Olas de calor de alta letalidad

Olas de calor de alta letalidad

Una entrevista nada acalorada con el historiador Richard Keller.

5ef09410250000b22feb3c32CentralITAlliance via Getty Images

Nos espera un verano caluroso y las olas de calor causan cada vez más muertes. Decía Walter Benjamin que no hay ningún documento de cultura que no sea al mismo tiempo un documento de barbarie. Lo mismo podría decirse de las altas temperaturas: no hay ninguna ola de calor que no sea al mismo tiempo una ola de fracasos políticos y sociales, ya sea porque las instituciones fallaron o porque los conciudadanos no actuaron a tiempo. El historiador Richard Keller ha escrito Aislamiento letal, una investigación sobre la ola de calor de París de 2003. Le he preguntado por aquella tragedia porque anticipa los dramas climáticos que desgraciadamente están por venir.

ANDRÉS LOMEÑA: Recuerdo la ola de calor de París de 2003, pero olvidé que provocara quince mil fallecidos. El calor extremo no solo asoló Francia, sino Alemania, Portugal, Italia y España. ¿Hemos olvidado con demasiada facilidad?

RICHARD KELLER: Las olas de calor son fáciles de olvidar, en buena medida porque tienden a matar al tipo de personas que ya son bastante vulnerables: los más mayores, las personas con discapacidad, los ciudadanos excluidos socialmente y la gente que tiene problemas de salud o que padece alcoholismo y otras adicciones. Esas muertes no son sorprendentes, de ahí que se pierdan en nuestra memoria. Las olas de calor tampoco hacen mella en el paisaje como lo hacen otros desastres, así que hay muy poca memoria visual de las mismas.

A.L.: Su libro me ha recordado inmediatamente al que escribió Eric Klinenberg sobre la ola de calor de Chicago en 1995. Después de 2003 ha habido otras olas de calor, aunque no hayan sido tan severas. ¿Estas oleadas podrían estar acelerándose?

R.K.: Está claro que el cambio climático traerá olas de calor más intensas, con mayor frecuencia y serán más duraderas. Aunque sea difícil atribuir una de estas olas de calor al cambio climático, su simple abundancia es indicativa de un clima rápidamente cambiante.

A.L.: En España murieron en 2003 más de cien personas por la ola de calor, aunque puede que fueran más de seis mil. Esta horquilla con las cifras me recuerda desgraciadamente a la confusión que ha habido con los datos del COVID-19. ¿Hay una forma precisa de calcular el número de fallecidos por ola de calor?

R.K.: La manera más efectiva de medir la mortalidad durante un desastre es contar el exceso de muertes. Los demógrafos y los epidemiólogos comparan el número observado de muertes durante una crisis (ya sea una pandemia o una ola de calor) con la media del número de fallecimientos en el mismo lugar durante los cinco años anteriores. Por tanto, en 2003 los demógrafos contaron el número de fallecidos y lo compararon con la media de muertos del periodo que va de 1998 a 2002. Este instrumento es algo tosco porque incluye, por ejemplo, el aumento de ahogamientos que también se da durante las olas de calor, cuando personas que no pueden nadar bien se meten en el agua para refrescarse. Esas personas técnicamente no murieron por las causas típicas de muerte de una ola de calor (golpe de calor y deshidratación), aunque probablemente no hubieran fallecido sin ese calor extremo.

Lo mismo ocurre con el coronavirus: una medida del exceso de mortalidad calcula el impacto real de la pandemia, ya que incluirá a aquellos que murieron sin que se les hiciera un test, así como a aquellos que murieron porque no podían tener una cama de hospital o porque tenían demasiado miedo a la enfermedad como para acudir a urgencias.

Sin embargo, el riesgo de medir los fallecimiento así es que con el cambio climático, el número medio de muertes aumenta en los meses de verano; por ese motivo, ahora estamos midiendo las muertes registradas frente a la media abultada por el exceso de mortalidad. Mira en Francia, por ejemplo: ha habido olas de calor significativas que han causado exceso de muertes cada verano desde 2015. Si medimos el total de muertos de 2020 y lo comparamos con la media de la mortalidad en verano desde 2015 a 2019, parecerá normal incluso aunque haya un número de muertes significativas por altas temperaturas. Puedes leer el artículo que escribí en The Washington Post el pasado julio sobre esta cuestión.

