No todos respondemos igual a las medicinas
Cuestión de genes...
Por Sandra Gil-Alonso, investigadora y docente de postgrado en la Facultad de Medicina y Enfermería. Departamentos: Farmacología / Inmunología, Microbiología y Parasitología, Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea; y Nerea Jauregizar, profesora de Farmacología, Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea:
Vivimos en una sociedad hipermedicalizada en la que la salud se gestiona como otro bien de consumo más al alcance de cualquiera. Tanto es así que nos parece normal tomar esa pastilla amarilla para dormir, aquella otra rosa para ir al baño y la blanca para mitigar el dolor de cabeza después de una noche de fiesta.
Según Joan-Ramón Laporte, catedrático de farmacología de la Universidad Autónoma de Barcelona, el consumo de medicamentos en España es un 50% veces superior a la media europea. Laporte critica que, con demasiada frecuencia, es la propia sociedad la que nos genera la “necesidad” de consumirlos.
Lo peor es que este afán desmesurado por consumir medicamentos no sale gratis. A menudo pagamos un elevado precio en forma de reacciones adversas a los medicamentos o interacciones entre fármacos. Sin olvidar el otro lado de la moneda: la ineficacia terapéutica. Debida, en gran medida, a que no todas las personas se benefician de la misma forma de los fármacos.
Es evidente que no todos respondemos igual a la misma dosis de, por ejemplo, paracetamol o ibuprofeno. “Esta pastilla para dormir a mí no me hace nada y tú cuando la tomas duermes como un tronco” o “Yo hace tiempo que no tomo este medicamento para el dolor, no me hace efecto” son frases que escuchamos con relativa frecuencia en casa o en una conversación entre amigos. El hecho es que, para la misma dosis, observamos diferentes respuestas en la población, desde la eficacia esperada, hasta la falta de esta en algunos casos, o incluso efectos adversos en otros.
¿Por qué ocurre esto? Hay que tener cuenta que para que un fármaco produzca sus efectos terapéuticos o tóxicos debe alcanzar unas concentraciones determinadas en su lugar de acción (biofase). Hasta que eso ocurre, atraviesa una serie de etapas:
- Absorción: la entrada del fármaco en el organismo desde el lugar de administración. ¡Comienza el viaje!.
- Distribución: el fármaco transita por la sangre hacia los tejidos y órganos donde tiene que actuar y desde los cuales se tiene que eliminar. Dependiendo del fármaco, este viaje lo puede hacer sólo o unido a proteínas presentes en la sangre y los tejidos.
- Eliminación: las concentraciones del fármaco en el organismo van disminuyendo como consecuencia de su metabolismo y/o excreción. Casi todos los fármacos son metabolizados en el hígado, gracias a la actividad de unas enzimas que los transforman químicamente para facilitar su eliminación. Como consecuencia de esta biotransformación enzimática, algunos fármacos se vuelven activos, otros pierden actividad y los hay que generan metabolitos tóxicos, responsables de efectos adversos. Finalmente, gracias a los procesos de excreción, el fármaco se elimina definitivamente del organismo. ¡Fin del viaje!.
La absorción, distribución, metabolismo y excreción son los llamados procesos farmacocinéticos. Algo así como “lo que el organismo le hace al fármaco”. Y sabemos que existen diferencias interindividuales en estos procesos que condicionan en gran medida la diferente respuesta a los fármacos.
Eso significa que variaciones en la absorción (alteraciones de pH gastrointestinal, del flujo sanguíneo, de vaciado gástrico…), o en la distribución (diferencias en las proteínas transportadoras de fármaco o en el flujo sanguíneo), o en el metabolismo (enzimas biotransformadoras con mayor o menor actividad), e incluso en la excreción (funcionamiento del riñón) son muy a menudo las responsables de que observemos respuestas individuales a los fármacos tan diferentes.
Además, la respuesta a los medicamentos depende de la farmacodinamia, que estudia las acciones y los efectos de los fármacos (“lo que el fármaco le hace al organismo”).
La variabilidad en la respuesta a un tratamiento entre diferentes personas se puede deber a la edad, el sexo, las patologías del paciente y la intensidad del síntoma que se quiera tratar. Pero, sobre todo, a las diferencias genéticas entre individuos.
Aquí es donde entra en juego el tercer elemento, la farmacogenética, que es la disciplina que investiga el vínculo entre la constitución genética de las personas y su respuesta a los fármacos. Para ser exactos analiza cómo los llamados polimorfismos genéticos (variaciones en la estructura de los genes entre individuos) afectan a la respuesta de los fármacos.
Entre el 20% y el 95% de la variabilidad entre individuos en la respuesta a los fármacos se explica por diferencias genéticas. Concretamente, diferencias en la velocidad del metabolismo de los fármacos, el transporte a través de membranas celulares y la susceptibilidad de las dianas con las que los fármacos interactúan para desencadenar la respuesta. Se ha propuesto que la falta de respuesta a algunos fármacos antidepresivos y antiepilépticos radica en polimorfismos genéticos que afectan a procesos farmacocinéticos y/o farmacodinámicos.
Lo que parece indiscutible es que integrar los conocimientos de las fuentes de variabilidad en la respuesta a los fármacos facilitaría la selección del medicamento adecuado, la dosis adecuada y para una persona en particular. Es lo que se conoce como “medicina personalizada”.
El alquimista Paracelso (1493-1541) pronunció la célebre frase: “dosis sola facit venenum” (“solo la dosis hace el veneno”). Permítanos, señor Paracelso, añadir: “…de forma diferente en distintas personas”.