No me avergüenza ser bisexual, pero no se lo cuento a todo el mundo
Aunque no puedan vernos, estamos aquí, por todas partes.
Me he pasado la mayor parte de mi vida presentándome como una mujer heterosexual y actualmente estoy saliendo con un hombre heterosexual. Debido a la identidad dividida y a menudo invisible que vivimos las personas bisexuales, he salido del armario varias veces a lo largo de los años, y pocas de esas veces me ha ido bien.
Hace seis años, durante un debate sobre la discriminación del colectivo LGTBI, les dije a mis padres por primera vez que soy bisexual. A mi padre no le parecía mal que alguien se negara a hacer una tarta de boda para una pareja cuyo “estilo de vida” iba contra su religión.
Obviamente, había mucho contexto que tratar: la historia de la discriminación en Estados Unidos, los derechos civiles que estaban siendo atacados por esos mismos grupos, los prejuicios que estaba verbalizando, la opresión que tan fácil es ignorar cuando eres un hombre blanco cisgénero heterosexual...
Después de tratar todos esos temas desde la lógica, apelé a su corazón. Le dije que su hija y muchos de sus amigos, a los que había invitado tantas veces a comer y cenar y con los que se había hecho muchas fotos, podrían ser algún día víctimas de esa opresión.
“Papá, yo soy bisexual”.
Su reacción fue de confusión e incomodidad. Por un lado, no se creían del todo que su hija fuera bi. ”¡Si tú solo has tenido novios!” (Falso, lo que pasa es que no les contaba cuando salía con chicas). Por otro lado, no quisieron seguir hablando del tema.
La conversación terminó poco después de mi confesión y yo me quedé desanimada, pero no sorprendida. Jamás me había planteado salir del armario con ellos porque ya sospechaba que no iba a ir bien. Ahora que lo había hecho, sentía que había revelado algo muy íntimo para nada.
En los suburbios de Knoxville (Tennessee, Estados Unidos), un lugar de aplastante mayoría blanca cristiana, te explican desde la infancia que la sexualidad es un asunto privado. Por lo tanto, decirles a mis padres que me gustaban los chicos y las chicas era algo inapropiado e innecesario. (Pero, evidentemente, ellos nunca tuvieron ningún reparo en bromear con mis ligues, con mis muestras públicas de afecto por ellos e incluso con mis relaciones sexuales con chicos y hombres a lo largo de los años. En realidad, la privacidad solo se fomentaba si no encajabas en sus estándares).
Sin embargo, mis problemas por salir del armario no acabaron ahí. Unos años después, cuando les conté a algunos amigos LGTBI que me identificaba entre la heterosexualidad y la bisexualidad, una de esas personas me animó a decidirme por una u otra etiqueta ese mismo fin de semana practicando sexo con ellos.
Creo que ellos de verdad pensaban que me estaban haciendo un favor y cada vez que los veía seguían invitándome a fiestas queer para “explorar” mi sexualidad, pese a haberles dejado claro que no necesitaba explorar nada más porque ya conocía mi sexualidad. Sus invitaciones me incomodaban, y aunque yo me esforzaba desde hacía años por aceptarme a mí misma, la presión social y los prejuicios de esa persona hicieron que una parte de mí deseara volver a mi etiqueta original: aliada LGTBI.
Revelarle mi bisexualidad a mi novio fue una excepción. Fue sencillo. Había crecido con familiares queer y ya había salido con varias mujeres bisexuales en el pasado. Me aceptó al instante y me dijo que si en algún momento me apetecía estar con una mujer, podíamos hablarlo o podría explorarlo por mi cuenta, con su consentimiento. Monógamos con una puerta abierta.
Entendía que me había pasado más de una década sin poder ser yo misma y él no quería privarme de las experiencias que me apeteciera vivir. Por eso decidimos afrontar el camino juntos.
Sin embargo, con casi cualquier otra persona, salir del armario implicaba defender a todo el colectivo bisexual y explicar su situación. Tenía que demostrar, aportando ejemplos personales, que nos sentimos tan atraídos por los hombres como por las mujeres.
A veces, tomarnos un tiempo para mantener una conversación seria merecía la pena. Mi madre me hacía muchas preguntas sobre la monogamia, y mi tía igual, y yo les tenía que explicar que la monogamia funciona igual para los bisexuales: una decisión tomada entre dos personas que se aman. Aunque hay momentos de incomprensión, sé que me quieren y me aceptan como soy, sexualidad incluida.
La primera vez que me di cuenta de que no era del todo heterosexual, era una niña aterrorizada de 11 años que acababa de ver a dos chicas besándose en YouTube. Durante años, mantuve mi bisexualidad en secreto o la exageraba cuando estaba demasiado borracha como para controlarme. En un mundo en el que parecía que tenía que elegir entre ser hetero o lesbiana, me parecía más sencillo ocultar una parte de mí durante el resto de mi vida.
Pasado un tiempo, sentí que le debía a la comunidad LGTBI ser honesta conmigo misma. Habiendo personas que no podían ocultar su sexualidad y que sufrían ataques por ello, me parecía un acto de responsabilidad salir del armario y politizar mi experiencia.
Desde entonces, me he vuelto más sutil. Hay personas en mi vida que quizás nunca se enteren de que soy bisexual (a no ser que se topen con este blog). Son personas a las que ya he oído hacer algún comentario homófobo o bífobo. Personas que no han hecho los deberes para comprender a la comunidad LGTBI ni han mostrado interés por hacerlo. Son médicos, empresarios y conocidos que, simplemente, no tienen por qué enterarse ahora mismo.
Comprendo que, como persona bisexual, el no querer salir del armario puede verse como un privilegio, pero a mí me produce dolor. Me gustaría decirles a las personas bi+, aquellas que todavía sean parcialmente invisibles o no sepan a quién se lo tienen que contar para aceptarse por completo a sí mismas, que no hay nada que les obligue a darse prisa.
A veces, mantener la invisibilidad te evita estrés, cargas emocionales, prejuicios y discriminaciones, causas principales de los problemas de salud mental que sufren los bisexuales: depresión, abuso de sustancias y mayor tendencia al suicidio.
Aunque te puede aliviar mucho que tus seres queridos te acepten, no pasa nada si alguna vez decides no decirle a todo el mundo que eres bisexual. Puede ser incluso recomendable. Al fin y al cabo, no tienes la obligación de revelarle a nadie tu sexualidad, sobre todo teniendo el cuenta el peligro que podrías correr en según qué espacios.
Yo sé que soy bisexual y que siempre lo seré. Aunque tenemos menos visibilidad que nuestros compañeros homosexuales, también sé que los bisexuales somos la porción más grande de la comunidad LGTBI.
Y aunque apenas conozco personas que hayan salido del armario conmigo, sigo sintiéndome conectada a un océano de personas complejas que hacen su vida en espacios donde muchos aún piensan que es imposible. Aunque no puedan vernos, estamos aquí, por todas partes.
Este post fue publicado originalmente en el ‘HuffPost’ Estados Unidos y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.