron que duraría poco… y hoy es el presidente del Gobierno.
Entonces Podemos sólo estaba obsesionado con una cosa: el sorpasso al PSOE. No había margen para el entendimiento. Y se materializaría especialmente en la investidura fallida de Sánchez junto a Ciudadanos en 2016. Iglesias se negó a apoyar al socialista, algo que marcaría su relación, y España tuvo que ir de nuevo a elecciones. Era la época de un líder de Podemos hablando de Felipe González y la “cal viva” y que se veía como presidente en La Moncloa si había repetición electoral.
“Nuestras relaciones nacieron marcadas por el desencuentro”
Sánchez ha dejado negro sobre blanco algunas sensaciones en su libro de memorias, (Manual de resistencia). A raíz de aquella primera e infructuosa investidura, comenzó a hablar más tanto con Rivera como con Iglesias. Hubiera sido más esperable que hubiera más conexión con el morado por la ideología, pero explica: “Nuestra relaciones casi nacieron ya marcadas por el desencuentro”.
En esos trepidantes días, según escribía Sánchez, empezó a darse cuenta de que Iglesias no quería un pacto y buscaba ya esa segundas elecciones, con la vista puesta en fusionarse con IU y hacer el sorpasso. “Estos de Podemos no quieren pactar”, le trasladaba Rodolfo Ares, uno de los negociadores, tras cada reunión.
De los momentos que marcaba entonces la relación para mal fue la ronda de consultas de enero de 2016, cuando se enteró Sánchez por el propio rey dentro de Zarzuela de que Iglesias le iba a proponer un Gobierno de coalición.
El propio Sánchez reproducía así la escena:
“Sin duda lo más hiriente fue el tono empleado al referirse a mi persona”, explicaba.
La vida política de Sánchez fue un infierno desde aquella investidura fallida. Un partido en caída libre, unas nuevas elecciones en las que aguantó el sorpasso pero que llevaron a una aritmética diabólica. Desde junio se empezó a presionar al líder socialista para que se abstuviera ante Rajoy, mientras que él empezaba a defender un acercamiento con Podemos y otros partidos. Las elecciones gallegas y vascas le dieron la puntilla… y luego llegaría el fatídico Comité Federal del 1 de octubre.
Dejaría su acta en el Congreso, se mantuvo en su “no es no”, se alejó unos meses, se refugió en un momento cuasi depresivo. Pero poco a poco fue rearmándose y fabricando su nuevo relato: el gran defensor de la parte de izquierdas del PSOE frente a Susana Díaz y la gestora, proclives al pacto con el PP. De hecho, sus rivales internos en las primarias empezaron a criticarle por su ’podemización”. En cambio, los morados cambiaron su visión sobre Sánchez, al que siempre habían acusado de doblegarse ante el sistema y no pactar con ellos por culpa del Ibex”.
Sánchez salió victorioso de aquellas primarias y la relación con Podemos cambió. Lo decía así en sus memorias: “Lo más maravilloso de la política es cómo los cambios generan cambios alrededor. Iglesias dio un giro claro a su discurso hacia el nuevo PSOE y abrazó por fin las tesis relativas a la necesidad de unir fuerzas desde la izquierda”.
Pero en esa unión de fuerzas de la que hablaba Sánchez hace unos meses no entra en sus planes darle un ministerio a Iglesias. El propio Sánchez ha verbalizado que hay diferencias como la cuestión catalana o la posibilidad de que no sea un Gobierno cohesionado. Eso sí, no descarta que entren perfiles técnicos de Podemos. Traduciendo: no quiere al líder de Unidas Podemos dentro del Ejecutivo.
Uno de los dos tienes que ceder. De los depende que haya Gobierno en la semana del 22 de julio. Si no fructifica, España caminará a elecciones el 10 de noviembre. Pedro y Pablo, condenados (o no) a entenderse.