Ocho hombres narran el momento en el que supieron que querían casarse
“Eso fue hace 26 años. Llevamos 25 años casados”.
Si preguntas a los hombres de tu alrededor el momento en el que supieron que querían casarse con su pareja, prepárate porque sus historias te pueden poner la piel de gallina, aunque seas la persona menos romántica del mundo.
Esta pregunta —que se lanzó en un hilo de Reddit— y sus respuestas sirven como recordatorio de que no hacen falta grandes gestos para conquistar el corazón de otra persona. A veces son los pequeños detalles los que marcan la diferencia. Disfruta de las mejores historias a continuación:
"Cuando le dije a mi padre que estaba conociendo a una chica, me preguntó en broma: '¿Cómo se llama? ¿Qué hace? ¿Qué talla de sujetador tiene?'. Le conté a ella lo que me había dicho mi padre para que estuviera preparada para entender su particular sentido del humor y ella se rio. Cuando se conocieron, mi novia se presentó así: '¡Hola! Soy Stephanie, estoy en la Universidad y uso una copa B'. Mi padre estaba muerto de vergüenza, mi madre se reía a carcajadas y yo me enamoré aún más".
"Me dejé mi CD favorito (Scenes From a Memory, de Dream Theater) dentro de su coche. A ella no le gustaba demasiado esa música, pero la aguantaba bien cuando la ponía. Un día, estábamos hablando por teléfono mientras ella conducía y nos despedimos, pero se le olvidó colgar. Esperé unos segundos y la oí cantar una de las canciones del CD".
"Llevábamos tres días viajando como mochileros por el sudeste de Asia. Tuvimos que alojarnos en un hotel de mala muerte en Bangkok y ella pilló una intoxicación alimentaria (estuvo 24 horas vaciándose por los dos extremos de su sistema digestivo). Cómo no, yo tuve que hacer de enfermero. Le rellenaba la botella de agua, le traía sopas del restaurante de al lado del hotel, le hacía compañía y, sobre todo, vaciaba la papelera en la que no dejaba de vomitar. Tras uno de esos viajes para vaciar el cubo de los vómitos, volví al cuarto y se había quedado dormida. La miré y pensé: 'No me importa tener que hacer todo esto. Haría lo que fuera por ella. Es la mujer con la que me quiero casar. Es una princesa vomitona, pero es mi princesa vomitona'. Y no me arrepiento".
"Cuando era un chaval me compré un par de espadas. Por algún motivo, aún las tengo, pero cuando mi ahora esposa se vino a vivir a mi casa, decidí esconderlas en un armario porque ¿qué hombre maduro tendría espadas en su casa? Un tiempo después, ella estaba buscando algo en ese armario y oí: 'Pero ¿qué...? ¿Tienes espadas? ¿Por qué me las has escondido?'. Me preparé para encajar las burlas y, en lugar de eso, me pasó una y empezamos a luchar. Fue en ese momento cuando me di cuenta de que me iba a casar con ella".
"Nuestra primera cita duró 12 horas porque no podíamos dejar de hablar. Nuestra segunda cita iba a consistir, supuestamente, en una cena, pero se se alargó casi dos días. Cuando se marchó en coche después de esa segunda cita, ya no era capaz de imaginarme mi vida sin ella. Menuda alegría cuando descubrí que ella se sentía igual que yo".
"Tuvimos dos o tres citas antes de que le pidiera ser novios. En cuanto me dijo que sí, supe que nos casaríamos algún día. Los ojos le brillaban más que nunca cuando le dije que quería que lo nuestro fuera oficial. Siento como si pudiera leerle la mente desde el día en que la conocí. Sé cuándo está feliz, triste, disgustada, cansada, molesta... Días antes de que me pidiera mudarme con ella, ya intuía que me lo iba a pedir. Estamos sincronizados muy a menudo y es una suerte estar casado con alguien con quien tienes tan buena sintonía. Fuimos novios durante tres años antes de casarnos, pero desde el día en que me dijo que sí ya supe que nos casaríamos. No creo mucho en esas cosas místicas de las almas gemelas, pero si hay alguien en el mundo capaz de convencerme, es mi esposa".
"Teníamos una relación a distancia. Cada vez que nos queríamos ver, nos costaba tres o cuatro horas de viaje. Nos conocimos en un concierto y nos intercambiamos los correos electrónicos y demás vías típicas de contacto. Hablábamos todos los días, a veces durante horas. Abrimos nuestros corazones y nos contamos nuestros sueños y nuestros miedos. Iba a visitarla todos los fines de semana y ella venía de vez en cuando. Después de tres o cuatro meses así, un día que estaba en casa relajándome con unos videojuegos en mi cuarto, mi padre me llamó desde el piso de abajo para decirme que acababa de llegar un paquete por correo. Un poco confuso, bajé las escaleras para ver qué era... y era ella. Me había hecho una visita sorpresa. Corrí hacia ella para abrazarla y la levanté por los aires dándole vueltas. Noté que mi corazón se completaba. Cuando no estaba con ella, me faltaba algo. Supe que jamás la dejaría escapar (metafóricamente hablando). Llevamos nueve años casados y aún tengo la misma sensación cuando la abrazo y la beso".
"Me enfadé con ella y le chillé por una tontería. Yo venía de una relación tóxica y creía que todas las parejas se peleaban así. Esperaba que se enfadara y me chillara también, pero en vez de eso se quedó mirándome y me preguntó si había acabado. Le dije que sí y entonces ella empezó a explicarme por qué las personas que se quieren no se tratan así. Puedes no estar de acuerdo en algo, pero no tienes por qué ser cruel. 'Si vamos a estar juntos, por favor, no vuelvas a hacer lo que has hecho'. Eso fue hace 26 años. Llevamos 25 años casados".
Este artículo fue publicado originalmente en el 'HuffPost' Reino Unido y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.