No somos todos iguales: la antipolítica
El verdadero debate es elegir entre la libertad en igualdad para todos y la degradación de la política que representa la derecha.
Se atribuye a Abraham Lincoln, célebre presidente de Estados Unidos que abolió la esclavitud y que fue posteriormente asesinado por un fanático justo después de finalizar la guerra civil que asoló su país el siglo pasado, la siguiente frase: “se puede engañar a parte del pueblo parte del tiempo, pero no se puede engañar a todo el pueblo todo el tiempo”.
En los tiempos que vivimos, difíciles tiempos de crisis sanitaria, económica, política y social, podemos decir que estas palabras están de actualidad, habida cuenta de la peligrosa actitud que en nuestro país ha tomado la oposición conservadora al Gobierno de Pedro Sánchez.
Una oposición basada en promover un eterno ruido sobre cualquier tema que se precie, fuere o no cierto, contribuyendo a hacer prácticamente irrespirable el panorama político en España. De sobra es conocido que a la derecha española no le sienta nada bien no tener el poder. Por ello, asistimos a un frecuente ejercicio de irresponsabilidad por parte de la oposición; consistente primero en negar legitimidad al Gobierno y, en segundo lugar, en recurrir a las mentiras y a los bulos para criticar la acción del mismo.
A la ciudadanía hay que enviarle un claro mensaje. No todos somos iguales, no se puede colocar en la misma balanza las conductas de una parte de la clase política y generalizarlas. Es cierto que todos los y las representantes públicos debemos dar ejemplo a la hora de comportarnos en todo sentido, pero es justo resaltar, porque es una realidad irrefutable, que quien ha decidido dar prioridad al derribo del Gobierno antes que facilitar la unidad de acción contra el virus han sido los principales partidos de la oposición de derechas, que incluso han mostrado su peor versión poniendo zancadillas a la llegada de los paquetes de ayuda económica provenientes de Europa a nuestro país, tan necesarios para la tan ansiada recuperación.
La mala política se ha convertido en la seña de identidad de la derecha en sede parlamentaria. Mala política que se traduce en el uso de frecuentes e inaceptables exabruptos y salidas de tono, como la protagonizada por un diputado del Partido Popular que, en una comparecencia de Yolanda Díaz en el Congreso, utilizó una expresión repugnantemente machista para realizar una crítica al funcionamiento interno del partido político al que pertenece la ministra. No es de recibo, en absoluto, que amparándose en una interpretación sui generis del derecho a la libertad de expresión a la hora de hacer política, se produzcan excesos verbales de ese calado, y mucho menos que estos se produzcan en el templo de nuestra democracia.
En otro episodio deleznable sucedido la pasada semana durante un Pleno del Congreso, también un diputado popular envió “al médico” a un miembro de la Cámara que estaba haciendo una pregunta al Gobierno sobre cuestiones referentes a la salud mental de la población.
La reacción de la mayoría del hemiciclo, incluyendo algunos diputados y diputadas también populares, apoyando con aplausos al interviniente agredido, me hace mantener la esperanza de que es posible recuperar las buenas formas y el respeto entre nosotros y nosotras, representantes del pueblo en la sede de la soberanía popular.
Las posteriores disculpas del diputado agresor, más que necesarias, no ocultan que estamos asistiendo a un ejercicio más que agresivo de la palabra dada por la ciudadanía en un espacio, no olvidemos, que es representativo de todas las ideologías y sensibilidades políticas que existen en nuestra sociedad.
Del mismo modo, la aparición de la ultraderecha en nuestras instituciones ha otorgado un altavoz muy fuerte a la misma para difundir sus mensajes. Unos mensajes repletos de mentiras, realidad tergiversada a conveniencia, y sobre todo de odio y discriminación. Mensajes de los que yo también he sido destinataria en ocasiones por mi condición de mujer y gitana.
Los acontecimientos de las últimas jornadas en algunos parlamentos autonómicos, con la aparición de tránsfugas que cambian el sentido de su voto en favor del Partido Popular en apenas horas de diferencia, y la difusión de lemas propagandísticos (el famoso “socialismo o libertad” de Isabel Díaz Ayuso) que tienen como objeto dividir y confrontar, tampoco ayudan a mantener un debate político sereno, constructivo y sosegado.
La realidad es que la ciudadanía no tiene que elegir entre el socialismo y esa libertad concebida por la derecha política, económica y social de este país: una libertad falsaria que mira hacia otro lado ante la división, la discriminación y la desigualdad. La ciudadanía debe tener claro que el verdadero debate es elegir entre la libertad en igualdad para todos y todas, y la degradación de la política que representa la derecha.
Ante esta situación, desde mi grupo parlamentario y desde el Gobierno, vamos a seguir aportando y trabajando por dignificar el trabajo de la política, tratando de estar a la altura de una ciudadanía que nos pide más unidad, más trabajo y sobre todo más respeto entre nosotros y nosotras.
Seguimos adelante con nuestro proyecto político, a pesar de las dificultades, para afianzar y consolidar una España más solidaria, justa e igualitaria. Una España que siga a la vanguardia de los países que más y mejor reconocen los derechos sociales, como con la reciente aprobación de eutanasia, y el inicio de los trámites para aprobar la Ley de Igualdad de Trato y No Discriminación.
Las mentiras, los bulos, las falsedades, y los insultos no pueden servir para crear un proyecto político serio, sólido y sobre todo creíble. A pesar de la ingente cantidad de desinformación que recibimos cada día por medio de muchos canales de comunicación, nuestra sociedad es lo suficientemente madura para reconocer dónde está la verdad, y valorar los aciertos y, por supuesto, los errores que se hayan podido cometer desde la acción de gobierno.
Mientras la derecha política sigue tratando a la sociedad como si fuera menor de edad y poniendo dificultades para superar esta crisis, el Gobierno seguirá empeñando en superar estos complicados y trágicos momentos, priorizando que nadie se quede atrás en la senda de la futura recuperación.
Decía la inolvidable Carme Chacón que “la convivencia y la concordia valen mucho la pena, aprenderemos, estas dificultades nos harán mejores a todos”. Personalmente comparto plenamente este mensaje, por eso estoy convencida de que dignificar la política supone seguir en el camino de la rectitud, la humildad, el compromiso, la moderación y la seriedad. La ciudadanía sabrá premiar con su apoyo a quienes usen menos la hipérbole y más el raciocinio en favor de una sociedad pacífica y tolerante. Nuestro país se juega mucho, es hora de que todos y todas arrimemos el hombro. Hagámoslo posible.