Pánico a una muerte ridícula
"Llegará el día en el que no haya corridas de toros en España".
“Los muertos, por mal que lo hayan hecho siempre salen a hombros” (Jardiel Poncela).
De algo hay que morir, eso está claro. O eso creo. Porque no descarto que, llegados a este punto del texto, alguien se haya sentido ya ofendido por algo que haya escrito, me corrija y me lo niegue. Y como creo que de algo hay que morir, dicebamus hesterna die, pues a ser posible que sea dignamente y no por hacer el canelo, que da vergüenza, como ser decapitado por un camión mientras conduces con la cabeza fuera de la ventanilla para cantar Motomami al viento, o de manera ridícula, que da pánico y palmarla a lo tonto es degradante, como ya cantaba Def Con Dos. Véase: electrocutarse al cambiar una bombilla, suicidarse sin mirar la Primitiva, ahogarse en la piscina de un barco, desnucarse en la bañera fornicando, por un onanismo casero desbocado, con una bolsa de plástico en la cabeza y en el muslo las ligas de la asistenta, que te caiga el único rayo de una tormenta en un cielo muy estirado, morada el día de tu boda, atragantada por un gran langostino, sepultado por una cornisa que cae cuando entras a ver una película de risa, aplastado por un suicida, o bajo una lluvia de petardos en una fiesta de moros y cristianos.
A César Strawberry le escuchan, pero no le hacen caso. Salvo la Audiencia Nacional, el Tribunal Supremo y todos estos que velan por evitar el libre albedrío del pueblo - no el suyo - más que por la justicia, y censuran las palabras gritadas en negrita que les molestan. No quieren que, de Def Con Dos, pasemos a DEFCON1.
Aún no ha terminado la temporada de festejos taurinos, que en algunos lugares llega hasta noviembre, y el número de heridos y fallecidos por asta de toro en este tipo de eventos y encierros es apabullante. Las noticias del estío han sido el fuego y los cogidos en los encierros. Y Putin, pero menos. Prácticamente a diario hemos visto a alguien por el aire siendo volteado o empotrado contra un burladero o una talanquera.
De todos estos festejos tradicionales, los ‘bous al carrer’ valencianos se llevan las dos orejas y el rabo en cuanto a número de accidentes; o en testa, si se quiere más taurino. No en vano, más de la mitad de los 16.000 actos taurinos de toda España tienen lugar en la Comunitat Valenciana. Entre julio y agosto hubo siete muertos y trescientos heridos y, desde el año 2014, los ‘bous al carrer’ han dejado 32 muertos y 5.400 heridos. Así, a ojo de buen cubero, eso son 4 muertos y casi 700 heridos por año.
La temporada de fallecidos taurinos del verano 2022 en la Comunitat comenzó la noche del 8 al 9 de julio durante los encierros de Pedreguer, Alicante. Allí un francés de 64 años, murió tras permanecer nueve días ingresado en el Hospital de Denia con graves heridas en la cabeza, médula y espalda. Unos días más tarde, el 12 de julio, otro hombre de 56 años fallecía en los ‘bous al carrer’ de Picassent, Valencia. El 16 le llegó el turno a un señor de unos 50 años de Meliana, que murió tras ser cogido y volteado al no poder entrar al cadafal. El 6 agosto un chico de 18 años murió durante la celebración de la Semana Taurina de Soneja, después de recibir una aparatosa cogida por un toro embolado. El Ayuntamiento de la localidad castellonense decretó tres días de luto en su honor, porque quién sabe, tenía toda una vida por delante e igual hubiese llegado a llevar el nombre de Soneja a lo más alto gracias a sus éxitos profesionales en el futuro, como hizo Iniesta con Fuentealbilla gracias a otro circo, pero menos sangriento, como el fútbol. O igual los tres días de luto fueron para desviar la atención y que no se hablara de lo precario de las instalaciones y de la aparente poca seguridad que se percibe, a decir por los vídeos snuff que circulan