Portugal, Irlanda, Luxemburgo y Malta, los únicos de la UE sin extrema derecha en sus parlamentos
España ya no se escapa: su Congreso se ha contagiado con los 24 escaños de Vox.
En la resaca del 28-A hay análisis para todos los gustos sobre los datos de Vox: la extrema derecha no tienta tanto como se decía, no tienen influencia ni son llave para nada, han fallado sus mejores encuestas, suben en parte por el descontento con el PP...
Pero ni la más optimista de las lecturas puede obviar un dato: España ya está contaminada, en su Congreso ha entrado la ultraderecha (no la derecha clásica radicalizada, sino la que nace directamente con postulados de odio y rechazo) y ha dejado de estar en el clan de los países libres del mal.
Hasta ahora, nuestro país formaba parte del pequeño grupo de los salvados. Ya no. Se ha roto la profilaxis de los últimos 40 años con los 24 escaños de los de Santiago Abascal.
Según recoge la Agencia EFE, Portugal, Irlanda, Luxemburgo y Malta son los únicos cuatro países de la Unión Europea (UE) inmunes a la ultraderecha, que tiene ahora en su diana a la Eurocámara, cuya renovación se decide en las elecciones europeas del 23 al 26 de mayo.
Con más del 90 % de los votos escrutados, Vox consigue 24 escaños en el Congreso de los Diputados, en virtud a los 2,5 millones de votos logrados, lo que supone el 10,24 % del electorado, y le consagra como la quinta fuerza política de la Cámara Baja.
Con la llegada con fuerza de Vox a las cámaras españolas, en uno de los países de mayor peso de la UE y su quinta economía, la heterogénea extrema derecha está ya presente en la casi totalidad de los 27 parlamentos nacionales del club comunitario.
En Portugal, el Gobierno lo comanda el primer ministro socialista, Antonio Costa, que no tiene socios en el Ejecutivo, sino partidos en los que se apoya puntualmente, con los que firma acuerdos bilaterales sobre políticas concretas, permitiendo la gobernabilidad, aunque sólo tenga 86 escaños de los 230 que componen el parlamento. Lo que quiere hacer ahora Pedro Sánchez. Un gabinete que ha frenado el austericidio, ha aglutinado a la izquierda, es piropeado por la Comisión Europea o el Fondo Monetario Internacional y un espejo para nuestro país, porque todo se hace con fuerzas democráticas, cumplidoras de las leyes, pero con afán negociador.
En Irlanda gobierna el carismático primer ministro Leo Varadkar, conservador democristiano, el mandatario más joven de la historia del país, hijo de un inmigrante indio y homosexual declarado (ay, si lo viera Abascal...). El Oireachtas o parlamento cuenta con 166 diputados, de los que el partido del mandatario, el Fine Gael, controla el 60% y gobierna sin servidumbres.
Su rostro se ha popularizado mundialmente desde la visita del Papa Francisco, en agosto pasado, porque tuvo el arrojo de reprocharle los abusos sexuales en el seno de la Iglesia de su país.
Luxemburgo está gobernado por Xavier Bettel, casualmente, otro primer ministro homosexual, miembro del Partido Democrático (DP), de corte liberal. La Cámara de Diputados local tiene apenas 60 escaños, de los que Bettel tiene 13; la suya es la tercera fuerza, pero ha logrado llegar al poder gracias a una coalición de centroizquierda de tres partidos: el DP, los socialdemócratas y verdes.
Hace casi seis años esta suma logró sacar del poder después de 18 años al partido conservador de Jean-Claude Juncker, hoy presidente de la Comisión Europea, y desde entonces la derecha poco tiene que hacer en el país, aunque en los últimos comicios, de otoño pasado, el bloque bajase ligeramente.
En Malta, el primer ministro Joseph Muscat ocupa el cargo desde 2013, como cabeza visible del Partido Laborista local. Antes fue europarlamentario y, de hecho, se declara un europeísta convencido, algo que genera urticaria a la extrema derecha. El Parlamento maltés se compone de 67 diputados, en los que sólo hay tres grupos y el el Laborista es el mayor, con 37 escaños y, por tanto, mayoría absoluta. Los nacionalistas, que pueden considerarse conservadores, le siguen, con 28.
No obstante, Malta está empezando a adoptar una actitud excesivamente proteccionista en un tema claro de derechos humanos: la asistencia a personas en embarcaciones en el Mediterráneo central, procedentes sobre todo de Libia, que migran buscando un futuro mejor o escapando de una situación insostenible de guerra o penuria. Como la Italia de Matteo Salvini (LIga Norte, ultraderecha), está cerrando sus puertos, negando atraques y asistencia.
Y es que, incluso con parlamentos limpios de extrema derecha, la fuerza de estos partidos es tal en toda Europa que están contagiando la agenda y el debate.
Vox, con sus nuevos diputados, tratará sin duda de hacerlo en España.