Nicola Lagioia: "Los monstruos no existen, pero podemos hacer cosas monstruosas"
El escritor presenta 'La ciudad de los vivos', la crónica de un crudo asesinato en el caos de Roma.
El 6 de marzo de 2016 el escritor Nicola Lagioia (Bari, 1973) estaba pegado a la televisión en su apartamento de Roma, viendo las noticias que hablaban de un cruel asesinato que conmocionó a la ciudad entera. Manuel Foffo y Marco Prato, dos veinteañeros de buena familia, habían matado dos días antes a Luca Varani, de 23 años, a cuchilladas y martillazos después de tres días drogándose en un apartamento.
Lagioia se obsesionó con el homicidio y decidió investigar, hablar con los amigos, familiares y conocidos del entorno de los asesinos y las víctimas, además de cartearse con Manuel Foffo. Todo eso desembocó en La ciudad de los vivos, libro que acaba de llegar a España a través de Literatura Random House y que cuenta la historia del asesinato bajo la atmósfera de una ciudad sumida en el caos donde los turistas conviven con las ratas.
El escritor charla con El HuffPost a través de una videollamada, y confiesa que el interés por tratar de entender el crudo asesinado “nació inmediatamente”. “Apenas escuché en el telediario la noticia, pensé que era una cosa que me gustaría explorar, investigar. Por varios motivos, el primero por la violencia de este homicidio. Al final Roma es una ciudad tranquila, no hay homicidios así tan violentos como este, este parecía casi un asesinato ritual por cómo se llevó a cabo, por cómo se organizó, por cómo se hizo”, relata el autor.
Tampoco entendía la ausencia de un móvil del crimen, puesto que apenas se conocían entre ellos. Tal y como se narra en el libro, Prato y Foffo invitaron a casa del segundo a Luca Varani, que ejercía la prostitución, con el pretexto de darle dinero y drogas. “No había ningún motivo, ninguna ventaja que Manuel Foffo y Marco Prato podrían haber obtenido matando a un pobre chico que apenas conocían, en el caso de Prato, y que no conocían de nada, en el caso de Foffo, que no sabía quién era la persona a la que habían matado. Ni siquiera el nombre. Cuando el padre de Foffo le pregunta, ‘¿A quién habéis matado?’ en el momento en que Foffo le confiesa en el coche el asesinato, este le responde ‘no lo sé’ y en ese momento al padre y al hermano de Foffo les viene la sospecha de que es todo falso, que el hijo es un mitómano, también porque es más fácil imaginar que tu hijo es un mitómano que un asesino”, reflexiona sobre los hechos.
Ni Prato, conocido relaciones públicas de la noche gay romana, ni Foffo, habituado a empezar proyectos y no terminarlos, eran criminales. “Eran personas consideradas normales hasta el día anterior y aquí hay que preguntarse qué es la normalidad, que significa normal”, se plantea Lagioia, que cuenta que le impresionó que confesaron rápidamente pero que no parecían del todo conscientes de lo que habían hecho.
“No había un culpable al que ir a buscar porque ya se sabía quién era, pero ellos tenían una grandísima dificultad para tomar conciencia de lo que habían hecho. Por un lado sabían que habían matado a una persona, pero por otro es como si la información no se convirtiera nunca en conciencia. Cuando les preguntan cómo era posible que hubiera sucedido lo que sucedió, Foffo en un momento dice ‘Metedme en la cárcel, pero explicadme vosotros qué coño ha sucedido, porque yo no consigo entenderlo’. Habitualmente es al contrario, porque son los jueces o la fiscalía, los que preguntan al imputado lo que ha sucedido y él intenta huir de la justicia. Aquí ocurre lo contrario y por desgracia ellos son sinceros cuando dicen estas cosas. Es decir, ellos hablan como si hubiesen sido arrastrados por una fuerza superior que en un momento no llegaron a controlar, esto a mí me afectó mucho”, revela Lagioia.
El escritor, también director del Salón del libro de Turín y ganador del Premio Strega, no podía comprender cómo el asesinato podía haber sucedido a pocos barrios del suyo. “Es una cosa más personal pero es que si cojo la moto ahora y voy hasta casa de Manuel Foffo tardo 15 minutos, 20 si hay tráfico. Es como si detrás de mi casa hubiera caído un meteorito y yo hubiera salido a buscar qué ha sucedido. Yo pensaba, ‘¿cómo es posible que cerca de mi casa haya pasado una cosa así de increíble?’, y así comenzó todo”, cuenta sobre cómo empezó a investigar y a recabar cientos de testimonios para intentar contextualizar el asesinato.