  Digital board indicating 47 degrees Celsius surrounded by buildings at Opera square in the city center of Madrid during a heat wave. Madrid, Spain, Europe.Carlos Ciudad Photography via Getty Images

A.L.: Las olas de calor y la COVID-19 han revelado la vulnerabilidad de los más mayores, aunque la desigualdad económica parece el factor fundamental de estas crisis.

R.K.: El calor del verano no ha hecho descender el número de casos de COVID-19, al menos en la mayoría de los países. Así que este verano probablemente veamos una mortalidad elevada debido al coronavirus… y a las olas de calor. La distancia social probablemente también haga aumentar el número total de muertos: las personas aisladas tienen más riesgos de morir por altas temperaturas, ya que no hay nadie para avisar cuando tienen un síncope por golpe de calor o deshidratación.

En Estados Unidos, las protestas contra la brutalidad policial no son una simple respuesta al asesinato de George Floyd. También son protestas contra la injusticia racial y contra profundas desigualdades estructurales que son consustanciales al capitalismo estadounidense desde el siglo XVII, lo que se refleja en la desigual tasa de muertos por COVID-19 y en las consecuencias asimétricas de los desastres en Estados Unidos, donde las comunidades de color son mucho más vulnerables.

A.L.: Usted escribe historia social y entrevistó a supervivientes de la ola de calor. ¿Desea contar algún testimonio que ilustre aquella catástrofe social?

R.K.: Realicé una serie de entrevistas como parte del esfuerzo para saber de las vidas de algunas de las personas más indefensas que murieron en París en agosto de 2003. Hubo alrededor de cien personas que murieron completamente solas y cuyos cuerpos siguen sin ser reclamados por la familia. El Ayuntamiento decidió enterrarlos en un cementerio público. Lo que aprendí al entrevistar a los vecinos, dependientes de tiendas y porteros (gardiens o concierges en francés) fue que la mayoría de las personas que rodeaban a las víctimas de la ola de calor las culpaban de haber muerto en esas condiciones. Casi todos ellos contaban que aquellas víctimas se habían aislado ellas solas debido a una enfermedad mental o una adicción. Desde mi punto de vista, las respuestas de los vecinos son un modo de exculparse al indicar que quienes murieron no podrían haber sido salvados, aunque está claro que las muertes por calor son evitables en su mayor parte, gracias en buena medida a una intervención rápida.

La solidaridad social es la medida más importante para mitigar las muertes por calor extremo.

A.L.: Le deseo un buen verano, uno suave… 

R.K.: Las olas de calor y la pandemia nos han mostrado que las ciudades son lugares vulnerables por culpa de la densidad de población. Aun con todo, hay medidas para hacer que nuestras ciudades sean más resilientes. Hemos visto la creación de zonas libres de coches en muchas ciudades como respuesta a la pandemia; si esas zonas permanecieran así, probablemente se reduciría la mortalidad por calor al hacer las ciudades más amables para los peatones y ciclistas, promoviendo una sociabilidad que pueda incentivar la solidaridad comunitaria.

Las personas son un factor determinante a la hora de amueblar sus propios entornos: quizás podamos conseguir un modelo de convivencia más resistente tras las actuales crisis.

MOSTRAR BIOGRAFíA

Andrés Lomeña Cantos (Málaga, 1982) es licenciado en Periodismo y en Teoría de la Literatura. Es también doctor en Sociología y forma parte de Common Action Forum. Ha publicado 'Empacho Intelectual' (2008), 'Alienación Animal' (2010), 'Crónicas del Ciberespacio' (2013), 'En los Confines de la Fantasía' (2015), 'Ficcionología' (2016), 'El Periodista de Partículas' (2017), 'Filosofía a Sorbos' (2020), 'Filosofía en rebanadas' (2022) y 'Podio' (2022).