Los problemas que la retirada de la mascarilla deja al descubierto en niños y adolescentes
Miedo al virus y baja autoestima hacen que algunos alumnos sean reticentes a quitársela en el patio, mientras que los pediatras piden ir eliminándola de las aulas.
“Parece 2019”, “puedo respirar” o “qué raro ver las caras” fueron algunos de los comentarios que Cristina, profesora en un colegio concertado de Majadahonda (Madrid), pudo escuchar hace unos días en el primer recreo en el que se permitió que los alumnos se quitaran la mascarilla. Sin embargo, lo que más le llamó la atención fue que muchos, “la mayoría”, seguían con ella.
“Antes de salir estaban muy emocionados, no se lo creían y en el momento de la verdad, cuando salimos al patio, algunos sí se quitaron la mascarilla pero otros se quedaron como un poco en shock y se la dejaron puesta”, cuenta a El HuffPost. Habla de alumnos entre 9 y 12 años, pero asegura que en otras edades “están todos un poco igual”.
Cuando se fue acercando a hablar con ellos se dio cuenta de que cada uno tenía sus motivos: algunos porque en casa les habían dicho que no se la quitaran y otros no lo hacían por miedo a contagiarse o a que le pasara algo a alguien de su familia si lo hacían. “Y luego me sorprendió mucho porque hubo muchas niñas, sobre todo, que les daba vergüenza enseñar la cara. Llevan en este ámbito escondiéndose detrás de la mascarilla tanto tiempo que les está costando mostrarse como son”, añade.
El caso que relata no es el único; basta con echar un vistazo a Twitter para encontrar mensajes, en cierto tono preocupado, de padres y profesores de niños y adolescentes para quienes la retirada de la mascarilla —medida que la Asociación Española de Pediatría pide extender al interior de las aulas en las próximas semanas— ha destapado inseguridades y temores.
Según Cristina, lo de ese recreo no fue algo aislado, fruto de la novedad, porque la situación ha venido siendo igual en los días posteriores: “Alguno más se va quitando la mascarilla, pero no noto una gran diferencia con el primer día que dejaron quitársela”.
Los chavales con los que trabaja Belén Muñiz, psicoterapeuta que dirige el Centro de Evaluación e Intervención Educativa Corat de la Fundación Aprender, también le han confesado sentimientos similares: “Dicen que se sienten más cómodos sin enseñar el rostro, es como que se sienten algo desnudos”.
Además de los temores a contagiar y ser contagiados, apunta que también hay que prestar atención a “cómo van integrando su propio desarrollo madurativo”. “En las edades que tienen, en la preadolescencia-adolescencia, su cuerpo ha cambiado mucho y en la cara aparecen muchos signos de transformación, como el vello o los granitos”, destaca. En su opinión, “hay una dificultad de reconocimiento de ellos mismos en el espejo” y “es un paso que les cuesta mucho dar”.
Sobre qué hacer ante esto, David Bueno —biólogo y neuroeducador, además de autor de El cerebro del adolescente (Grijalbo)— ve prioritario “ver de dónde surge”, porque en el caso de que sea por miedo al virus, recalca que “no es habitual que un adolescente tenga estos miedos”. La otra posibilidad es que sea el adolescente “quien tenga un carácter especialmente dado a ser temeroso”. En ese caso, “si la familia no tiene nada que ver, debemos contar con su apoyo”. Si fuera al contrario “es más difícil porque debemos intentar ayudarle a que pierda este miedo pero sin oponernos a la familia, lo que para él sería un choque”.
Qué hacer si no se la quieren quitar por miedo al virus
La primera pauta que da Bueno sería no imponer un “ahora te la sacas por narices”, sino explicarles la parte más científica de qué es un virus y cómo se contagia y apelar al “aspecto colectivo: la mascarilla nos protege a nosotros pero sobre todo a la sociedad”.
“Digo esto porque el cerebro adolescente está especialmente sensible a todo lo que tenga que ver con la sociedad. Tal vez es una manera de que se den cuenta de que esta protección social es necesaria cuando hay tasas de contagio altas, pero cuando no, no tanto”, aclara.
Muñiz, consciente de que “el miedo sigue estando”, e incluso en muchos adultos, piensa que lo ideal es poder hablar con ellos sobre “a qué se lo tienen, por qué se van transformando las normas, qué avances ha habido en la pandemia, qué precauciones se pueden tomar...”. En definitiva, “ir generando narrativas con los chicos en los centros y en las familias”.
Qué hacer si es por motivos estéticos
Cristina, la profesora, piensa que es importante trabajar con los alumnos “que no sientan miedo por el covid, sino que sea un respeto”, así como reforzar su autoestima, “el ‘yo soy así’ y no pasa nada si tengo un grano, si me sale una mancha o si me han puesto aparato”.
