Nosotros los fómites
Usted es un objeto que utilizan los virus para expandirse, un reservorio de microorganismos.
Usted puede ser una embajadora de Inglaterra o Francia, puede ser una especialista en Recursos Humanos de alguna empresa importante, un profesor de Física de la ESO, el cocinero que hace las mejores tortillas de su barrio, puede ser una estudiante de Derecho o de ADE, un boxeador o el mayor fan de Miguel Bosé de la historia. Pero si algo nos ha enseñado la pandemia es que usted, por encima de todo eso, es básicamente un fómite. Antes que andaluz, padre, comunista de toda la vida, madridista, jugador de mus o católico, usted es un objeto que utilizan los virus para expandirse, un reservorio de microorganismos.
Se posan en usted, se multiplican en usted, y usted los transporta y los lanza sobre otro objeto viviente para que continúe la cadena. “Eh, eh, alto ahí, que yo por encima de todo soy persona”, dicen los cursis. Pues no, mire, usted por encima y por debajo de todo, incluso pensando en la escala social más trascendente de la vida humana, es un fómite.
La historia de la cultura humana es, en un sentido muy profundo, la historia de los golpes que recibe nuestro narcisismo. Eso al menos creía Freud, que señalaba que Kepler había propinado el primer golpe demostrando que el planeta Tierra no se encuentra en un lugar privilegiado del universo; Darwin habría asestado el segundo al probar fuera de toda duda razonable que nuestra especie animal no se halla al margen del orden vulgar de las demás especies.
El propio Sigmund Freud se apuntaba disimuladamente con el dedo, colocándose a continuación en esta lista, tras haber barrido todo asomo de racionalidad y progreso en el ámbito de la conducta humana. Pues bien, Kepler, Darwin y Freud no le llegan al tobillo a Fernando Simón, el Lex Luthor del antropocentrismo, el Moriarty de la vanidad humana, el sabio médico que nos ha hecho ver que no somos más que un inmenso perchero de proteínas para que los virus se cuelguen de ellas.
El bueno de Samuel Butler lo tenía muy claro hace ya más de cien años: “una gallina no es más que el truco que usa un huevo para hacer otro huevo”. Y otros ciento cincuenta años antes, Jean le Rond d’Alembert nos recordaba que estando vivos interactuamos con el mundo a escala global, mientras que estando muertos interactuamos con el mundo a escala molecular. Pues no, amadísimo y enciclopédico autor, la escala molecular también es prioritaria incluso en vida, tan prioritaria que puede mandar a freír puñetas al capitalismo, al arte, a la liga de fútbol y al mismísimo Netflix a poco que se nos ponga arisca.
Si me veo como un embajador, un cocinero o un boxeador el coronavirus se va a poner las botas. Pero si empezamos a vernos, más que cualquier otra cosa, como una pista de aterrizaje y despegue de virus, el antipático covid no tiene nada que hacer contra nosotros. Ya llegará el momento de volver a ser María o Pedro. En 2020 sólo somos fómites. Ni más ni menos. Póngase la mascarilla.