No puedo satisfacer el fetiche sexual de mi novio, así que hemos abierto nuestra relación
Por mucho que yo lo quiera ser todo para mi pareja y mi pareja lo quiera ser todo para mí, unas expectativas así de omnipotentes no son realistas ni sostenibles.
Mi novio Drew y yo llevamos juntos casi cuatro años. El año pasado, abrimos de par en par las puertas de nuestra relación porque él tiene un fetiche que yo no puedo satisfacer.
Drew tiene 29 años y pesa 65 kilos. Yo tengo 24 y dejé de pesarme cuando me di cuenta de que tenía un trastorno alimentario. Jessica (no es su nombre real), la primera mujer con la que Drew se acostó cuando abrimos nuestra relación, tiene 44 años y pesa casi 300 kilos. Lo sé porque lo dice en su perfil de citas: “No os sintáis mal por mí, a mí me encanta ser supergorda”.
Cuando Drew me contó su fetiche, me quedé anonadada por el descubrimiento. Su fetiche entra en la categoría de feederismo y admiración de la gordura. Según lo define la página de citas que usó Drew, los feeders (alimentadores) son “hombres o mujeres a los que les gusta la idea o el acto de ayudar a otra persona a estar más gorda”, y los admiradores de la gordura son “hombres o mujeres atraídos sexual o románticamente por personas gordas”.
Yo conocí a Drew cuando tenía 20 años, una época en la que mis atracones, vómitos provocados y subsiguientes restricciones de comida se habían vuelto normales en mi vida. Pasé toda mi adolescencia creyendo que mi obsesión con la comida era lo menos atractivo de mí, de modo que, cuando Drew reveló sus gustos secretos, puso mi realidad patas arriba.
Al principio, intenté que esta nueva situación funcionara entre nosotros: sacar este demonio que es la bulimia y darle una utilidad. Drew y yo probamos, pero no tardé en descubrir no era algo que a mí me diera placer.
Unos seis meses después de contarme su fetiche, Drew sacó el tema de las relaciones abiertas. Ahora sé que lo hizo con buena intención, para abrir una vía de comunicación honesta que le permitiera explorar su sexualidad de modos que a mí me resultarían inalcanzables. Drew es mi mejor amigo y mi compañero de vida, alguien a quien quiero como no sabía que era posible hasta que lo conocí. Pero la verdad es que su forma de proponerlo fue algo torpe y a mí no me sentó bien.
Lloré durante horas sin parar, me sentía insuficiente y resurgieron mis peores complejos de la adolescencia. Empecé a lamentar la muerte de una relación que, en realidad estaba perfectamente intacta. No dejaba de pensar en la cantidad de cosas que podría haber hecho para ser una novia más divertida y le mandé un correo melodramático a mi psicólogo. Entre otras cosas, le preguntaba si teñirme el pelo de platino me ayudaría.
Si Drew hubiera querido una relación abierta por cualquier otro motivo que no fuera su fetiche sexual, no creo que lo hubiera soportado. Lo específico que era nuestro problema nos brindaba una red de seguridad. Como mi autoestima siempre ha dependido de mi peso, la idea de que Drew se acostara con otras mujeres ―siempre y cuando fueran gordas― no me molestaba. Curiosamente, la masa corporal de esas mujeres suavizó el golpe de que mi novio quisiera acostarse con otras mujeres. Estaba claro que mi perspectiva estaba deformada y era problemática, porque era la cultura de la dieta y de la delgadez la que me estaba protegiendo.
Tras su propuesta fallida, Drew no volvió a mencionar el tema. Fui yo quien lo rescató. Quería que mi pareja se sintiera sexualmente liberada y me planteé la idea de que otra persona satisficiera los deseos de mi novio por mí. Pero, claro, al principio me costó dejar de pensar que yo no era suficiente para él.
Durante los siguientes meses, Drew y yo debatimos a fondo nuestro concepto de relación abierta y hablamos de todos los escenarios posibles. También le hice jurar y perjurar que nuestra relación no iba a depender de si aceptaba o rechazaba que fuera abierta. Entonces, y solo entonces, me pareció una solución factible.
Una noche a finales de julio de 2019, en plena ola de calor, accedimos a abrir la relación.
Me descargué una aplicación para ligar y pasé semanas tratando de encontrar a alguien que despertara mi interés. Aunque acostarme con desconocidos me parecía excitante en la teoría, ninguno de mis matches terminaba de emocionarme.
Aunque Drew y yo abrimos nuestra relación por razones físicas, lo que yo más deseaba era la ocasión de sentir la emoción de la novedad, algo que tiende a evaporarse si tienes la suerte de estar en una relación estable. Para mí, la novedad está a medio camino entre lo físico y lo emocional. Para disfrutar de lo físico, tengo que estar preparada mentalmente. Un ligue superficial puede ser suficiente, pero necesito algo más que un cuerpo para mantener el interés.
