'Payusadas' y 'Celtiberia Show'
Aquella España de la concordia y la esperanza está siendo dinamitada a conciencia con cargas de demolición.
Al borde del precipicio donde rugen los demonios extremos de la derecha y la izquierda, España vuelve a las andadas. Las democracias civilizadas entran en modo estupefacto. No conciben que un país que había derrotado al terrorismo, que había realizado una transición pacífica y constructiva desde la dictadura a la democracia, en la que los comunistas recién llegados del exilio, como Pasionaria, Carrillo, Alberti y otros tantos, igual que socialistas salidos del ostracismo exterior o el interior, tanto o más terrible, se encontraran un día apoyando una monarquía parlamentaria, hablaran y hasta se contaran chistes con diputados llegados desde el Movimiento Nacional (“molimiento”, le decía mi padre, siete años en un campo de concentración en Gran Canaria)… ahora esté en una situación de peligrosa confrontación, de la que nada bueno y todo lo malo se puede esperar si no se para ya la locura. Aquella España de la concordia y la esperanza está siendo dinamitada a conciencia con cargas de goma-2 adosadas a las principales columnas que mantienen en pie el edificio.
Recibo un ‘meme’ que me hace reflexionar. Es muy simple. Dice así: “Las tribus indígenas sacrificaban a sus líderes como ofrenda a los dioses cuando había epidemias. Lo digo por aportar ideas”. La remitente, una fiel lectora, no oculta su desconcierto por el ocaso de todos los dioses. Igual que media docena de amigos sindicalistas de UGT, de los que no usaban el sindicato para escaquearse del trabajo, que han pasado voluntariamente al grupo de los desencantados. Sus opiniones son cada vez más tristes, envueltas en un claro temor ante el futuro de sus nietos. “Antes creíamos que nunca más volverían los tiempos de las guerras… ahora todo puede ocurrir. Hay que recordar la historia de Europa, y de España”. Todas las tragedias ocurren porque nunca se hizo caso a los que advertían de ellas.
Frente a este pesimismo, el miedo se intenta vacunar con un “no es para tanto; los tiempos son distintos”. Lo son. Pero cada día menos, y no solo en este país. En EEUU, Trump se ha encargado de descubrir que las causas de la guerra civil o de secesión siguen ahí. Y en buena parte de Europa vuelve a demostrarse que la estupidez es infinita, como aseguraba Albert Einstein.
Lo cierto es que la madeja se enreda cada día más, y el falso relato termina por aplastar la verdad, que es la de los hechos. Lo comentaba un día en Madrid, hará unos tres años, en un foro sobre los desafíos de Europa en la Fundación Carlos de Amberes con una alta funcionaria de la UE de prometedor futuro, al que ha llegado: “esta cantinela del relato es un cuento para ocultar la realidad”, le decía en el tentempié. “No se puede prescindir de los hechos ni disfrazar las verdades, porque entonces en vez de ante un relato estamos ante un engaño”, comentaba yo en un pequeño corrillo de colegas frente a la barra de los canapés.
Con la misma firmeza y arrojo de su muy recordado discurso sobre los episodios de Cataluña del 3 de octubre de 2017, el rey Felipe VI, que se ha tomado en serio su papel de árbitro proactivo, no modelo jarrón chino, aprovechó la solemne entrega de los Premios Princesa de Asturias en el Hotel Reconquista de Oviedo el pasado 16 de octubre para pedir “un gran esfuerzo nacional de entendimiento y concordia”, reclamando a las instituciones que den ejemplo y que actúen “con la máxima integridad y rectitud para que el interés nacional prevalezca”. No pudo hablar en la entrega de despachos a los nuevos jueces en Barcelona que le vetó el Gobierno, en una interpretación abusiva por restrictiva de la Constitución, pero desde el Reconquista advirtió sobre los peligros del momento. Si todo fuera normal, con los altibajos propios de la política, no se hubiera visto obligado a pedir “un esfuerzo nacional de entendimiento y concordia”.
La crispación, soplada también irresponsablemente por medios de comunicación propensos a echarse al monte y anónimos en redes volcados en la desinformación y la ‘agitprop’, está en un momento límite. O muy cerca de él.
