Otra asignatura pendiente
No preguntaron a la familia de Elke Vanbockrijck, la mujer que quería llevar a su hijo al Camp Nou, única víctima belga fallecida tras el atropello mortal en las Ramblas.
Tampoco a los allegados de Jared Tucker, el estadounidense de 43 años que celebraba con su mujer un año de casado.
Ni a los de Luca Russo, el informático italiano de 25 años que visitaba Barcelona con su novia.
Ni a los de Ian Moore Wilson, el canadiense amante de los viajes.
Ni siquiera a los de Francisco López Rodríguez, el granadino de 57 años que emigró a Cataluña en los sesenta y que falleció, junto a su sobrino nieto, de tres años, después de que se cayera el carrito en el que le paseaba y se golpeara la cabeza al paso de la furgoneta asesina.
A nadie consultaron. Lo habitual. Lo mismo hicieron tras el 11-M, tras el accidente de Angrois, con los muertos del Yak-42 y después de todas las tragedias vividas en España. En Barcelona lo han vuelto a hacer: un funeral católico en una Europa laica y en un Estado aconfesional. Otra asignatura pendiente que nadie quiere afrontar y que cada día se da de bruces con la realidad social.
Dato: en la última década, el porcentaje de españoles que se declaran católicos cayó siete puntos porcentuales mientras que quienes se declaran ateos o no creyentes aumentó en una proporción similar, según la serie histórica del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) entre 2007 y 2017.
Pero, claro, si no lo hizo en su día un Gobierno socialista, no parece que uno de derechas y con profundas raíces católicas esté dispuesto a afrontar un profundo debate sobre la separación Iglesia Católica-Estado. Si Zapatero enterró en el cajón de las promesas incumplidas su proyecto de Ley de Libertad Religiosa, nada hace pensar que Rajoy vaya a abanderar una revisión del protocolo oficial en esta materia. Mucho menos con un Gabinete cuyos miembros lo mismo se encomiendan a la Virgen del Rocío para salir de la crisis, que defienden que Santa Teresa intercede por el futuro de España, que jura sus cargos con la mano derecha sobre la Biblia.
Pues sepan que en el Congreso de los Diputados ya hay mayoría suficiente para cambiar la Ley Orgánica de Libertad Religiosa de 1980; que hace apenas un mes la Cámara respaldó una moción de ERC para avanzar en el laicismo del Estado y que el PP ya no tiene mayoría ni para imponer su credo ni para aprobar una sola iniciativa en solitario.
Si hubiera verdadera voluntad política, el que vimos en la Sagrada Familia presido por los Reyes y oficiado por el arzobispo de Barcelona debiera ser el último funeral de Estado católico al que asistamos. Lo sorprendente es que la izquierda independentista que gobierna Cataluña y lleva décadas clamando por que la Iglesia católica deje de estar presente en los actos de Estado haya pasado por alto el réquiem que sólo retransmitió en directo, claro, RTVE.
Hay una larga lista de motivos para afrontar de una vez por todas el debate. Uno: que España es oficialmente aconfesional y, en cumplimiento del artículo 16 de su Constitución, ninguna confesión debe tener carácter estatal.
Dos: que en consecuencia a la aconfesionalidad del Estado, los funerales oficiales no deberían ser exclusivamente católicos, salvo que todas las familias de las víctimas así lo pidan.
Tres: que las exequias multiconfesionales son habituales en países como Francia, Alemania o Estados Unidos y nadie se lleva las manos a la cabeza.
Cuatro: que va siendo hora de que en nuestra democracia deje de mezclarse la religión con la política y el Estado.
Y cinco y sobre todo: que los fallecidos en los atentados del 17-A y sus familiares merecen un respeto, y es muy probable que entre ellos, además de católicos, hubiera protestantes, mormones, budistas o musulmanes. Sí, han leído musulmanes, porque el terrorismo, pese a lo que digan algunos, no tiene religión. Otra cosa es el fanatismo.