El insólito caso de las personas que no quieren salir de casa no es tan insólito
Si te has acostumbrado al confinamiento y ahora te resistes a dejarlo, tranquilo, no estás solo.
— ¿Estás nervioso?
— Sí.
— Pero qué guay poder salir a la calle, ¿no?
— Sí.
Esta conversación entre una mujer y su hijo, un niño de unos 6 años con las manos enguantadas y entrelazadas por detrás cual señor mayor, se produjo el pasado domingo sobre las 12 del mediodía en el barrio de Puente de Vallecas en Madrid, pero pudo haber ocurrido en cualquier otro punto del país a cualquier otra hora de aquel domingo. Después de un mes y medio de encierro, muchos niños prefirieron no salir de casa, y muchos padres se sorprendieron de este miedo, o quizás no tanto.
“Se está hablando mucho del miedo de los niños a salir, pero es algo que a los adultos también nos pasa”, explica María Martín, psicóloga y profesora de Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación en la Universitat Oberta de Catalunya (UOC). “Cuando hablas por el balcón con los vecinos, te cuentan que tienen miedo, te hablan de la ansiedad que sienten en la cola de supermercado pensando en que se pueden contagiar y contagiar a otros. Es normal”, señala Martín.
“Durante el confinamiento se ha desarrollado la idea de que nos hemos quedado en casa para protegernos, con lo cual la fuente de peligro está en el exterior. Es lógico que cuando salgamos sintamos que perdemos esa sensación de protección”, argumenta.
Aunque esa asociación de ideas y ese “nerviosismo” entran dentro de lo esperable, sumergirse en el pánico resulta contraproducente, y hay que tratar de rebajar esos pensamientos “de alarma”, recomienda esta experta en psicoterapia. “Tenemos que incorporar a nuestra normalidad signos que antes eran de alarma, como por ejemplo ver a la gente con mascarilla o la distancia de seguridad entre personas. Hay que pasar por un proceso de asimilar como normales unos estímulos que antes asociábamos a situaciones extrañas”, sostiene Martín.
Las características de este proceso de ‘normalización’, que previsiblemente comenzará el 2 de mayo con los paseos autorizados a los adultos, dependerán de las circunstancias de cada persona (si ha tenido problemas previos de ansiedad y depresión o si es población de riesgo ante el virus), pero en general todo el mundo pasará por varias fases de adaptación, y que tire la primera piedra quien no ha sentido miedo en algún momento de la pandemia.
“Tener miedo es una emoción lógica en este momento, es coherente con lo que está sucediendo”, tranquiliza la experta. Lo que no hay que hacer es huir de ese miedo o sumirse en él. “Está bien escuchar esa sensación, preguntarnos qué nos está diciendo, de dónde viene y, a partir de ahí, ver qué podemos hacer”, recomienda Martín. “Se trata de conseguir un equilibrio: escuchar al miedo sin fusionarnos con él, sin alimentarlo, porque si le echamos leña a ese fuego, nos va a paralizar, nos llevará a niveles de ansiedad más elevados o a un proceso fóbico”, indica.
Lo mismo se aplica a la población de riesgo. “Pregúntate qué es lo que está en tu mano para gestionar ese miedo, qué cosas puedes tener bajo control”, apunta la psicóloga. “Hay que adaptar esta idea a la situación en que cada uno esté; la respuesta no es la misma para todos”, aclara la experta, que anima a la población más vulnerable a “tomar más precauciones que una persona que no lo es y limitar más sus salidas”.
Para Salvador Macip, doctor en Medicina y profesor de los Estudios de Ciencias de la Salud de la UOC, la clave para que el ‘riesgo’ no derive en pánico se encuentra en el discernimiento.
“Lo importante es explicar que si estamos encerrados en casa es para evitar el contacto social, no para evitar respirar el aire. El problema es tocar superficies infectadas o, si tú estás enfermo, contaminar superficies y pasar el virus a otra gente”, afirma Macip. Cuando empiece la desescalada, “las normas serán las mismas que hasta ahora: intentar no tocar las cosas, no tocarse la cara, lavarse mucho las manos, si se puede llevar mascarilla, mejor, no reunirse con gente más allá de las personas con las que convives en casa, no interactuar con los vecinos o con las personas que te encuentres a menos de dos metros, evitar aglomeraciones o lugares muy concurridos en horas punta”, enumera.
Macip, autor del libro Las grandes plagas modernas, vive actualmente en Reino Unido, donde la gente ha podido salir a pasear desde el principio de la epidemia. “Aquí nos dejan salir, pero si te cruzas con un vecino por la calle, lo saludas a dos metros de distancia, y vas a zonas donde no hay mucha gente para poder pasear sin problema”, insiste.
El domingo pasado resultaron muy polémicas algunas imágenes de parques y zonas costeras con aglomeraciones de gente, y eso es precisamente lo que se debe evitar en esta desescalada.
“Estamos entrando en una fase en la que algunas personas salen a la calle pensando que ya está todo hecho, y no es así ni mucho menos”, recalca el experto. “Obviamente, el confinamiento se tiene que ir relajando, si no acabamos todos locos, pero cuando se salga a la calle se tiene que hacer con sentido común. Si transmitimos la idea de que esto aún no ha acabado, de que tenemos que estar atentos, que aún hay peligro y que los rebrotes son más que posibles, quizás la gente se comporta con un poco más de sensatez”, sostiene. “Pensemos bien lo que estamos haciendo y el objetivo de estar confinados”, pide Macip.
Fernando G. Benavides, catedrático de Salud Pública en la Universidad Pompeu Fabra, reconoce que se alegró al ver corretear a los niños por la calle el pasado domingo, y que no le “escandalizó” lo ocurrido. “Tuvieron una salida explosiva, pero es normal. Ha habido casos puntuales de concentraciones de gente, pero creo que en general la población se ha portado tan bien… nadie lo esperaba hace dos meses”, recuerda.
De cara al próximo fin de semana, cuando comienza oficialmente la desescalada, Benavides considera que lo más importante es “cuidarse”, especialmente “si tienes un problema cardíaco, respiratorio, metabólico o renal, por tu propia salud”. “Básicamente, tienes que mantener la distancia, ponerte mascarilla, lavarte bien las manos y evitar cualquier contacto”, resume.
El epidemiólogo está convencido de que pronto acabaremos acostumbrándonos a esta “nueva realidad”. Cuando piensa en la vuelta a las clases presenciales en septiembre, se imagina a sí mismo y a sus alumnos con mascarilla —“algo que antes nos habría chocado mucho”— y cumpliendo a rajatabla unas “estrictas medidas de higiene, que seguirán siendo la clave hasta que aparezca la vacuna”.
De nuevo, la cosa va de procesos de adaptación. La propia María Martín, psicóloga, reconoce que estos días ha preferido quedarse en casa y que su marido sea el encargado de salir a pasear con sus hijas. “Es curioso cómo nos hemos ido adaptando a este cambio, a este encierro. Los seres humanos tenemos una capacidad increíble de adaptación”, reflexiona.