Entre los puntos de ignición destacan los manejos de Casado para no perder la mayoría que le han negado las urnas en el CGPJ, que la Constitución obliga a renovar cada cinco años, exigiendo una mayoría de 3/5. El bloqueo del líder conservador, que quiere conservar la influencia sobre este órgano, decisivo para el nombramiento de los altos cargos de la judicatura, en el fondo es la misma estrategia de Donald Trump. Siendo uno de los partidos europeos con más casos de corrupción, juzgados o en capilla, en estos tiempos de tribulación le valen las trampas por muy descaradas que sean.
Ante el boicot, Pedro Sánchez respondió primero denunciando el filibusterismo y, luego, con una amenaza desmedida y tan anticonstitucional como la marrullería casadista: anunciando una ley que desbloquearía la renovación paralizada por el método de mandar a galeras los tres quintos. Muy mal. Hay fórmulas alternativas que no violentan la CE78, como la de un nuevo reglamento que establezca restricciones para el órgano mientras esté en funciones. Como le sucede al propio Gobierno en iguales circunstancias. E incluso con otras medidas de más peso disuasorio.
Esto se sigue liando con la ya habitual salida del tiesto del PP acudiendo a Bruselas y a Estrasburgo para denunciar la paja en el ojo ajeno, mientras trata de hacer invisible con charlatanería de mercadillo la viga en el suyo. En el fondo, y como en anteriores denuncias en la UE, hay una finalidad que se oculta, pero a la que se le ven las patas y el trabo debajo del disfraz de dolorosa: retrasar los fondos de ayuda europea para la Reconstrucción para asfixiar económicamente al Gobierno de coalición PSOE-UP. Que sufran por ello millones de españoles en situación desesperada entra en la malvada estrategia enunciada por Cristóbal Montoro en la anterior crisis económica y que suele recordar tanto en prensa, radio y televisión como en la tribuna del Congreso la testigo de excepción que fue la diputada canaria Ana Oramas. “Pues que se hunda (España) que ya la rescataremos nosotros”.
De cómo fue aquél rescate da cuenta la singularidad española ante las olas del coronavirus. Una de las conclusiones más evidentes es que los años de los ‘ajustes’ llevados a cabo por una derecha desmadrada contra el sector público fue la anemia del Sistema Nacional de Salud, insensatamente debilitado en varios de sus pilares fundamentales, pero sobre todo en dos: la atención primaria (y preventiva), y la salud pública, actividades que por motivos de ‘cuenta de resultados’ y expectativas financieras no son agradables al sector privado.
Evitar las enfermedades crónicas y la cirugía y prevenir epidemias resta capacidad de negocio aunque beneficie y mucho al interés general.
La gestión sanitaria de Isabel Díaz-Ayuso, de confrontación sin cuartel ni vergüenza contra el Gobierno de la nación, incluso cuando hace lo que la Comunidad de Madrid le pide que haga, deja ver esta querencia por lo privado hasta extremos delirantes: no contrata médicos de primaria, pero sí curas para ‘aliviar’ a los moribundos, mandando la Ilustración y el método científico al carajo. Luego está el inexorable cumplimiento del principio no solo filosófico sino también empírico de que primero se coge a una mentirosa que a una coja: en octubre Madrid sigue incluyendo contagios y muertos desde marzo en adelante, con lo cual ha venido maquillando cínicamente sus datos… como han venido sugiriendo Illa y Simón.
Lo peor de todo es que la presidenta madrileña ‘libertaria’ y antisistema, incluido el métrico decimal y el de pesos y medidas, olvide que el ridículo es una droga que mata con igual o mayor letalidad que la covid-19. Ataca al estado de alarma porque “queremos ser libres” y porque es consecuencia del odio a Madrid del catalán ministro de Sanidad y otros infantilismos por el estilo… y Macron establece el toque de queda en París, sin que nadie sea tan anormal de acusarle de odiar a la capital de Francia, Merkel pide a los alemanes que por favor no salgan de sus casas, Portugal e Italia declaran la emergencia… Como sentencia el amigo del que les hablaba al principio: “payusadas”.
Deberían tener en cuenta los implicados las palabras de Warren Buffett: “Lleva veinte años construirse una reputación y cinco minutos destrozarla”. Por supuesto, si es que conservan alguna.