por la red. El 21 de agosto, otro joven de 24 años falleció en los festejos taurinos de Vallada, Valencia, al ser embestido en un callejón. Agosto, lógicamente, es un mes prolífico en cuanto a tragedias taurinas. Fue el mes en el que también cayó Manolete en Linares, aunque este sí sabía torear. Gajes del oficio. Pero los toros, animalicos, no entienden de fechas ni de localizaciones. El 1 de mayo, coincidiendo con el Día Internacional de los Trabajadores, un hombre de 50 años se dio de baja en la Seguridad Social tras ser empitonado durante la XIII edición del festejo del Toro del Sarmiento en La Seca, Valladolid. Recibió la cornada en la zona de la ingle por ‘Rodillero’, un bicho de 533 kilos. Su mujer y su hija, testigos (o testigas, yo ya no sé) de la malavenida hazaña, sufrieron un ataque de ansiedad y tuvieron que ser atendidas. Carpio, su pueblo, también lloró y lamentó. Afortunadamente, la delegación territorial de la Junta de Castilla y León dijo que “investigaría” lo sucedido para “corroborar que todo estaba en regla”. Sin ser yo periodista, aquí avanzo una exclusiva: todo estaba en regla y el desafortunado accidente fue consecuencia de la imprudencia del fallecido. A modo anecdótico, tras la grave cogida, el toro “cazó” a otros dos aficionados, esta vez sin consecuencias más allá de un par de microinfartos, de jirones en las ropas y de un resignado “pero tú eres tonto o qué te pasa”, de sus respectivas parejas. En el mismo pueblo de La Seca, morirían dos hombres más, unos días más tarde. Uno por un infarto, embriagado de emoción en la previa de un encierro, y otro de 54 años, corneado en el cuello tras llamar a la vaca y hacer, o tratar de hacer, una especie de corte delante de sus ollares, como si un delantero de metro sesenta hiciera virguerías delante de Puyol y pensara irse de rositas sin una colleja bien dada a mano abierta. Y llegamos al 11 de junio, Día Mundial del Cáncer de Próstata. Un chico de 35 años necesitó intervención quirúrgica, no por nada relacionado con su glándula sino porque fue embestido durante la celebración del Toro del Cajón de Vitigudino, ciudad charra de infausto recuerdo para mí ya que el 12 de julio de 1997, me acuerdo perfectamente porque ese fin de semana fue muy intenso en España y el 13 de julio un día negro, también terminé la fiesta en ambulancia, pero por culpa de una melopea, que hizo que bajase las escaleras de una discoteca dando tumbos hasta caer en el suelo, en uno de mis muchos momentos de gloria invertida. Desde entonces tengo el tobillo izquierdo a la virulé y, releyendo la fecha de mi caída, posiblemente el hígado también.
Y podríamos seguir. El 18 de agosto, una mujer de 50 años fue herida a la altura de la axila tras romper un toro una talanquera en Mazuecos, Guadalajara. En Humanes, también Guadalajara, otro hombre sufrió una cornada durante un festejo y falleció tras ser atendido en el quirófano de la misma plaza de toros. En Alalpardo, Madrid, un hombre de 60 años murió corneado. En Medina del Campo, Valladolid, dos personas resultaron heridas por asta de toro y otra sufrió una fractura de cráneo al ser arrollada por un cabestro en el transcurso de un encierro. Los San Fermines de Pamplona cuentan 165 heridos desde el 2001 hasta el 2022… y podríamos seguir.
Pero la cogida que más me ha indignado, ha sido la de Beniarbeig, Alicante, el 25 de agosto. Allí una señora francesa de 73 años y residente en Dénia, murió por una herida en el tórax tras ser corneada en el pecho por una vaquilla mientras esperaba de pie, vete a saber el qué, en el lugar habilitado para el “Juego de Toros” del pueblo. El Ayuntamiento, tal y como hizo el de Soneja, decretó un día de luto y suspendió todos los actos taurinos tras este suceso, homenaje que, en su pueblo de la Bretaña francesa, seguramente no hubiera tenido.
