Novelas sobre grandes historias de amor del siglo XXI sin final feliz
Una selección de lecturas para San Valentín (primera parte).
Por Santiago Vargas
Dicen que el amor eterno es el que nunca fue…
«El amor es la principal motivación de la vida. Nosotros inventamos mucho al otro para que encaje en nuestro ideal. El amor es una utopía. El mal de amor es codiciar la perfección». Esto decía Nélida Piñon esta semana en una entrevista en WMagazín por su autobiografía Una furtiva lágrima (Alfaguara). Amado y amante, realidad o deseo, correspondido o desdeñado, el amor coloniza el pensamiento de las personas.
Con motivo del Día de San Valentín, 14 de febrero, hemos seleccionado algunas novelas que narran grandes amores llenos de pasión y turbulencias que no terminan con un final feliz. Una épica del amor ahijada de aquello de que el amor eterno es el que nunca fue. Para acercarnos a esos diferentes y grandes amores publicamos una breve reseña de la novela y un pasaje de la misma:
Amor es una de las novelas más profundas e inquietantes de Toni Morrison (Estados Unidos, 1931-2019). Una novela que muestra el deseo y sus laberintos de una manera malsana y turbia, a veces, y se aproxima a la inocencia y al momento en que este puede germinar emponzoñado. Una historia contada con la maestría lírica de la Nobel afroamericana sobre el amor de dos mujeres por un mismo hombre y que recuerdan ya ancianas.
«Él la mira. Azorada (¿le habrá visto menear las caderas?) y temerosa. Él es el guapo gigante propietario del hotel y al que nadie replica. Heed se detiene, incapaz de moverse o decir: ‘Disculpe. Lo siento’. (…)
Le toca el mentón y entonces, con naturalidad, sin dejar de sonreír, le toca un pezón, o mejor el lugar bajo el traje de baño donde habrá un pezón (…) Heed se queda ahí durante un tiempo que le parece una hora pero que es menos del que se requiere para hacer una burbuja de chicle perfecta. (…)
Heed no ha traído las piezas. Le dice a Christine que no las ha encontrado. Esa primera mentira, de las muchas que seguirán, se debe a que Heed cree que Christine sabe lo que ha sucedido y eso la ha hecho vomitar. Así pues, hay algo en Heed que no está bien. El viejo lo ha visto enseguida, y por ello le ha bastado con tocarla para que se moviera, como él sabía que iba a suceder, porque esa cosa mala ya estaba ahí, esperando que un pulgar la despertara. Ahora Christine también sabe que eso está ahí, y no puede mirarla porque la cosa mala es visible».
Esta novela gráfica empieza su historia de amor como suelen empezar los amores sinceros: con una mirada. «Mis ojos que codician cosas bellas», escribió Miguel Ángel Buonarroti. Aquí con dos muchachas que cruzan sus miradas en la calle. Clementine y Emma protagonizan este relato sobre miedos, prejuicios, descubrimientos. El azul es un color cálido se hizo mundialmente famosa por su adaptación al cine como La vida de Adèle, dirigida por Abdellatif Kechiche, Palma de Oro. La siguiente es una página de la novela:
Página de ‘El azul es un color cálido’.
Anne Tyler crea en esta novela todo el proceso y las fases del amor: desde el destello y la felicidad eterna hasta el ocaso y la tristeza. El matrimonio amateur describe el espejismo del amor porque una pareja cree que son el uno para el otro y luego se dan cuenta de la equivocación.
«Michael estaba colocando pastillas de jabón Woodbury en los estantes, detrás de la parte izquierda, la más larga, del mostrador. Tenía veinte años; era un joven alto e iba vestido con prendas mal combinadas; tenía el pelo muy negro y lo llevaba demasiado corto; la cara era demasiado delgada, con un oscuro bigote que, pese a que se afeitaba con frecuencia, no tardaba en volver a aparecer. Estaba amontonando las pastillas de jabón formando una pirámide: una base de cinco pastillas, un piso de cuatro, otro piso de tres…, aunque su madre había declarado en más de una ocasión que prefería una disposición más compacta y menos creativa.
De pronto se oyó: ¡Tilín, tilín! y ¡Zas!, y lo que a primera vista parecía un torrente de jovencitas irrumpió por la puerta. Con ellas entraron una ráfaga de aire frío y el olor a gases de tubo de escape. «¡Socorro!», chilló Wanda Bryk. Su mejor amiga, Katie Vilna, rodeaba con el brazo a una chica desconocida ataviada con un abrigo rojo, a la que otra joven apretaba la sien derecha con un pañuelo manchado de sangre.
—¡Está herida! ¡Necesita ayuda! —gritó Wanda».