Por su parte, la psicoterapeuta recomendaría a los padres que recordaran su propia adolescencia “y cómo la autoestima en algunos momentos estuvo tocada” para poder “conversar y contarles que a uno también le pudo pasar”. Según Muñiz, ese ‘a mí también me pasó’ puede ayudarles mucho, más que el sentirse “empujados por la familia a ’quítate la mascarilla, no seas tonto o no estás fea”.
El neuroeducador recuerda los estudios científicos que dicen que “cuando vemos a alguien con mascarilla lo imaginamos más guapo de lo que lo vemos después. Vemos solo los ojos e idealizamos el resto”. “Es posible que ellos a sí mismos también se hayan visto idealizados”, sostiene.
Por eso, habría que trabajar sobre “la normalidad y naturalidad de todas las caras y todos los cuerpos”, aunque sin olvidar el “problema añadido”: las redes sociales y “los influencers que se ponen filtros y se retocan digitalmente”.
Según Bueno, los más jóvenes “ven a estas personas a través de las redes y creen que pueden llegar a ser como ellos. Ellos tienen miles o millones de seguidores y el cerebro adolescente lo que busca es socializar, hacer amigos, tener contactos con otras personas, lo busca desesperadamente. Si esa persona con ese supuesto canon de belleza tiene miles de seguidores, yo que no me parezco en nada, pobre de mí”, argumenta. Su consejo para los padres sería “mostrarles confianza, en cualquier aspecto”, lo que “no significa no reconducir las actitudes no especialmente positivas”. “Siempre transmitiéndoles esta sensación de confianza, jamás la de que nos han decepcionado”, recalca.
A favor de quitarla dentro del aula
Tanto Cristina como David Bueno y Belén Muñiz coinciden plenamente en dar la razón a la Asociación Española de Pediatría y se muestran muy a favor de que, cuando los indicadores lo permitan, dejar de llevar mascarilla en el interior de los centros escolares.
Como argumenta la docente, sus colegas de profesión que puedan sentir “un poco más de miedo” pueden protegerse a ellos mismos poniéndose una FFP2. “Creo que los niños deberían ya volver a esa normalidad y quitársela dentro de las aulas”, defiende.
Para Bueno, se hace “imprescindible” porque “el contacto persona a persona, el contacto no hablado, es básicamente un contacto emocional a través de los rostros. De los gestos también, pero de los rostros. Hay niños que llevan dos años sin este contacto con sus compañeros, o muy limitado. Y adolescentes que tenían 13-14 años cuando empezó la pandemia no han vivido adolescencia sin mascarillas. Este contacto emocional que tiene que restablecerse durante la adolescencia, porque tienen que resituarse, lo están viviendo sesgado”.
Muñiz lo vería “muy positivo” por las dificultades en el aprendizaje y en la lectoescritura que ha observado, pero “pondría entre paréntesis, si se pudiera en esa normativa, que fuera pudiéramos ir aceptando el ritmo de cada chico”.
Una muestra más de que la pandemia sí les deja huella
Este asunto del cubrebocas es, para los tres, una muestra de la mella que la pandemia ha causado en los menores. La profesora lo comprueba en su día a día: “El covid está muy presente en sus vidas. Siempre que han escrito alguna historia o cuando les hemos pedido que hicieran memoria del año anterior o que escribieran cartas siempre lo mencionan y cómo han tenido que quedarse en casa, cómo están muy cansados... Han cogido miedo a relacionarse entre ellos y el pensar que es malo estar tan cerca”.
Bueno añade que esta pandemia les ha incrementado la “sensación de soledad, de tristeza” y también los casos de depresión. “Es básicamente por esta falta de contacto social. El cerebro adolescente les pide imperiosamente que socialicen con sus iguales y por las restricciones, confinamientos, cuarentenas, no han podido hacerlo tanto y eso genera sensación de alarma. Y ante una alarma, hay dos maneras de responder. Algunos, ante una posible amenaza, reaccionan con agresividad, y lo estamos viendo, hay un incremento de agresividad en las calles. Y a través del miedo, que nos protege. Te aíslas todavía más y te sientes todavía más solo”.
Para la psicoterapeuta, los más pequeños y jóvenes han sido dejados de lado durante la pandemia. “Los adolescentes pasan una crisis vital importantísima, que está atravesada por muchos duelos, y la pandemia ha sumado muchísima angustia, incertidumbre y soledad. El aislamiento ha provocado una parálisis en el proceso madurativo de los chicos”, sentencia.
Muñiz explica que en la adolescencia “se necesita estar en el mundo social para separarse de la familia y poder ir conquistando el mundo”: “El otro día una chica me comentaba que sentía que ha habido un año y medio en el que no había hecho nada, cuando es una época en la que todos los planes son pocos”. “Me parece que los adolescentes se han tenido que adaptar, y había mensajes de ‘a los niños no les pasa nada, se han adaptado perfectamente’ y creo que era un mensaje muy positivista pero los chicos han necesitado poder digerir todo lo que estaba pasando. Tenemos que tener en cuenta que estos dos años, yo lo estoy viendo en la clínica, están trayendo efectos en el estado de ánimo de los chicos”, remarca.