No son 'millennials': son jóvenes. Nada más. Nada menos
Pocas veces el arte del naming ha producido un desajuste tan amplio entre expectativa y realidad como el apelativo millennials, con el que se ha bautizado a la generación de los nacidos aproximadamente entre 1980 y 1995, es decir, los que en este momento tienen, redondeando, entre 20 y 35 años.
Millennial viene de milenio, el umbral alrededor del cual esta generación comenzó a hacerse mayor de edad. Y ese término, milenio, suena a algo significativo, casi decisivo, a algo profundamente sugerente y casi místico. Nadie duda de que esta generación tenga sus propias características, algunas de ellas sin duda envidiables. Pero quizá si se les hubiera llamado ochentistas (en relación a la década en la que mayoritariamente nacieron), dosmileros (en alusión al año en el que muchos consiguieron la mayoría de edad, pero con otro término menos misterioso) o simplemente se hubiera conservado únicamente el término Generación Y (por continuación a la X, sus predecesores) tal vez la expectativa sobre su papel en el mundo hubiera sido más moderada.
Sin embargo, ser la generación del milenio, un evento sin precedentes, contiene una carga de arrollador enigma del que es difícil sustraerse. Y así, a lomos de informes mayoritariamente elaborados en Estados Unidos, nació el mito: una generación que domina el territorio tecnológico y a quien el comportamiento digital de sus padres dibuja una condescendiente sonrisa. Una generación que valora sus amistades y aficiones por encima de todo, y que no está dispuesta a trabajar en cualquier condición ni a cualquier precio. Una generación a veces vinculada al resucitado arquetipo hipster, que desencadena derroches de emprendimiento y originalidad, y que es capaz de ganarse la vida haciendo bandera de términos tan vanguardistas como crowdfunding, business angel o coworking. Una generación que, según nos han dicho, no quiere poseer casas ni coches. Solo quieren un smartphone potente y ser ellos mismos.
Es verdad que el fundador de Facebook es millennial. Y que los fundadores de Airbnb también lo son. Y muchos otros. Pero también lo es que su éxito es patrimonio de una minoría. En el otro extremo, muchos miembros de la generación del milenio languidecen, al menos en nuestro país, sin que nadie quiera o pueda dar una oportunidad a su talento. Experimentando el lacerante síndrome de indefensión aprendida que les provoca una tasa de paro dramática en su rango de edad, más difícil de entender en cuanto que son la generación más preparada de la historia. Algunos otros, a quienes erróneamente se ha atribuido una comprensión suprema del hecho digital, muestran una raquítica capacidad crítica frente a los contenidos que comparten a diario en las redes sociales, muchos de ellos envenenados de post-verdad.
Resulta chocante ver los esfuerzos que se están vertiendo en intentar hacer que la generación del milenio, que siempre bordea el riesgo de que la expectativa sobre ella supere la realidad, conviva con sus mayores en las empresas. Entre otras cosas porque parece que hace décadas, cuando acudieron a las empresas de entonces los hipsters de verdad y los hippies, miembros de una generación mucho más disruptiva que estos hijos de Internet, nadie se echó a temblar. Y tampoco apareció esta obsesión que en ocasiones vemos hoy por evitar una supuesta discordia inter-generacional. Muy al contrario, este año se cumplen 50 desde que la revista TIME otorgara su galardón Man of the Year a los jóvenes menores de 25 años, como muestra evidente del entusiasmo con el que los contemplaban.
Los millennials no son los mesías de ningún mundo perdido. Tampoco son los inventores exclusivos de la fórmula que hará avanzar a nuestro mundo y garantizará nuestro estilo de vida en las próximas décadas. Los millennials son jóvenes. Nada más. Nada menos. Su fuerza y su debilidad radican ambas en su juventud. Y nuestra responsabilidad es ayudarles a encontrar su voz. Nada más. Nada menos. Para que suene alta y clara. Y no olvidar nunca que, en cualquier época de la historia desde Sócrates, a quien según dicen ya molestaba la actitud rebelde de la siguiente generación, el anhelo más importante de cualquier joven es encontrar su lugar en el mundo.