Parlem! ¡Hablamos!
Reunión entre Sánchez y Torra. Este lunes ha pasado algo excepcional en nuestro país: el presidente de la Generalidad de Cataluña y el presidente del Gobierno se han sentado a hablar. Y han dado un paseíto para ver la fuente del amor prohibido de Leonor y Antonio Machado. Y ha habido buen trato personal. Y se han dicho que no recíprocamente. Han discutido de política.
¿Raro? Imposible durante mucho tiempo. Concretamente, desde el 11 de enero de 2017 no estaba un presidente catalán en Moncloa. Pero desde la Diada de 2012, un enfrentamiento constante. Desde 2012 la única respuesta que vimos desde la Presidencia de Rajoy ha sido jurídica, con recursos sucesivos que, pese a haberlos ganado, no han hecho sino incrementar el problema político.
¿Han resuelto la cuestión catalana este lunes Sánchez y Torra? No, claro que no. ¿Pensaba alguien que dos horas de conversación pudiera resolverlo? Pero sí han hecho algo importante. Han dado un paso. Han puesto en funcionamiento la Comisión Mixta prevista en el Estatuto y que no se reunió en toda la Presidencia de Rajoy. Dicho de otro modo, se ha acordado seguir hablando para resolver los problemas.
Hablar, dialogar, discutir, discrepar. Si se hace con lealtad la mejor forma de generar empatía para resolver lo que es un problema político. Un resultado final que tardará mucho tiempo y que, si se logra, habrá de cuidarse sin cometer los excesos que hubo en el pasado. Y ello a pesar de que habrá cosas que no gusten de unos y otros.
Durante mucho tiempo cuando algunos decíamos que había que hablar se formaba el escándalo. ¿De qué? ¡Que cumplan la ley y ya se verá! Pues no. Resulta que se habla y no se rompe España. Más aún, se ha empezado a generar una cremallera que cierre las heridas. Porque una crisis política requiere una solución política.
Hemos de ser conscientes de que lo que se ha iniciado hoy se puede romper en cualquier momento y que surgirán dificultades por el camino. Como en todo proceso de diálogo para resolver un conflicto.
Las estrategias que se habían seguido hasta ahora estaban condenadas al fracaso. Sin duda, la de Rajoy -esa mera aplicación del Derecho que había llegado a su límite- generaba un riesgo mayor que la independentista. El riesgo de romper España, ya que su bloqueo institucional a todo lo que provenía de Cataluña, su falta de diálogo abierto constituía la máquina mayor de generación de independentistas.
El problema principal estará en los que no han participado en la reunión. En los que han vilipendiado a Sánchez por publicar un mensaje por Twitter en catalán, sin darse cuenta de que una de las mayores riquezas que tenemos en España es la lingüística. Los de ambos lados que censuran el diálogo porque piensan que la testiculina es la forma de resolver el problema. Todo ello, claro está, especialmente en aquellos naranjas y celestes que no han dado una sola propuesta para solucionar el problema. Su falso patriotismo constitucional supone una visión uniformadora de una España única que solo existe en su imaginación. Es el que cuando se abre una vía para resolver un problema sólo saben decir que hay un rearme nacionalista, sin darse cuenta que para un problema complejo no sirven las soluciones simples que caben en un mensaje de Twitter.
El recordatorio de que hay que hacer política no es baladí. Y hacer política no consiste en las declaraciones altisonantes que de forma reiterada vemos en los medios de comunicación.
El recordatorio de que es el Gobierno central el que tiene más obligaciones para solucionar el problema no es gratuito teniendo en cuenta que ciertas competencias constitucionales las tiene él y sólo él. La política tiene que servir para gestionar un marco de convivencia que resulte satisfactorio y que hoy ha padecido mucho. La política, la que debería haberse hecho desde hace años en la Moncloa y que hoy parece que empieza a hacerse, tiene que servir, entre otras cosas, para conseguir que parte de los catalanes que se han separado de España puedan volver a ella. Pero, sobre todo, la política tiene que servirnos para solucionar un problema que está condicionando políticamente la vida en España en los últimos diez años y que amenaza muy seriamente con enturbiar la convivencia social.
Sin lanzar las campanas al vuelo, sin ser demasiado optimista, parlem!, ¡hablamos!.