No me digas cuáles son los mejores libros
Estas listas no son presentadas como hallazgos en un proceso de curaduría, sino como verdades que determinan las elecciones de los lectores y el nivel de ventas.
Hace poco terminó el mordaz 2020 y las listas de los mejores libros del año siguen flotando en la red, mostrando las lecturas que sobresalieron durante esa época convulsionada por la aparición de la covid-19.
Los titulares, que inundaron las páginas culturales de muchos periódicos, fueron cantos de ángeles para autores y editoriales. Libros, como Un amor de Sara Mesa y Poeta chileno de Alejandro Zambra, se colaron en más de una fiesta. Nadie puede negar que los libros mencionados son lecturas que vale la pena emprender. Sin embargo, deja un mal sabor el rol de la crítica (o de los medios) a la hora de juzgar lo que literariamente se destaca en el mundo hispano.
Es imposible leer estos titulares sin que emerjan algunos interrogantes. ¿Qué nos dicen estas listas sobre la realidad literaria? ¿Condensan estos libros la mejor literatura del año? ¿Las personas consultadas leyeron todo lo publicado en 2020? ¿Cuál es el efecto de estas listas sobre hábitos y formas de consumo de los lectores? Es innegable que crean afinidades, bosquejan gustos, moldean la industria.
Las preguntas, por supuesto, no pretenden poner en entre dicho la calidad de las obras, ni el mecanismo usado para elaborar las listas: mediante consultas realizadas a un grupo de expertos. Pero genera dudas la manera en que se presentan: Los 50 mejores libros de 2020, Los 30 mejores libros de la literatura en español de 2020, Ranking final: estos son los mejores libros de 2020.
Y no solo se trata de las listas de fin de año. Estos titulares se venden como pan caliente en el transcurso de los 12 meses: Los mejores libros para el verano, Los mejores libros de la historia que tienes que leer antes de morir, y un largo etcétera.
De modo que lo que preocupa no es el afán de clasificación de algunos críticos, que resulta poco riguroso y aburridor, sino la construcción de falacias argumentativas con los resultados de estas pesquisas. Estas listas no son presentadas como un abanico de opciones o hallazgos en un proceso de curaduría, ni hipótesis sobre la lectura, sino como axiomas, verdades que, en muchos casos, determinan las elecciones de los lectores y el nivel de ventas.
Estas generalizaciones indebidas distorsionan la realidad literaria y, quizá sin proponérselo, benefician los intereses de una minoría en la industria editorial. Además, tienen injerencia en la creación de un canon. Sin embargo, se pueden refutar con facilidad. Basta con aplicar el método falsacionista del Karl Popper para despojar de validez a lo que claramente es una opinión.
De acuerdo con el filósofo austriaco, no se requiere más que un contraejemplo para refutar una teoría. En otras palabras, solo se necesita echar un vistazo a las selecciones, que afirman contener los mejores libros, y cerciorarse de que no todos los títulos coinciden en las diferentes listas, para poner en entredicho su validez.
Por supuesto, no partimos de la creencia de que los críticos y los medios culturales actúan de mala fe, pero cabe esperar mayor responsabilidad en el momento de elaborar juicios y establecer certezas. Mucho más en un mundo inundado por fake news y manipulación. No es lo mismo recomendar lecturas para la pandemia que afirmar que estas son lo mejor del año, de la temporada, de la historia de nuestra especie.
Como escribió, el 19 de diciembre de 2020, el editor de Plaza y Janés y escritor español, Alberto Marcos, en su cuenta de Twitter: “A mí no me digas cuáles son los mejores libros de 2020 si no te has leído todos los libros de 2020”.
¿Los expertos consultados leyeron todos los libros publicados en el año? ¿Tuvieron espacio y tiempo, en medio de las tribulaciones de la pandemia, para devorar la literatura publicada en Iberoamérica? Las preguntas resultan absurdas. Ni que decir de las posibles respuestas.
En abril de 1960, Gabriel García Márquez, en su artículo La literatura colombiana, un fraude a la nación, afirmó que la crítica solo ejercía “una dispendiosa tarea de clasificación, una labor de ordenamiento histórico, pero solo en casos excepcionales un trabajo de valoración”. Esto no dista mucho de lo que vemos en la actualidad, donde las afinidades de lectura se encierran en calificativos y presuntas verdades.
Afortunadamente, la literatura sigue perteneciendo a los lectores que están lejos de los círculos editoriales, sin más pretensiones que entretenerse y explorar la condición humana. Son ellos quienes juzgarán si estos escritores y escritoras merecen la etiqueta que los ha reunido y construirán, con el tiempo, la lista definitiva, esa que continúa mostrando lo humano y sus posibilidades.