Durante el primer año de trabajo, Lagioia no escribió “ni una línea”, leyó miles de documentos judiciales y se entrevistó con policías y decenas de personas, un proceso “más difícil que contarlo después”. “Conocí a los padres de Luca Varani, al padre de Manuel Foffo, los amigos de Marco Prato, los amigos de Foffo, los fiscales, los abogados…”, enumera el escritor. “Todas estas personas estaban marcadas por lo que había sucedido, a algunas la vida se les había puesto patas arriba, así que al principio para mí era difícil, yo me decía ‘quizás estos no quieren hablar, quizás están enfadados, quizás puedan pensar que yo soy, yo qué sé, uno que quiere aprovecharse’. La realidad es que desde el principio, aunque es verdad que había algunos más reticentes, la mayor parte de ellos tenían ganas de contar, ¿sabes por qué? Porque se quedaron muy tranquilos de que yo no fuera un periodista que tenía que escribir un texto para el día siguiente, ellos tenían miedo fundamentalmente de esto. Cuando yo les decía ‘Mira, no, quiero escribir un libro’, y me preguntaban ‘¿Cuándo sale, en cinco meses?’ y yo les respondía ‘Mira, no, igual sale dentro de cinco años’, en ese momento, se relajaban, les parecía extraño porque estaban más acostumbrados a los periodistas”, cuenta el autor, que para las primeras charlas no llevaba ni grabadora.
Lagioia confiesa que la investigación podría no haber terminado nunca y que se preguntaba repetidamente cuándo parar y comenzar a escribir. “Entendí que era suficiente, y esto lo cuento en el libro, el día que fui a llevar flores a la tumba de Luca Varani con sus padres. Fueron tan amables de invitarme a su casa, así que fuimos después de ir al cementerio, me ofrecieron un licor que hacen ellos, charlamos y en un momento la madre de Luca me dice ‘¿Quieres ver la habitación?’ Y me lleva a la habitación del hijo que, como ocurre en muchos de estos casos, se había quedado completamente idéntica, parecía que Luca podría volver de un momento a otro. Cuando entré en esa habitación me pareció entrar tan de lleno en la intimidad de esta historia, que era suficiente. Pensé: ’Ya está, basta, más profundamente que aquí no es justo que vaya”, revela el autor.
A partir de ahí, cuenta, comenzó a escribir, algo que le resultó mucho más fácil que en otros trabajos gracias a toda la preparación que llevaba acumulando desde hacía un año. La historia salía sola. Lo que no fue tan fácil fue la correspondencia con Manuel Foffo, el único protagonista de la historia que queda vivo ya que Marco Prato se suicidó en prisión. “Manuel no me parecía una persona consciente de lo que había sucedido. Me ha mandado tantas cartas y muchas eran contradictorias. En una parecía arrepentido y en la siguiente decía que era inocente y que él no tenía culpa de nada porque había sido manipulado por Marco Prato. En otra decía que estaba reflexionado sobre lo que había hecho y en la siguiente me decía que él, como estaba completamente drogado, no era capaz de saber cómo había cometido el homicidio”, explica Lagioia, que revela que también tuvo reacciones dispares cuando se publicó La ciudad de los vivos.
“Me decía que había leído el libro y le había hecho sufrir, pero había sido importante recorrer lo que había sucedido. Después decía que yo había sido muy duro con él, que él era inocente y que yo había exagerado. Me parece una persona que todavía no ha entendido lo que ha sucedido. Comprendo que es difícil entender que un chico primero estaba vivo y ahora está muerto por tu culpa. Creo que esto es tan doloroso para él que en ciertos momentos prefiere imaginar que no tiene ninguna culpa o que la culpa es de la cocaína o de Marco Prato”, cuenta el autor.
Lagioia cree que Foffo “sigue metabolizando lo que sucedió” y considera que tanto él como Prato tienen “un problema de narcisismo”. “Me parece que ellos son muy conscientes del hecho de haber cometido un acto que les ha destruido la vida, pero poco conscientes de la víctima, apenas hablan de Luca Varani. Hablan muchísimo de su vida, de que han sido poco afortunados, de cómo han sido manipulados el uno por el otro, hablan de que su vida ahora está destruida, pero de la víctima poco”, añade.
¿Son monstruos?
Desde que se conoció el asesinato y durante todo el proceso judicial, los ciudadanos se hicieron varias veces la misma pregunta: ¿son monstruos? “Somos todos seres humanos. Creo que los monstruos no existen y que quizás podemos hacer cosas monstruosas, somos capaces de hacerlo, pero no somos monstruos”, responde el escritor.
″¿Entonces por qué dibujamos a estas personas cómo monstruos? Creo, y quizás me equivoco, que esto sucede por dos motivos: si ellos son monstruos y pertenecen a una especie diferente a la que pertenecemos nosotros, si no tienen dos piernas, dos brazos y una cabeza como la nuestra, entonces nosotros no seremos nunca capaces de cometer actos barbáricos. Es la conciencia preventiva. Otro motivo por el que los definimos como monstruos es porque pensamos que si los definimos como seres humanos reduciríamos su culpa. En realidad no es así, en el sentido de que, que ellos sean personas como nosotros y que sean capaces de cosas buenas no quiere decir que su culpa se reduzca, su culpa sigue siendo gravísima”, añade Lagioia.
