No podemos dejar que el asesinato de Marielle Franco quede impune
A Marielle Franco, mi hermana en la lucha, la mataron a disparos el 14 de marzo.
Yo estaba fuera del país, trabajando con otras mujeres valientes que hacen campaña en contra de los asesinatos policiales de jóvenes negros en Brasil, Jamaica y Estados Unidos. Habíamos unido fuerzas y planeábamos alzar nuestra voz para frenar el constante flujo de asesinatos cometidos por algunas de las personas que supuestamente nos protegen.
La noticia me dio de lleno. De repente me sentí mareada y no podía dejar de temblar. Apenas podía contener mi rabia y mi tristeza.
En segundos, me golpeó la necesidad de saber más, de hacer algo, mientras los recuerdos de mis encuentros con Marielle me inundaban la mente.
Recordé una tarde soleada del año pasado, cuando nos encontramos casualmente en una cafetería de Río de Janeiro. Acababan de ser las elecciones y Marielle había sido votada masivamente en el Ayuntamiento de Río; yo estaba empezando mi trabajo como directora ejecutiva de Amnistía Internacional Brasil.
Recordé nuestras sonrisas y nuestra emoción, pues nos sabíamos privilegiadas beneficiarias de la lucha negra, especialmente la lucha de mujeres negras de las favelas. Habíamos nacido con dos décadas de diferencia, pero ambas reconocíamos la enorme oportunidad y responsabilidad que se nos planteaba: representar a las mujeres negras de las favelas y otras zonas periféricas en barrios en los que las personas como nosotras nunca habían sido tenidas en cuenta.
Yo, que nací en la favela de los Cabritos en Copacabana, ahora me veo abriendo un nuevo capítulo como jefa de sección de una de las organizaciones internacionales más importantes por los derechos humanos. Marielle, que procedía de la favela Maré en el norte de la ciudad, había conseguido uno de los 51 escaños del Ayuntamiento tras recibir más de 46.000 votos, convirtiéndose en la quinta más votada en un abarrotado escenario de 1.625 candidatos.
Ese día estábamos alegres, orgullosas y confiadas en que podíamos hacer frente a los retos y responsabilidades que se presentaban. Creíamos que podíamos seguir rompiendo barreras.
La última vez que estuvimos juntas fue en un acto en el que Marielle, en nombre del Ayuntamiento, homenajeó a Conceição Evaristo, una amiga cercana y una de las mayores escritoras de Brasil. Era otra oportunidad para celebrar nuestra sororidad.
Decidida a transformar la sociedad y a defender a aquellos que necesitan protección, Marielle llevaba siempre en la cara una constante sonrisa que hacía parecer que todo era posible.
Cuando trabajaba codo con codo con Marielle en busca de objetivos comunes, me llamaba mucho la atención lo fresca e inspiradora que era su voz. Su rechazo a aceptar las muchas injusticias que ella y otros como ella sufrían en Río no se convirtió en una carga, sino en un impulso para superarlas.
Estas injusticias no enfadaban a Marielle, ella se mostraba alegre. No la debilitaban, sino que la empoderaban. No se sentía denigrada, sino orgullosa de alzar la voz por aquellos que no la tienen.
Un mes después de su asesinato, me siento más decidida que nunca a luchar y a movilizar a la gente para exigir justicia para Marielle.
Las autoridades brasileñas todavía no han determinado quién disparó a Marielle, quién ordenó el asesinato o por qué la querían muerta. Pero cuanto más se sabe de lo ocurrido ―participaron dos asaltantes desde dos vehículos que le dispararon al menos 13 veces, y de ellas cuatro le dieron en la cabeza―, más parece un asesinato selectivo.
No me cabe duda de que Marielle fue asesinada por quien era: una mujer negra orgullosa, nacida en una favela; una lesbiana y activista contra la violencia infligida sobre los pobres por algunos miembros de las Fuerzas Armadas y de la Policía.
¿Somos tan peligrosos que sienten la necesidad de silenciar nuestra voz? ¿Quién será el siguiente? ¿Otro de mis muchos compañeros de las favelas que piden que acaben las operaciones policiales y militares para "pacificarnos"? ¿Una de mis hermanas de las organizaciones por los derechos de las mujeres que luchan contra la violencia patriarcal? ¿O será uno de mis colegas que defienden los derechos humanos en Brasil?
Se requiere mucha valentía, mucha determinación y mucha solidaridad para hacer frente a nuestros miedos y acabar con este dolor de una vez por todas.
Probablemente las autoridades brasileñas no se esperaban la reacción internacional masiva ante el asesinato de Marielle.
Aquí, en Río, sabemos lo que tenemos que hacer para demostrar que se equivocaban: tenemos que procesar nuestro dolor, consolarnos, reagruparnos y entrar juntos a la acción en contra de la impunidad. Somos conscientes de ello.
Pero, una vez más, tengo que mandar este SOS a todos los que estáis fuera de mi país. Nos será más fácil ganar esta lucha si vosotros también levantáis la voz. Lo podéis hacer firmando nuestra petición en la que se exige una respuesta de las autoridades brasileñas.
Marielle solía repetir la filosofía Ubuntu, que dice: "Soy porque somos".
Es hora de que nos levantemos por Marielle. Nosotros somos quienes somos por quien fue ella.
Este artículo fue publicado originalmente en el 'HuffPost' EEUU y ha sido traducido del inglés por Marina Velasco Serrano