Ha habido algunos momentos de mi vida ―no más de los que puedo contar con los dedos de las manos― en los que he mirado a alguien y he tenido ganas de acostarme con él. Y ahora que soy sexualmente segura, tomo anticonceptivos y estoy emocionalmente lista para unas relaciones sexuales irrelevantes, esa emoción se desvaneció como un espejismo en el desierto. Me di cuenta de que lo que quería era un crush, y no esperaba conseguirlo en una aplicación.
Mientras tanto, Drew pasaba su tiempo navegando en una aplicación en las categorías de feeders, admiradores de la gordura y BBW (mujeres grandes y guapas). A medida que sus conversaciones fructificaban, yo decidí llamar a James, un hombre con el que había tenido una cita genial en Nueva York un par de semanas antes de conocer a Drew.
Le envié un simple Hola. 51 minutos después, me respondió: Wow, hola. Cuánto tiempo sin hablar. Le expliqué mi situación y le pregunté si estaba interesado. James no tardó en responder que se apuntaba.
Fuera por el destino, por suerte o por casualidad, la primera cita de Drew fue con Jessica, la matriarca de una comunidad feederista con mujeres de tallas grades y supergrandes, una de las primeras de su clase.
Drew y Jessica quedaron un domingo de agosto por la noche. Me costó hacerme a la idea de que mi novio iba a pasar la noche con otra mujer. Nos dimos un beso de despedida y mi cuerpo se inundó de celos.
Drew me escribió cuando llegó: “Ya estoy aquí. Siento que esto es algo que necesito hacer, pero tengo ganas de volver a casa contigo”. Mi corazón se inflamó de celos y luego empecé a buscar lencería en mi armario.
Le envié a James unas cuantas fotos mías y me regodeé en los piropos que estaba recibiendo de otro hombre. Nuestra conversación se calentó enseguida y me dejé llevar para ser tan sucia como me apeteció. Me quedé dormida sobre las sábanas y no me desperté hasta que Drew abrió la puerta de casa a las 2 de la mañana. Apestaba a perfume de mujer y le dije medio dormida que se diera una ducha antes de meterse en la cama. Me dio un beso en la frente y se fue al baño a asearse.
Llegó el invierno y Drew siguió visitando la casa de Jessica, una mansión a las afueras de Los Ángeles compartida con su marido (relación abierta) y con todo un elenco rotatorio de amigos, amantes y modelos BBW. Drew y Jessica nunca practicaron sexo, pero sí mantuvieron contacto físico cercano. Yo lo soportaba mensajeándome con James, mi antídoto.
En diciembre, cogí un vuelo a Nueva York para pasar las Navidades. Como James vivía en Brooklyn, hablamos para salir a tomar algo.
Conforme se fue acercando la fecha, Drew se mostraba más celoso y borde. Esto de la relación abierta se le estaba atragantando cuando no era él el beneficiario. Sus mensajes empezaron a ser crueles y tuve que llamarle por teléfono, indignada.
“¿Te das cuenta de lo infantil que estás siendo?”, le pregunté.
“Ya lo sé... No tengo derecho a comportarme así”.
“Es que además fue idea tuya”, le recordé.
“Ya, pero es que James es normal”.
“¿Perdona?”.
Drew quería decir que él sí tenía un motivo muy concreto para buscar algo fuera de la relación y yo, no. Él ya tenía la lista de la compra hecha con sus necesidades mientras que yo estaba improvisando por capricho.
El día de Navidad, quedé con James en el bar del hotel donde iba a pasar mi última noche en Nueva York. Mientras le esperaba, mi corazón empezó a latir rápido y amenazó con salirme por la boca. Probé distintos asientos en el bar en busca de la posición que más me favoreciera. Le pregunté a una amiga por WhatsApp si me recomendaba esperar en una mesa en vez de en la barra. Me dijo que mejor en la barra, pero no le hice caso y me moví a una mesa libre.
James llegó y nos pusimos al día tomando unas cuantas copas. No tardó en preguntarme si me apetecía subir a la habitación. Asentí, llena de orgullo y libre de culpas, y subimos a mi habitación.
Nos desnudamos enseguida y, mientras me revolcaba en la cama con un hombre que no era mi novio, me di cuenta de lo ridículos que eran nuestros celos. Ese sexo era superficial; divertido, pero artificial, como una camiseta barata que se echa a perder después del primer lavado. Aunque, claro, quizás es muy fácil llegar a esa conclusión cuando tienes el premio en tu poder.
