Cuando el enemigo de la 'operación bikini' es el propio bikini
Varias mujeres cuentan sus traumas con esta prenda y cómo los han logrado superar.
Desde primavera se viene repitiendo un mantra en las conversaciones entre amigos, eslóganes publicitarios y programas de televisión: la ‘operación bikini’. Esa llamada no es otra que a la normatividad de los cuerpos delgados y sin ninguna imperfección, unos cánones de belleza que dan la espalda a la salud y que llevan marcándose desde hace años y que se incrementan más aún con las redes sociales.
Sin embargo, fuera de esos cuerpos esculturales que se muestran en la publicidad o aparecen en los feeds de Instagram hay mucha gente que ni siquiera se atreve a ponerse un bikini.
Hay personas que se niegan a lucir esa prenda, o incluso directamente a ir a espacios públicos como playas o piscinas, por la inseguridad que les genera o el rechazo al que se han enfrentado por su físico, bien por su peso o por tener un cuerpo más grande —recordemos la polémica suscitada a raíz del anuncio de Roxy— o por exponer partes del cuerpo que se salen de lo normativo.
Laura, de 30 años, empezó a ponerse bikini sin pareo y sin esconderse en 2020 y señala que le ayudó la pandemia de la covid-19. “Con eso de que las playas estuvieran acotadas y con menos gente me daba la sensación de que las personas me miraban menos, estaban como algo más alejados. Así iba poco a poco quitándome capas de ropa”, explica y apunta a que solo se atrevió a ir sin pareo y sin bañador a un par de arenales conocidos y en circunstancias concretas.
Su problema en este caso no es tanto de corporalidad como estético, puesto que sufre una enfermedad de la piel que hace que se le descamen y enrrojezcan tanto la barriga como las piernas como si fuera una quemadura, algo que alguna vez le ha ocurrido en los brazos.
“Si me quito toda la ropa, se me ven mucho las marcas y las heridas y la gente me mira con entre asco y pena, como con esa cara de ’ay, pobrecita”, señala y admite que cuando era más joven se encontró con comentarios que le hicieron que se reprimiera más con su cuerpo. “En las típicas fiestas de adolescentes, aquí en Castellón, una vez me dijeron que si era un monstruo que qué asco, que se iban a marear viéndome las heridas”, señala. “Desde que empecé a tener brotes más fuertes, que me ocupan más partes de mi piel y las cicatrices que se me han generado, no me había puesto bikini, esto puede ser perfectamente desde 2010 o 2008”, señala.
Para más inri, cuenta que el agua de la playa “alivia los síntomas y mejora las heridas”. “El dermatólogo me recomienda agua de mar, pero muchas veces soy incapaz de ir o voy con un pareo a la orilla me mojo rápido y ya, o me baño y pido a mi pareja que me tape con la toalla nada más salir”, detalla.
El caso de Laura no es el único, pero sí uno que no se centra tanto en la corporalidad. La mayoría de mujeres que no se atreven a lucir bikini en verano es porque creen que su peso no es aceptado socialmente.
Para Carlota Quiroga, influencer body positive, esta carga la tienes desde que eres pequeño. “Desde que eres una criatura sientes vergüenza por cómo es tu cuerpo, si encima pasas a ser un cuerpo no normativo, grande y gordo, que ocupa más centímetros cuadrados de lo que se espera de ti, más todavía”, enfatiza.
Para ella, “hay unas normas no escritas de quién puede llevar cierta ropa”. Lo mismo piensa Sandra, una sevillana de 28 años que sigue sin ponerse bikini en playa ni en la piscina. “No me siento cómoda, estoy continuamente tapándome, especialmente la barriga y las piernas. Muchas veces aunque me ponga bañador siento que soy como una especie de animal raro en la playa al que todo el mundo mira”, explica.
Quiroga, que sí luce bikini y hace alegoría en uno de sus post de que la “operación bikini” es en realidad “coger un bikini y ponérselo” explica que el viaje que la ha llevado a ese punto no ha sido fácil.
“Me he dado cuenta de que había muchas cosas que repetía en piloto automático sin que tuvieran mucha razón de ser. Porque bueno, pues la vergüenza de que me vieran o exponerme en las playas era desde mi prisma, miraba cada dos segundos y, siendo objetiva, me di cuenta de que ni te mira nadie ni te observa nadie”, explica. “Hay otra mucha gente que también se expone de mil maneras diferentes, ¿no? Y, sin embargo, tú, verano tras verano, seguías obsesionada con adelgazar, con pedirle a los dioses que intervinieran y que te hicieran tener un cuerpo tal”, señala.
El complejo de Sandra viene —igual que el de Laura y el de Carlota— desde muy pequeña. Recuerda que con 15 años ya era más grande que sus amigas y a la hora de pasar los veranos en la piscina, los comentarios tanto de niños como de adultos eran continuos. “Es que te tienes que poner algo que te quede bien, así que te agarre y te haga parecer más delgada, pues eso sigo haciendo, porque lo tengo en la cabeza por mucho que siga a personas que me dicen lo contrario en Instagram o que yo diga que me quiero mucho, sigo con el bañador reductor”, explica.
