No es tiempo de odiar
Este trance nos está enseñando que somos vulnerables y podemos perderlo todo. Quizás no haya un mañana: nuestro modo de vida debe cambiar.
En medio de esta oscura situación que tenemos que sobrellevar (soportar, sostener, resistir, cargar) existen algunos seres que parecen vivir en Marte totalmente ajenos a la desgracia mundial. Se les reconoce por su falta de empatía, su hábitat son los medios y las redes y su modus operandi consiste en echarnos, todavía, más tierra encima. Además de los incasables haters que están esperando a lanzar bilis sobre cualquier tuit que se tercie, están los políticos que aprovechan cualquier declaración para dejar en evidencia su propia codicia y ambición. Están los países de la UE que quieren hacer cuchipandi menos cuando se trata de ayudar, para eso nunca están. Están los ministros de finanzas de países como Holanda, que en lugar de ofrecer un plan de ayuda a España se limitan a criticar su forma de “malgastar”. También están los medios internacionales como The Guardian que no sólo no apoyan a los países que lo están pasando mal sino que hunden aún más su reputación echando la culpa a su estilo de vida happy folk (luego querréis venir a pasar el verano a Benidorm) Está esa gente que celebra en redes que determinado político/a enferme. Están los vecinos justicieros. Los que acusan al cuerpo de policía y hasta al funcionariado de recibir su sueldo completo.
En estos momentos en los que toca reflexionar tendemos a buscar desesperadamente culpables porque queremos encontrar un chivo expiatorio que nos libere de toda responsabilidad. La vida nos ha puesto de cara a la pared y en lugar de pensar qué parte de culpa tenemos nosotros en esto y qué podemos cambiar para mejorar, nos comportamos como niños enrabietados señalando a los demás. Quizás la razón no esté en personas concretas, ni en países o partidos políticos de izquierdas o de derechas sino en un modo de ser y de hacer global que nos ha conducido al gran fracaso como sociedad. Quizás la razón esté en nuestra avaricia económica y en lo poco que cuidamos el sistema sanitario y a las personas. Quizás la razón está en la falta de consciencia colectiva y nuestro exceso de egoísmo y de individualidad.
No es momento de tirar balones fuera sino de asumir que todas y cada una de las personas que habitamos el planeta tenemos algo que aportar. Desde meditar a qué partidos votamos (y si no votamos por qué no lo hacemos), hasta qué productos compramos, pasando por cómo nos relacionamos, qué importancia damos a los cuidados, al planeta, a la familia y al propio cuerpo. ¿Nadie se ha parado a pensar lo importante que es llegar sano y fuerte a situaciones como esta? Llevar un estilo de vida saludable, descansar lo suficiente o no fumar es vital para superar cualquier enfermedad. Vivimos inmersos en la rueda de la productividad, siempre pensando en el mañana, en el dinero y en el ser más, descuidando por completo el momento actual. Este trance nos está enseñando que somos vulnerables y podemos perderlo todo. Quizás no haya un mañana: nuestro modo de vida debe cambiar.
Nuestra supervivencia depende por entero de la acción conjunta. Quedarnos en casa para no contagiar. Ayudarnos con las compras y los cuidados. Sostener el bienestar emocional llamando, hablando y estando. Ofreciéndonos voluntarios. Manteniendo los empleos. Bajando los alquileres y dando facilidades para realizar los diferentes pagos. Si no remamos conjuntamente no sólo no llegaremos a buen puerto, sino que nos hundiremos. Pero una vez que lleguemos, porque lo haremos, no olvidemos seguir remando sincronizados. Quien reme a destiempo o no aporte al bien común con su trabajo… no merece seguir en el barco.