Para él, “el problema es que somos personas contradictorias”. “Una persona que trata bien a su prójimo, puede en una situación concreta matarlo. Los grandes criminales quieren a sus hijos, a sus amigos, son muy generosos en algunas situaciones pero luego no tienen escrúpulos para cometer asesinatos. Esto forma parte de nuestra complejidad, somos criaturas complejas, no somos unidimensionales. Estos dos son dos asesinos, pero son dos seres humanos”, reflexiona.
Tanto Prato como Foffo tenía problemas consigo mismos. El primero estaba dolido con su madre, que nunca fue a verlo a la cárcel, porque no aceptaba su homosexualidad y había intentado suicidarse en varias ocasiones. El segundo se sentía la oveja negra de la familia, que su padre prefería a su hermano mayor y estaba más preocupado de que los italianos pensaran que era homosexual que de que fuera un asesino. En la novela se trazan perfiles psicológicos de ambos, pero nada explica el asesinato.
“Seguramente es verdad que tenían problemas con la familia, ¿pero cuántos de nosotros no los tenemos? ¿Quién no ha luchado para independizarse de sus padres? ¿O ha podido tener conflictos? Y esto vale en lo referente a la familia pero también para las drogas. Ellos se ponen hasta arriba de cocaína, probablemente si no hubieran tomado tanta no se habrían puesto tan violentos, esto importa. Pero no basta para explicar esto, porque teniendo en cuenta el consumo de cocaína, entonces habría 20 mil o 30 mil homicidios al día. Cada uno de estos elementos tiene un rol en lo que pasó, pero ninguno es suficiente para explicarlo”, sentencia el autor.
Roma, un personaje más
Los hechos se desarrollan en un período el que Roma estaba sumida en un caos absoluto: sin alcalde, con toda una administración investigada por corrupción y aplastada por montones de basura. Agujeros en las carreteras, autobuses en llamas, jabalíes en el centro de la ciudad y una plaga de ratas son la tónica habitual, y Lagoia lo plasma en el libro, en el que el asesinato de Luca Varani es el pozo más fondo de la degradación de la capital.
“No creo que Roma sea culpable, porque es una ciudad bastante tranquila. Hay pocos homicidios cada año. Si la comparas con otras capitales es menos violenta que París, Londres o Bruselas. Roma no es responsable pero crea ese tipo de personalidades. Hay un modo de ser un fracaso, que es típicamente romano”, señala el autor. “La ciudad da una huella importante en este libro por la atmósfera que rodea todo y por cómo sucede”, reflexiona el escritor, que señala que personajes como Álex Tiburtina, son “clásicos romanos que podrían haber salido de una novela de Pasolini”.
Lagioia, que vive en Roma después de pasar un año en Turín y “sufrir una nostalgia terrible”, cree que la ciudad puede renacer pero también piensa que vendrán cosas peores. “La ciudad renacerá porque en sus 2700 años de vida ha muerto y renacido muchas veces. Las ciudades van por ciclos y en los últimos años ha estado en un momento de caos, y el hecho de que la ciudad fuera un desorden, hacía que fuera una ciudad vital, llena de cosas que sucedían, de inspiración”, añade revelando que cree qua a la capital italiana le falta “una clase política y una clase dirigente que tengan una visión clara para el futuro”.
A pesar del caos que se transmite en cada página de la novela, Lagioia valora que “es una ciudad en la que te sientes muy libre y en la que es muy difícil sentirse solo”. “Decía Marcello Mastroianni en La dolce vita que Roma le gustaba porque era como una jungla en la que es fácil esconderse. Una cosa buena de Roma es que puedes hacer cualquier cosa. Te puedes esconder tranquilamente que nadie irá a buscarte, y eso es precioso. Es una ciudad que en 2700 años ha visto tanto de todo que no se escandaliza por nada ni se sorprende por nada”, reflexiona el escritor desde su casa en pleno corazón de la ciudad.
Y cierra la conversación con una anécdota que refleja el carácter de la ciudad: “Recuerdo hace unos años que los Rolling Stones hicieron un concierto en el Circo Massimo. Ese día estaba en el Pigneto —un barrio romano— tomando algo con unos amigos y pasa un tipo en una moto y dice: ‘¿Chicos os venís al Circo Massimo?’ Y responde el otro, ‘¿pero por qué? ¿Qué están haciendo en el Circo Massimo?’ ‘Yo qué sé, hay cuatro que están tocando’. Los Rolling Stone se habían convertido en cuatro que tocan. Esto no sucede en otro sitio. Esta capacidad de relativizar todo es verdaderamente interesante”.