Quiroga suma a las palabras de Sandra el coste psicológico de no tener un cuerpo normativo para ponerse esta prenda. “La penitencia por no haberte sabido sacrificar hasta entonces era aguantarte, morirte de calor, ponerte un traje de baño, eso las más avanzadas; y las que no, pues camiseta y pantalones y ya”, explica. “Eso si me presento en la playa o a la piscina, que yo recuerdo haber dicho que no a mil planes porque había chicos o porque iban determinadas personas y no presentarme”, detalla la influencer.
El proceso de Quiroga, como el de Laura, pasó por ponerse bikinis en la intimidad antes de exponerse en público. “Dije voy a aprovechar para estar por casa y mirarme de refilón. Y ahí es la primera vez que tonteé con un bikini. De esto hace un par de veranos”, señala. “De ahí pues decido ponerme uno o dos días bikini en las vacaciones con mi pareja en una playa así más vacía. Me baño, veo como funciona mi cuerpo con el bikini: juego, me siento, me acostumbro a observar mi cuerpo con distintas posiciones y, eso, como que poco a poco como se va instalando”, indica.
Sandra admite que sí se ha comprado bikinis y los tiene en el armario sin estrenar o solo para probárselos en casa como hacía en un principio Quiroga. “No logro todavía tener la fuerza que debería para ponérmelo, tengo en la cabeza eso que me dicen de que no me queda bien, que no va conmigo, igual que me pasa con el resto de mi ropa: intento no enseñar carne de más”, indica.
Para la influencer, este paso de preparación mental es el más complicado. “Luego, en la práctica cada una tiene sus tiempos, pero a base de reforzarnos muchas veces incluso en la incomodidad, pues vas encontrando de repente que eres eres más capaz de lo que te creías y que tu mirada y las palabras tienen más poder del esperado”, señala. “Te das cuenta de que el efecto de los demás es menor y se acumula el efecto positivo de ’mira, me puedo sentar en la playa con bikini, no pasa nada”, explica sobre el refuerzo positivo propio.
Quiroga apunta a que exponerse no tiene por qué siempre tener consecuencias negativas: “Te pueden ver también desde el punto de vista positivo”. Eso es algo con lo que ella misma se ha encontrado en redes sociales. “Es la leche lo acompañada que me siento y a la de gente que acompaño en su día a día. Mi generación y generaciones anteriores a las mías, creo que somos a las que más nos cuesta avanzar y creo que hemos cogido carrerilla, estamos viviendo un momento álgido hacia el amor propio, a la diversidad corporal y que hay más referentes que nunca”, indica.
Sin embargo, no es demasiado optimista y cree que “todavía no estamos en el sitio al que deberíamos llegar”. “Es diferencial eso de que aunque estés sufriendo te acompañen, como el refrán: mal de muchos consuelo de tontos”, explica.
Sandra se siente acompañada por este tipo de influencers y por el ejemplo que se ha encontrado en situaciones cotidianas, pero no logra dar el paso. “Estoy en el proceso, también con mi psicóloga y demás tras pasar un TCA, que quiero estar a gusto con mi cuerpo y veo que hay chicas gordas que van a la piscina de mi pueblo o a la playa con bikinis chulísimos y guapísimas, pero yo soy incapaz, me sigo sintiendo como un animal de feria”, explica.
De cara al futuro, Quiroga cree que las generaciones venideras van a tener las inseguridades propias de la adolescencia “porque forma parte del desarrollo de la imagen propia de quiénes somos, dónde estamos”, pero que existan cada vez más personas referentes puede ayudar a que sea más esperanzador. “Me emociona pensar que si una chiquilla o un chiquillo de 15 años me ve por la playa en bikini y de repente les despierto atractivo, curiosidad, les genero admiración, vayan desterrando poco a poco el contenido de gorda asociado a algo negativo”, explica.
“Me mola esa realidad de pensar que hay alguien que pueda estar observando fuera cuando sales a la calle, fuera de la comunidad que tengo en Instagram”, indica.
A pesar de esto, tanto Sandra como Laura o Carlota siguen escuchando esa ‘operación bikini’ en cuanto el tiempo primaveral empieza a asomar. “Es totalmente normal ir con unos amigos a cenar y que digan, ’ay, esto no por la operación bikini o voy a tener que ir al gimnasio o a correr nosecuántos kilómetros. Claro, lo hacen sin maldad, pero tienen a una persona gorda enfrente”, recuerda Sandra.
El futuro está en, como dice Quiroga, reapropiarse de una prenda que también es de todas: “Es intentar hacer lo mismo que hacemos con el término gorda, vaciarlo de contenido y tomarlo”.