Ni seny ni seny: más lío al lío
Las claves de las elecciones catalanas del 14-F.
Como diría Mariano Rajoy, Cataluña vive en el lío desde hace diez años. Nadie con un mínimo conocimiento de la realidad catalana daba un céntimo porque estas elecciones sirviesen de cauce para normalizar, aunque fuera mínimamente, la situación en la comunidad autónoma. No lo han hecho. Que hayan sido unos comicios con una participación tan baja no ha contribuido a lo contrario.
El lío es tan formidable que ahora mismo la llave de la gobernabilidad pasa por ERC, que debe decantarse por su lado más izquierdista o por el más independentista. O uno u otro, no hay más alternativa. O el realismo que supone tener la capacidad de gobernar y, por tanto, de decidir y cambiar la realidad —la vida— de los catalanes, o el posibilismo de concentrar todas las aspiraciones en una quimera, la independencia, que nunca van a ver. Ni ellos ni sus hijos. Y lo saben.
Decantarse por el pragmatismo de respaldar la candidatura de la lista más votada, el PSC de Salvador Illa, le permitiría, además, ganar peso como socio externo en el Gobierno central. Un ERC como la CiU de Jordi Pujol, cuyos apoyos a los Ejecutivos de Felipe González o José María Aznar tanto beneficiaron a Cataluña. La otra opción, liderar una causa independentista que, efectivamente, suma mayoría absoluta (51%), implicaría la paralización total de una comunidad que debe acometer, en los próximos meses, una crisis económica y sanitaria sin parangón. Sin duda, ERC priorizará, con la connivencia de Laura Borràs y la CUP, el posibilismo al pragmatismo.
La victoria de Salvador Illa constata dos hechos: por un lado, que la cabeza de los spin doctors de Moncloa carbura mucho mejor de lo que la mayoría quiere creer —ha habido ‘efecto Illa’, pasando de los a los 17 a los 33 diputados— y, por otro, que existe una mayoría de votantes catalanes que quiere que, desde el sosiego y el diálogo, se tomen las medidas para desarrollar una actividad legislativa que en los últimos años ha sido nula. Primero las cosas del comer y, después, la evolución de la autonomía siempre desde el marco de la ley y la Constitución. La falta de una mayoría más contundente hace prever que Illa correrá la misma suerte que Inés Arrimadas en 2017: su paso a una oposición sólida pero de escasa influencia.
Junts, el partido del fugado Puigdemont, pasa a tercera fuerza política con 32 escaños, lo que le permite mantenerse como fuerza decisiva y ejercer de molesta piedra en el zapato de los partidos constitucionalistas. La ruptura de Junts con el PDeCAT le ha impedido mantener la mayoría de la antigua Convergencia. Con todo, resiste.
Cataluña vive en el lío y, para empeorarlo todo, la ultraderecha de Vox entra con fuerza en el Parlament al lograr 11 escaños. Si el diálogo se hace cada vez más imperioso, la irrupción de la formación de Santiago Abascal sólo contribuirá a tensar las posturas, a incrementar la crispación y a propiciar la división. El Parlament se va a convertir en una jaula de grillos entre extremos tan cacofónica que, tan sólo de imaginarlo, provoca melancolía. Y mucha inquietud.
Muchos de los nuevos votantes de Vox provienen de Ciudadanos, un partido que nació en Cataluña y que sigue con paso decidido su camino hacia la desaparición. De hundimiento en hundimiento hasta ser sólo recuerdo. El batacazo era previsible y, de hecho, la cara de Carrizosa y Arrimadas no era la de sorpresa o decepción, sino la de quienes son conscientes de que las campanas que se oyen tocan a rebato. Su desplome no es, con todo, responsabilidad de Arrimadas, que aún intenta achicar agua del barco agujereado por todos los costados que le dejó Albert Rivera. Estos son los lodos de los polvos del exdirigente de Ciudadanos, uno de los mayores desastres políticos en la historia reciente de la democracia española. No descarten que ahora se ponga a dar lecciones de lo que debería haber hecho el partido que fundó.
El resultado de En Comú Podem refleja el tirón que aún mantiene la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, y representa todo un balón de oxígeno para Podemos. Un mal resultado, como auguraban muchas encuestas preelectorales, hubiera debilitado demasiado a la formación morada en la coalición de Gobierno. Los 8 escaños, igual que en 2017, le podrían convertir en un actor fundamental de la política catalana sólo en el caso de que ERC se decantara por contribuir a una coalición de izquierdas.
El gran derrotado de la noche electoral, el PP, no lo es tanto por la pérdida de escaños: se deja uno respecto a 2017, al pasar de 4 a 3. Su derrota es especialmente amarga, y preocupante, cuando se aplica la política comparada: Vox casi le cuadriplica en escaños. A la práctica irrelevancia en Cataluña se añade el terremoto derivado del juicio al extesorero del partido, Luis Bárcenas, que estas semanas se dirime en la Audiencia Nacional. A Casado sólo le queda resistir para sobrevivir. Que no es poco. Lo conseguirá, aunque se va a dejar mucha piel en el camino.
Un lío, un lío formidable del que Cataluña no sabe, ni a veces parece querer, salir. Un problema que, en realidad, es de todos los españoles. Encauzar la situación catalana debería ser una prioridad de todos los partidos políticos. Con diálogo, flexibilidad y luces cortas. Por el momento sólo están encendidas las largas y muchos ni se paran a pensar que, tal vez, al final de la carretera está el precipicio.