A la mañana siguiente, fui al aeropuerto JFK algo aturdida, como si me hubieran vaciado una caja de medicamentos en el desayuno. Pasar por los controles de seguridad fue un paseo y ni siquiera me importó tener que desplazarme a la otra punta del aeropuerto cuando anunciaron a última hora que cambiaban la puerta de embarque de mi vuelo. Todavía estaba con la energía a tope por el éxito de mi última cita.
Cuando despegó el avión, empecé a pensar en mi éxito. ¡Qué cosmopolita! Acababa de reunirme con un amante en Nueva York y ahora me iba a reunir con mi novio en Los Ángeles. Miré a mi alrededor y me pregunté si mis compañeros de asiento eran conscientes de lo exitosa que era la vida sexual de la joven con la que viajaban.
Después de ver varios episodios en la pantalla de mi asiento, el avión empezó a descender y mi estado de ánimo, también. Quería coger mi noche y guardarla en un recipiente hermético, a salvo de mis pensamientos de culpabilidad. Cuando aterrizamos, mi buen humor ya se había transformado en ansiedad. Encendí el móvil y mi corazón me dio un vuelco cuando vi que tenía cinco mensajes de James.
El problema de comprar por capricho es que nunca sabes cuándo termina la aventura. Como yo necesito un mínimo de conexión emocional para disfrutar del sexo, cuando este acaba me cuesta apagar mis sentimientos. Aunque nuestra despedida no pudo haber sido más sencilla (nos desenroscamos, me vestí y pedí un taxi), le tuve que responder para insuflarle algo de vida a la llama del deseo que habíamos encendido. Sus respuestas no fueron nada digno de mención y la conversación estuvo demasiado llena de simples jajas
Implicarte sentimentalmente al principio implica implicarte igualmente al final. Me lo había pasado bien por unos momentos volviendo al mundo de las citas como una turista, pero no imaginaba que esto fuera a aportarme ningún disfrute a largo plazo.
Mi relación abierta no terminó, pero perdió ímpetu. Drew y yo no somos personas extravertidas con un gran deseo sexual, somos compañeros y por entonces nos preguntábamos si era posible asimilar esa novedad sin echar a perder la relación. Al acabar la jornada, solo nos apetece volver a casa, pedir algo para cenar y enseñarle trucos a nuestro gato.
Para que nuestra relación se mantuviera ilesa, tuvimos que comprometernos a ser sinceros y comunicativos el uno con el otro aunque quisiéramos seguir probando el fruto prohibido.
La relación de Drew con Jessica tuvo sus altibajos. Ahora son “solo amigos” que siguen en contacto de vez en cuando por WhatsApp. De tanto en tanto, yo misma me doy cuenta de que siento deseos por otros hombres. Ligo con ellos porque es divertido y a veces me gustaría acostarme con ellos, pero como ahora sé que no está prohibido, no tengo ninguna prisa por experimentar. Ya no me afecta el miedo a enfrentarme a situaciones inflexibles. Drew y yo nos hemos demostrado que tenemos una relación trascendente que está influida, pero no dominada, por la lujuria y el impulso.
Aunque no me entusiasma que Drew mantenga el contacto con Jessica, me he dado cuenta de que también me ayuda de formas insospechadas. Y como sé que Drew me es completamente sincero, me encuentro cómoda en mi trono. Desde ese espacio, incluso me hace gracia pensar que mi novio está ligando con otra mujer. Pero también se me hincha la vena por los celos cuando veo el nombre de Jessica en el móvil de Drew y pienso: “Es mío”. Pero, en definitiva, lo que conseguimos es que nuestra relación siga teniendo la emoción de la novedad.
Por mucho que yo lo quiera ser todo para mi pareja y mi pareja lo quiera ser todo para mí, unas expectativas así de omnipotentes no son realistas ni sostenibles.
El fetiche de Drew nos forzó a mantener conversaciones incómodas y, a la larga, me alegro de que todo haya sucedido así. Su fetiche no es algo que se pueda tachar de la lista, es una parte integral de su sexualidad. Aunque me aterroriza admitir que no siempre soy suficiente para mi pareja, también es un pensamiento liberador, ya que al hacerlo he dejado de presionarme a mí misma para hacer cosas que no me gustan. Ahora, cuando estoy con Drew, puedo ser yo misma.
Abrir nuestra relación ha sido la clave de nuestro éxito. Como todo ser vivo, necesita espacio para respirar y crecer. Por muchos altibajos que haya tenido nuestra relación, ningún problema nos parece dramático. No tengo ni idea de lo que vendrá a continuación, pero confío en que lo resolveremos.
Este post fue publicado originalmente en el ‘HuffPost’ Estados Unidos y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.