La cogida en sí no es que me indignara. No me gusta, no me gusta que lo repitan por la tele como si fuera un fuera de juego, no es agradable, no debería pasar, pero no me indigna. El tratamiento que los medios de comunicación hicieron sobre la noticia, sí. En particular, en La Sexta Noticias, donde dijeron, literalmente, que una mujer había muerto “corneada a traición”. Y eso no; no se puede malear una noticia e infundir una creencia, jugando con las palabras. Porque la cornada no fue a traición. Es imposible. No existen toros traidores. No existen animales traidores. Ni la mantis, cuando le arranca la cabeza a su partenaire tras la cópula, se puede considerar una traidora. Si acaso es el ser humano quien traicionó hace mucho tiempo a los animales y a la Naturaleza jugando a ser Dios y llorando después porque, oops, resulta que no somos inmortales y a veces el dado cae en la casilla de la calavera. Y, cuestión de probabilidad, cuantas más veces juguemos, más probabilidades de morir tendremos.
De lo que sí se puede hablar más que de traición es de la imprudencia y el exceso de confianza de los más veteranos, de la irresponsabilidad y la temeridad de los guiris que vienen siguiendo los pasos de Hemingway, otro que no terminó bien; de los insensatos que corren delante de un toro y hacen cortes y, por qué no, el payaso, borrachos como cubas; de negligencia y de falta de medidas de seguridad por parte de los ayuntamientos y autoridades a la hora de controlar el acceso de menores a calles y recintos taurinos temporales y de vallados e instalaciones oxidadas, obsoletas e insuficientes que no garantizan la seguridad de nadie.
Estoy convencido, y eso espero, que llegará el día en el que no haya corridas de toros en España, que la tauromáquina de hacer dinero cada vez hace menos y eso pesa más que cualquier argumento en pro del bienestar animal. Sin embargo, no soy tan optimista respecto a los festejos taurinos de los pueblos. Si estos llegan a desaparecer, será mucho más tarde que las corridas de toros. Por tres causas, yo diría: porque el arraigo entre la gente es mucho mayor. Son eventos muy antiguos, mucho más que las corridas tradicionales, y esto, generación tras generación ha marcado y seguirá marcando a mucha gente que tiene la fecha de sus fiestas patronales marcadas a fuego a lo San Lorenzo, como uno de los eventos a los que no puede faltar con su peña. Aquí se unen un sentimiento de pertenencia y otro de tradición. Por otro lado, la afluencia de gente es mucho mayor que en las corridas, que pierden cada vez más adeptos. Por tanto, el recelo de los políticos locales para meter mano en estos asuntos y/o abrir este melón, es mucho mayor, en especial cuando se acercan elecciones autonómicas. Y, en tercer lugar, estos eventos son, a todas luces, inferiores respecto a las corridas. Inferiores económicamente y, por tanto, más asequibles y sostenibles para los ayuntamientos, que no necesitan ni plaza para organizar estos números, habiendo calles y plazas. Inferiores en cuanto a complejidad: no es lo mismo el grado de sofisticación de una corrida profesionalizada, con personal cualificado para maltratar y acabar con la vida de un animal durante una ceremonia escalonada con su tercio de varas, su tercio de banderillas y su tercio de muerte, que las pachangas taurinas de los pueblos. Y son inferiores en cuanto a catadura moral, con lo que se hace muy difícil hacer llegar a comprender a ciertos y ciertas que conseguir que un toro corra hasta caer en el mar, no es que sea una brillante idea; o que colocarle pirotecnia en los cuernos a un animal, no es bonito ni en la oscuridad de la noche; o que perseguir un toro hasta conseguir que llegue a la vega del río Duero para agujerearlo con lanzas en lo que ellos llaman ‘torneo’, es algo que ni en el Paleolítico Inferior se les ocurrió.
En fin. En EEUU también debaten cómo solucionar el problema de los tiroteos en las escuelas y centros comerciales, pero, mientras existan ciertos arraigos – encima constitucionales - y mentes incapaces, decenas de adolescentes, profesorado, transeúntes y civiles seguirán siendo asesinados cada poco tiempo y nosotros lo seguiremos viendo en las noticias.
Como volveremos a ver el próximo verano, gente siento corneada por un toro y recibiendo homenajes en un pueblo al que, quizás, fue de borrachera y del que salió a hombros, pero en un ataúd camino de su hoyo en un cortejo fúnebre.
Pánico a que todo el mundo sea testigo de tu muerte, algo tan personal. Pánico a que todo el mundo sea testigo de tu muerte mientras resuena el Paquito Chocolatero de fondo. Pánico a una muerte ridícula.