Orwell en la investidura de Madrid
Para las derechas, como para el Ministerio de la Verdad de Orwell, los principios son contingentes: si no valen, se cambian.
Las derechas acaban de mostrarnos en Madrid su mundo propio, distópico y orweliano, con el más triste y gris discurso de investidura de Díaz Ayuso como candidata. Destaca que se pueda llamar discurso a una monserga con tono de responso. Es tanto como llamar Ministerio de la Paz al Ministerio de la Guerra.
Sin embargo, las derechas sí nos han demostrado que anteponen colaboración a competencia y gobiernan por encima de sus posibilidades. Porque después de un sonado fracaso electoral, han sabido jugar sus cartas para aparecer en proceso de recuperación y con un debilitado Casado fuera de la UCI, presentándose incluso como alternativa. El ruido y los aplazamientos no han impedido que las derechas y la extrema derecha, allá donde sumaban mayoría, la hayan puesto en valor. Han puesto en marcha una geometría variable alternativa a la que en el pasado popularizó el presidente Zapatero, en este caso para hacer compatible la coalición PP-Cs y el apoyo parlamentario de la extrema derecha al Gobierno.
Toda una lección para la izquierda, demostrando que pluralidad y gobierno son compatibles. Para las derechas, como para el Ministerio de la Verdad de Orwell, los principios son contingentes: si no valen, se cambian. El poder es lo que importa. Ya no defienden que gobierne la lista más votada, precisamente porque no lo son. Ahora destacan la bondad del diálogo y la capacidad de lograr mayorías. Sin embargo, no tienen empacho en reprocharle que haga lo mismo el PSOE cuando defiende su derecho a gobernar, acusando de bloqueo a todo el que no se subordine. Y es que en el cinismo también hay clases.
En definitiva, como en 1984, el fin justifica los medios y, en este caso, el poder justifica ser coalición de Gobierno y oposición al tiempo. Ser uno y trino.
Mientras tanto, las izquierdas siguen disputándose el relato y el espacio, siguen perdidas en disquisiciones retóricas sobre si gobiernos de cooperación o gobiernos de coalición, para continuar con más confrontación y sin Gobierno. Al menos por ahora.
Por otro lado, estas derechas carecen de escrúpulos para normalizar a la extrema derecha y sus proclamas reaccionarias, cuestionando al tiempo las alianzas impías de una izquierda que ni siquiera habla con partidos legales por no molestar, por no dejar flancos abiertos, juega a la defensiva. Ellos son mucho más laicos, al menos en política.
Como en el Ministerio de la Verdad, las derechas demuestran que cuando lo necesitan pueden ser creativas en cuanto a hacer compatibles los pactos de programa contradictorios y encadenados. Que pueden hacer un discurso a la carta de investidura para cada uno de sus aliados, sin importarles la coherencia que se lleva el viento.
La candidata Díaz Ayuso ha demostrado que es capaz de eludir las sospechas y acusaciones de corrupción, atribuyéndolas como siempre a la teoría de la conspiración y sin una sola explicación que despeje las sombras de la sospecha. Una conspiración, más que política judicial, con un expresidente en prisión, otras dos en capilla y con casos abiertos de la dimensión de la trama Púnica, Gürtel o Lezo.
Además, a pesar de todo ello, en Ciudadanos se pueden presentar como guardianes de la regeneración política. El Ministerio de la Virtud en medio de la charca de la corrupción. Tolerancia cero con la prudencia, la austeridad y la honradez. Y Vox habla de representar la voz de la calle, que solo la conocen en la urbanización y sentados en su automóvil.
Como en el Ministerio de la Abundancia de 1984, la candidata puede presentar la misma política fracasada y contestada de recortes y privatizaciones, haciéndola pasar por una nueva revolución liberal, modernizadora y transparente. La cuadratura del círculo donde bajar impuestos y ampliar y mejorar servicios es compatible. Pueden hacer pasar una bajada de impuestos a rentas y patrimonios de los más ricos a costa de los demás como una operación de fake news a lo Robin Hood y enorgullecerse de la calidad del bienestar en Madrid en medio del malestar que ellos mismos han provocado con el paro, el empleo pobre, y el deterioro y privatización de los servicios públicos convertidos en mero negocio.
Puede decir sin sonrojo que hombres y mujeres tienen los mismos problemas y que no quiere enfrentarlos entre sí (un ‘no problema’), contra toda evidencia de brecha salarial, desigualdad y feminización de la pobreza. Vamos, que todos somos iguales, pero unos más que otros, como en Rebelión en la granja. Díaz Ayuso también fue capaz de camuflar en su discurso la violencia machista en un inexistente problema general de violencia inventado al servicio de su pacto con Vox.
Y ya entrados en la mentira de la más baja calidad, repitiendo hasta la saciedad el mantra del consenso (sin que nadie sepa a qué consenso se refieren) y de cuándo data entre el Gobierno la oposición y la sociedad civil madrileñas. De nuevo a dar lecciones de patriotismo frente a la anti patria, aunque para ello tengan que usurpar competencias que son del Estado, como Justicia e Interior. De nuevo dividiendo a las víctimas de la violencia terrorista en víctimas de primera y de segunda, para seguir demostrando que incluso ahí también hay clases.
Dicen que van a hacer oposición al Gobierno central desde el Gobierno de Madrid hasta que sea también el suyo, el único que reconocen. Esgrimen la ocurrencia castiza de que las derechas se ponen de ejemplo para que Sánchez se retire y deje gobernar a Casado. Y anuncian tolerancia cero con la corrupción sin troncharse de risa ni sonrojase ante el aplauso irónico de la oposición.
La realidad que estos grises muros lorquianos de la investidura madrileña traducen es que nunca la derecha fue tan débil políticamente ni estuvo tan cautiva de sus socios y de su propia corrupción. Y que nunca la izquierda fue más incapaz de aprovechar las circunstancias.