'Noche de Reyes' o jugarse un Shakespeare
Helena Pimienta dirige esta adaptación en las Naves del Español.
El simple nombre de Shakespeare suele ser un reclamo para el público. Si encima se dice que es una comedia, como lo es Noche de Reyes estrenada en las Naves del Español en Matadero de Madrid, el interés va aumentando.
Luego se lee que Álvaro Tato, de Ron Lalá, firma la adaptación al español. Que dirige Helena Pimenta, que viene de hacer obras bonitas y buenas con la Compañía Nacional de Teatro Clásico. Y, at last but not least, en el elenco se encuentra Rafa Castejón. Vamos que ¿dónde dice que hay que comprarse la entrada?
¿Y qué se encuentra quién haya comprado la entrada? Se encuentra con una divertida y entretenida historia con tintes de culebrón y vodevil. Dos hermanos gemelos pero de distinto sexo son separados en plena adolescencia por un naufragio. La hermana, que da a su gemelo por muerto, se disfraza de muchacho. Con ese disfraz entra al servicio del conde Orsino que está enamorado hasta las trancas de una condesa en duelo por sus pérdidas familiares.
Tanto va este criado a la fuente, es decir, a llevarle mensajes de amor de su amo que la condesa se enamora perdidamente de él, entre otras cosas por su juventud y lozanía. Una mujer que además del conde tiene dos (si no tres) pretendientes más. A los que rechaza sistemáticamente: Sir Andrew, el amigo borrachín de su hermano; Malvolio, su fiel criado, y, posiblemente, Feste, el bufón.
Si a este embrollo se le ponen puertas, reales, de verdad, ya se tiene montado el vodevil. En el que la confusión, el engaño y la burla son posibles. Todo ello ha sido puesto en una bella y sencilla escenografía que al abrirse como un libro se convierte en una gigantesca marina.
Una reproducción realista de la costa donde naufragó el barco que separó a los mellizos. Un cuadro que permite dar luz de verano, de relax, de mundo aparte o paréntesis. Como si el tiempo en el que se sucede la historia se hubiese suspendido.
Pues bien, en ese tiempo en suspenso, se asiste a ver a unos actores que se hacen cargo de un texto que Álvaro Tato ha llenado de volutas y circunvoluciones. Un texto en el que juega con el lenguaje en total libertad, tanto que al oído de quien lo escucha desde la butaca, le parece originalmente escrito en español si no fuera por el uso de sires y diretes.
Un lenguaje juguetón que junto a la escenografía permite a Helena Pimenta y al elenco jugar. Es cierto, que existen diferencias actorales en el decir o hacerse con el verso. Diferencias que no existen en su presencia en escena. Pero, en general se entiende bien lo que dicen y se dice con una calidad bastante por encima de la media. Y en ese bien decir y estar en escena destacan el citado Rafa Castejón, el criado, y Carmen del Valle, la condesa.
Sin duda, lo más interesante es el juego escénico entre ellos. Algo que no hacen de cualquier manera. El elenco se sabe visto por un público al que este montaje respeta, incluso cuando el chiste es fácil, mejor dicho, sencillo, y al que implica en lo que sucede en escena. Al que invita a jugar en ese gran patio que es el escenario.
Ese juego en el que incluso se parodia a Álvaro Tato en el cuerpo delgado y ahusado de Patxi Pérez que interpreta a Sir Andrew, uno de los pretendientes. Al que se le ha puesto un pelo que junto a ciertos ademanes exagerados parece imitar en broma, pero con respeto, a Tato.
Destacar una escena concreta resulta difícil. Ya que la obra no decae, sino que fluctúa para poder hacer reír a la vez que da espacio a que los personajes evolucionen. Y eso que en las obras de Shakespeare es posible encontrar momentos que parecen de relleno, y tal vez lo fueran por la forma de escribir las obras isabelinas, como apresurados suelen ser muchos de sus finales. De alguna manera el de esta obra lo es.
Pero si hay que quedarse con alguna escena, impagable ese Malvolio compuesto por Rafa Castejón cuando cede a las peticiones de la que cree su amada, la condesa. Y las respuestas de esta que no sabe a qué se deben los cambios que experimenta su criado. Ese momento de confusión que los dos comparten y que el espectador ríe, porque sabe lo que está pasando.
Malvolio, personaje que suele suponer un problema para quién monta esta obra. El único del que parece lícito reírse, burlarse, hacer escarnio. Escarnio que está bastante rebajado en este montaje. Un outsider que por profesión pertenece a la clase de los siervos.
Sin embargo, por posición entre ellos, y posiblemente por sus talentos, habilidades y capacidades, cree pertenecer y tener derecho a pertenecer a la clase de los amos. Tener derecho a ese mundo veraniego y en suspenso. Pero que al igual que los mandos intermedios en la sociedad actual, que sigue siendo obrero y no le queda otra que ocupar su tiempo en trabajar.