La duda, la felicidad, la impotencia y la frustración. Ian McEwan logró con Expiación una de sus mejores novelas. Una hermosa historia de amor imposible antes y durante la II Guerra Mundial. Es una historia de tres: la de Cecilia y Robbie y la de Briony, la hermana pequeña de Cecilia, pieza clave en el desenlace del romance. Sensualidad y dolor, sueño y drama.
«Cuando ella emergió unos segundos más tarde, con un pedazo de porcelana en cada mano, él se abstuvo de ofrecerle ayuda para salir del agua. Se vistió rápidamente, introduciendo con dificultad los brazos mojados a través de las mangas de seda y metiendo dentro de la falda la blusa desabrochada. Sus movimientos eran silvestres, y procuró evitar los ojos de Robbie. Él no existía, estaba abolido, y eso también era un castigo. Permaneció callado mientras ella se alejaba descalza por el césped, y observó el pesado cimbreo de su pelo negro sobre los hombros que le empapaban la blusa».
«¿Preferirías amar más y sufrir más o amar menos y sufrir menos? Creo que, en definitiva, esa es la única cuestión».
Así de rotundo es el comienzo creado por Julian Barnes para esta historia donde el amor en sus inicios es peligroso y por eso lo hace crecer en el corazón del joven Paul cuando conoce a Susan Macleod, casada y 30 años mayor que él. Lo que el autor británico logra es tomar las pulsaciones de aquel sentimiento, de aquel torrente que crece rápido y sin juicio y luego… Luego los recuerdos, la vida misma, la vivificación de la belleza y el dolor.
“¿Preferirías amar más y sufrir más o amar menos y sufrir menos? Creo que, en definitiva, esa es la única cuestión.
Puedes puntualizar -certeramente- que no lo es. Porque no tenemos elección. Si la tuviéramos sí sería una cuestión. Pero no elegimos y en consecuencia no lo es. ¿Quién puede controlar cuánto ama? Si se puede controlar, entonces no es amor. No sé cómo podemos llamarlo, pero no es amor.”
Nadan dos chicos no es solo una bella y trágica historia de amor que se abre paso entre dos muchachos en el Dublín de 1916, sino que es la historia de Irlanda. Una demostración tierna sobre hasta dónde puede amar una persona a otra porque aquí nos recuerdan que la patria es la persona que amas:
«Nos pedirán luchar por Irlanda, de eso estoy seguro.
-Pero ¿qué es Irlanda, para que quieras luchar por ella?
-Eso también lo sé. Es Doyler -dijo.
-¿Doyler es tu patria?
-Es una tontería, lo sé. Pero eso es lo que siento. Sé que Doyler tomará parte, ¿y dónde voy a estar sino tomando parte con él? No odio a los ingleses y no sé si amo a los irlandeses. Pero lo amo a él. Ahora estoy seguro. Y él es mi patria.
Scrotes, mi Scrotes, deberías estar aquí ahora.
El chico alzó la mirada por debajo de las pestañas. Tenía color en las mejillas.
-Creo que también es un poco la tuya, MacEme.
-¿La mía? Válgame Dios.
-Aunque supongo que no querrás que luche por ella. Pero no conozco a nadie más con quien podría hablar de estas cosas. Llegué a creer que estallaría con todas las palabras en la cabeza. Ahora ya las puedo decir. No sé, es como si compartiéramos un idioma. Eso está muy bien para la natación, pero es mejor para hablar. Tú también eres ahora parte de mi patria. MacEme.
Y de repente, cuando todo parecía estable, irrumpió el sentimiento, el deseo, la pasión, el amor y la obsesión. Ella se enamora de Sarah y su vida se trastoca. Una madre que deja aun lado el maor por su hija ante el sentimiendo avasallador y las promesas de felicidad que nunca imaginó con otra mujer. La primera parte es como un poema en prosa que toca todo el proceso del despertar y el enamoramiento:
«1.
Voy a hablar de Sarah, de su belleza inédita, de su nariz abrupta de rara avis, de sus ojos de color inaudito, pedregoso, verde, no, qué va, verde no, sus ojos de absenta, de malaquita, de cardenillo rebajado, sus ojos de serpiente de párpados caídos. Voy a hablar de la primavera en que entró en mi vida como quien sube a escena, briosa y conquistadora. Victoriosa.
2.
Es una primavera como cualquier otra, una primavera en la que nadie se libra de la melancolía. Hay magnolios en flor en las glorietas parisinas y me da que les desgarran el corazón a quienes se fijan en ellos. A mí las magnolias abiertas de las glorietas me desgarran el corazón. Las miro todas las tardes, al volver del liceo, y todas las tardes esos pétalos grandes y pálidos me irritan un poco los ojos. Es una primavera como cualquier otra, con chaparrones repentinos, el olor del asfalto mojado, una especie de liviandad en el aire, un soplo de alegría que canturrea cuán frágil es todo».